Capítulo 40

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Siete días atrás.

Todo daba vueltas. Muchas, muchas vueltas. Jamás me había sentido tan mareada en mi vida entera. Los ojos me pesaban y una sensación de malestar me carcomía por completo. Mis recuerdos están borrosos.

Cuando logro abrir los ojos, el corazón da un brinco en mi pecho. Ahogué un jadeo y intenté ponerme de pie, pero al intentarlo no llegué ni siquiera a levantarme. Un fuerte ruido me retumbó en los oídos. Seguí la dirección de aquello y el corazón se me subió a la garganta. Traté de liberarme, pero la esposa de metal que me sujetaba al cabezal de la cama era muy buena en cumplir su labor.

—Deja de intentarlo.

Respingué al oír otra voz en medio de la oscuridad. Los ojos me dolían, pero aún así hice el esfuerzo para lograr enfocar. Ahogué un grito cuando vi que alguien se acercaba hacia donde estaba.

Un cuerpo larguirucho se hizo notar a través de la poca luz que iluminaba el cuarto. Parpadeé repetidas veces para detallarla. Es una chica de tez blanca, de cabello castaño y algo desordenado. Sus ojos color miel me repasan de arriba a abajo, como si estuviera haciéndome un análisis para ver si se acerca o no. Al final parece que consigo su aprobación, porque se aproxima hasta mí.

Entreabro los labios.

—¿Jessica?

El recuerdo viene a mi cabeza. Recuerdo la voz de su madre, la angustia que llenaba su rostro, el timbre de su voz, la esperanza que albergaban sus palabras. Regreso a esa noche. Lo recuerdo.

Eso la sorprende y parece que es lo que necesita para sentarse en el borde de la cama, a mi lado.

Su ropa está sucia; lleva una camiseta gris holgada, junto a unos pantalones negros. La parte de las rodillas está muy desgastada. Desde mi lugar alcanzo a ver la piel blanca que se asoma por el agujero. Su cabello castaño está enredado. Tiene una herida en el labio inferior, al igual que un notorio moretón en la mejilla izquierda; también tiene sangre seca debajo de la nariz.

—Quizás esto te suene raro, pero también sé quien eres. —Su voz es suave. Es como si se estuviera asegurando de elegir cada una de sus palabras. Hace el amago de sonreírme—. Hola, Pressley. Él me ha hablado mucho de ti.

Mi estómago se retuerce. Quiero vomitar. Inspecciono el lugar, negando fuertemente con la cabeza. Intento volver a zafarme del agarre de las esposas, pero solo consigo que un latigazo de dolor me recorra el brazo. Ella me detiene dejando su mano sobre mi hombro.

—Solo te harás más daño si sigues intentándolo.

Ella parece leer el pánico en mis ojos, porque entonces ladea la cabeza y me enseña su muñeca izquierda. Jadeo. Su piel está moreteada y llena de pequeños raspones. Me quedo quieta, tragando saliva.

—¿Dónde estoy? —pregunto.

El lugar está muy poco iluminado. Es un espacio cerrado. No hay mucho, solo la cama en la que estoy sentada y un colchón más allá, en el piso. Hay una puerta un par de pasos lejos de mí, que deduzco es la que lleva al otro lado del lugar. También visualizo un retrete escondido tras una pared y un lavamanos del que dudo mucho su funcionamiento. Todo tiene un aspecto muy viejo. El espacio está lleno de polvo. Respiro temblorosamente al decaer en las manchas de sangre seca que hay en el piso.

También alcanzo a ver lo que antes era una ventana. Tiene tantas tablas de madera encima, sujetadas por clavos, que se nota la diferencia entre la pared y el relieve de la ventana; permitiendo que solo entre un rayo de luz. Es lo único que puede verse del exterior.

—No tengo idea —responde con pesar—. No sé dónde estamos. Si lo sabría, él...

—¿Quién es "él"? —cuestiono, temiendo oír la respuesta.

Hablando con la lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora