Capítulo 19

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Mi mente no me dejaba tranquila.

Aunque lo intenté un montón de veces, no salía de mi cabeza. Pasé toda la tarde acostada en mi cama, con las piernas hacia arriba y mirando el techo de mi habitación. Había llegado a la conclusión de que no estaba ni cerca de descubrirlo.

«Él se estaba acercando.» De acuerdo, eso era tan confuso y tan... extraño. Si este sujeto quería ayudarme dejándome esta advertencia, podría haber sido un poco más claro. No estaba segura de quién de los dos era el enemigo en verdad.

Bueno, al menos confirmaba mi teoría de que el desconocido era hombre.

Era él quién había tomado las fotos, de eso sí estaba segura. Todo era muy extraño, y sumamente... aterrador. Primero lo del campamento; seguido de esa sensación de estar observada todo el tiempo, luego las fotografías apareciendo en mi casa y después esto. ¿Acaso olvido algo?

Siento que se me olvida algo.

Volví a levantar en el aire la hoja de papel; contorneo los bordes con la yema de los dedos. Observo la letra concienzudamente. Suspiro, frotándome la sien.

No la reconozco. No sé a quién pertenecen estos trazos.

¿Podía conocerlo? La posibilidad era muy elevada. Tal vez estaba más cerca de mí de lo que creía, pero... ¿quién? ¿De quién podría tratarse?

Vaya dilema.

Vaya vida.

Resoplo.

Quizás tampoco me ayudaba el hecho de que yo no podía asumir que alguien estaba fijándose en mí de esa forma. Digo, no era una chica extravagante; no me cargaba el gran cuerpo curvilíneo, ni tenía la mejor cara, ni el mejor humor. Así que era muy confuso. Porque, ¿qué tenía yo de especial para que todo esto estuviera sucediendo?

Si la nota estaba dentro de mi casillero, entonces debía conocerlo, ¿no? Si sabía cuál era mi casillero, entre miles, debía haber tenido algún tipo de comunicación conmigo. Debía ser un estudiante.

Aunque, también sabía la dirección de mi casa. Y conocía el nombre de mi abuelo fallecido, dato que jamás le había mencionado a nadie. Eso me tenía desconcertada, y angustiada.

No estaba adivinando. Él tenía el conocimiento de todo aquello, y quién sabía de qué cosas más. Vaya.

—También está el otro sujeto —murmuro, tamborileando los dedos en mi estómago—. Debe saber la identidad del desconocido, si no, no podría ayudarme. O lo que sea que esté tratando de hacer, porque tampoco lo tengo muy en claro.

Pasé la próxima media hora tallándome la cabeza e indagando en mis recuerdos, buscando una explicación. Después de un rato, quise quitarme la sensación de inutilidad que cargaba encima y me dispuse a intentar resolver los ejercicios de matemáticas mirando tutoriales en YouTube.

Me sobresalté cuando, en mitad de una operación, el tono de llamada de mi celular me interrumpió. Fruncí el ceño con profundidad al ver el que era mamá quien me estaba llamando.

Descolgué y me llevé el teléfono a la oreja.

—¿Hola?

—Tienen que venir ya.

Me incorporé, confundida.

Hablando con la lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora