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10. Aquel padre nuestro

Desde el inicio James Potter no pretendió ser más de lo que era. De niño fue lo suficiente holgazán para no ocuparse más que del placer, resulta que nacer noble le proporcionaba una pequeña libertad respecto a la vulgaridad de la vida del común.

Su esparcimiento venía envuelto en agradables capas de risas y vagabundeos, era el conflicto con otro y la victoria que le precedía a la ofensa. El momento favorito de James era aquel, cuando su adversario comprendía la desdicha de la derrota.

¿Pero que enemigos puede tener un niño más que otros estudiantes? Como el milagroso hijo de sus padres para él su existencia propia era un regalo, una vez en Gryffindor (como debía ser, por supuesto) creo de sus compañeros los juguetes que abandono en el hogar ancestral.

La mayor parte del tiempo canuto solo le seguiría el juego porque encontraba su propio gozo en la adrenalínica experiencia del rebelde y esa popularidad infame que persigue a los infractores.

Entonces sí, James era vil. Desperdicio la adolescencia persiguiendo otros niños y jamás pretendió algo menos que la culpa que merecía porque bueno, él podía vivir con eso y con quien era.

Puede que muchos apuros no fueran más que ideas fabricadas por Sirius y él, siempre demasiado inquietos, demasiado audaces para ser contenidos. Pero al final del día solo eran chicos favorecidos jugando a ser crueles, hasta que la vida los alcanzo y las bromas fueron demasiado pequeñas para contener sus impulsos.

A James no le importaba Snape. No era un hipócrita, lo odiaba hasta los huesos (...repugnante criatura...). Pero aquella travesura tan próxima al final de Hogwarts bien podría haber costado más que su vida.

¿Qué habría sido de Sirius Black tan fresco y tan joven si Dumbledore hallara los restos destrozados de Snape en aquel pasaje? Por primera vez en una vida de suerte sintió horror.

Ya lo amaba, por supuesto. Pero aun no era su tiempo, tal vez todo fuese escrito para que Harry existiera cuando y como.

En el momento que sus padres faltaron y fue dejado atrás para sobrevivir en la guerra supo que las aventuras de la infancia no eran precisamente juegos del todo simples. Hoy como adulto los jóvenes no le resultaban las mismas criaturas frágiles que a los ojos de sus colegas, de pronto el mundo parecía peligroso pues tenía la habilidad de alcanzar a su hijo.

James no despreciaba a Snape como el estudiante cascarrabias que en su momento fue, le respetaba por el maestro y duelista para el que creció ser. No perdonaría su colaboración en el ataque de Halloween ni simularía apreciarlo, pero no buscaba enfrentarse a él ante cada oportunidad.

Sabía que lo atormentaría eternamente como una sombra de sus recuerdos, porque muy dentro de si no había podido dejar de ser el niño abusado que fue herido por él. Verlo día tras día y ofrecerle aquella cordialidad que tanto le agraviaba era una pequeña y por el momento suficiente parte del castigo que merecía. James que hace años inicio su propia penitencia no tenía habilidad para juzgarle, sabia por experiencia que la vida se encargaba de lo propio.

Sirius en el otro extremo no solo no podía observar el rostro de Severus sin que ideas incorregiblemente malintencionadas le nacieran. De joven canuto solo se sentía disgustado por la apariencia y tendencias del hombre (alimentadas por su propia influencia), pero una vez cayó el peso de la muerte del bebé Potter todo este roce infantil se deformo en rabia asesina.

Era descarado y mortífero, y James se sentía tan avergonzado de frenarle cada vez. Pues quien era él sino el matón reformado de su infancia y padre del niño asesinado por el que Sirius buscaba venganza.

El castillo en nunca jamásDonde viven las historias. Descúbrelo ahora