Capítulo 18

39 5 0
                                    

Reí y volví a llenarme la mano de palomitas de maíz. Me las llevé a la boca justo antes de que mis oídos captaran la estruendosa carcajada que provenía del abuelo. Torcí el cuello para mirarlo; una sonrisa se ha dibujado en mis labios al verlo.

—Ese sujeto no conquista el mundo porque no quiere.

Está recostado en su sillón, con las piernas sobre la mesa y los brazos cruzados tras su cabeza. Sus ojos marrones brillan, fijos en la película que ha finalizado en la televisión.

—Veo que te ha gustado —murmuro.

—Ha sido genial —acepta—. Podemos tacharla de la lista.

—Tenlo por hecho.

Hace mucho me había tomado el tiempo de elaborar una lista con cada una de las películas y libros que queríamos ver juntos. Hemos estado reuniéndonos consecutivamente para completarla, y ha sido de lo más divertido y lindo que he hecho con él. Llevábamos más de la mitad, lo cual era un gran logro para ambos.

Me pongo de pie y busco el rotulador para tachar el nombre de la película que acabamos de ver. No logro caminar mucho, en cambio, me detengo, confusa al oír la alarma del reloj sonar por la estancia. Él me imita al levantarse del sillón, el cual rechina al ser abandonado por su peso. Se acomoda los lentes y empieza a encaminarse al pasillo, sin decir nada.

—¿A dónde vas? —quise saber.

—Al baño —contestó.

—¿Programas alarmas para ir al baño?

—Quiero empezar a realizar una rutina.

—Y... ¿tienes estimada una hora para ir?

—Intento probar cosas nuevas, Pressley.

Asiento con lentitud, algo extrañada todavía. Él se marcha tras dedicarme una sonrisa que consigue relajarme; sigo con mi trayecto hasta la lista adherida a la pared y tomo el marcador de la mesa. Una de mis comisuras sube al ver un punto menos entre todos los nombres.

Al volver, se le nota más calmado. No pregunto, y solo me acerco en cuanto me hace una seña con la mano para que lo acompañe a la cocina.

Al entrar, le echo un vistazo al reloj que cuelga de un clavo en la pared; la manilla pequeña apunta al número cuatro. Pronto empezaría el ensayo. Lo había olvidado por un segundo. A diferencia de mí, él jamás lo olvidaría. Por eso estamos aquí.

Hacía un poco de frío. A pesar de que en Kallas no nevara, el cambio del clima era muy notorio. O al menos yo lo sentía así; ya no podía darme el lujo de olvidarme la chaqueta en casa sino quería pescar un resfriado.

Como siempre que vengo a visitarlo, me prepara chocolate caliente. Se pasea por la cocina en busca de la taza que he proclamado como mía, al encontrarla, vuelve a la estufa.

El abuelo es un hombre mayor, claro está, pero yo no lo veía así, aunque fuera algo raro. Estaba lleno de energía para dar, y su humor era tan contagioso que lograba animarme hasta en los peores días, haciéndolo lucir un alma joven. Probablemente es mi persona favorita en todo el mundo.

Hoy lleva una camisa de cuadros azules y negros; es como si fuera alguna especie de promesa hacia mi abuela, quien dijo un día que las camisas de cuadros eran sus favoritas. Hace mucho no lo veo vestir otra cosa que no fuera eso.

Hablando con la lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora