22

175 27 10
                                    

22.       Una pareja hecha en el cielo

El respetable director Severus Snape, digno y versado como muy pocos de su clase, escuchaba en silencio a su colega (único al que había considerado dentro del plantel como no menos que un igual) pavonearse por cuarta vez ante el resto de la mesa alta. Esperando que alguno fuera lo suficiente iluso de preguntar sobre el pañuelo en la solapa de su túnica.

Aunque siempre muy formal Riddle no acostumbraba usar túnica durante la cena, y entonces ya llevaba dos noches de esta forma. Cada vez más frustrado y desdeñoso de ellos, que no se animaban a halagar su obviamente preciosa adquisición.

Siendo sinceros Severus no veía lo especial en aquel burdo trabajo de bordado. Pero en todo caso cada vez que Black vislumbraba la tela adquiría un semblante enfermo, lo que lo hacía inmensamente feliz. Y es solo por eso que estaba dispuesto a contemplar cada vez la excentricidad del mago.

Fue Pomona la que no lo soporto más, y con su amable vocecilla comentó durante el postre:

─¡Oh! Tom, qué adorable trabajo. ─sonreía muy mal, con una mueca bastante fea. Los labios del director se curvaron al presenciarlo─ ¿Dónde has conseguido algo tan exquisito?

Las conversaciones en la mesa bajaron de volumen, e incluso Hagrid aporreo con más gentileza el cubierto contra el fondo de su plato. Los ojos de los profesores cayeron con ese tímido aire chismoso sobre el par, esperando  bastante resignados hacer frente a la incipiente soberbia de Riddle.

Lo habían postergado porque ninguno soportaba demasiado al mago, y porque lo que fuera que le complaciera de aquel pañuelo no necesitaban saberlo. Siendo tan excelente en la vida, era casi una mezquindad continuar desfilandolo ante otros.

Tom de pronto se sentó muy recto en la silla. Y con satisfacción casi palpable sonrió, antes de mirar con la nariz bien alzada al resto, deliberando de forma alegre si quizás era buena idea o no contarles sobre algo tan bueno.

─Fue un obsequio de cumpleaños. ─dijo después de un rato de lento disfrute, ni más ni menos. Llevó reflexivamente sus dedos a la tela y la acarició─  Hecho a mano.

Sirius se empino la copa de oro, como si quisiera castigarse a base de bebida y autodesprecio. Estaba tan pálido que Severus no descartaba que cumpliera su cometido y se llenara los pulmones de ese dulce vino afrutado antes de culminar la comida.

James, junto a él, lo tomó del brazo. Pero ante su toque solo pareció más triste, como si hubiera cometido un grave delito y es que tal vez fuese así porque con Sirius Black no se sabía nunca.

El director que desde su silla de terminaciones doradas y complicados detalles espiaba cada interacción, blanqueo los ojos desdeñosamente. Dirigió su atención entonces hacia el costado izquierdo, al puesto más alejado entre los maestros, pero su mujer no había llegado.

Frunció el ceño y la incertidumbre que llevaba tiempo echando raíces en su pecho se acrecentó. Había algo extraño en Lily, una cosa que un buen maestro de las artes oscuras comprendería sencillamente si no tuviera el juicio nublado por absurdo sentimentalismo.

Pensó en los ojos opacos de la bruja, turbios y complejos. Había en ellos una culminante realidad que negaría, porque había entregado todo para entonces y no se podía permitir perder el triunfo de lo que ese matrimonio reflejaba.

Pero la verdad es que aunque se opusiera, un mago como Severus no sería capaz de ignorar por completo el comportamiento errático de la mujer que había estado observando por más de dos décadas.

De pronto un miedo extraño le removió las entrañas, así que se recargó en su esplendorosa silla para optar por una posición que le dejara mejor acceso a la jocosidad de Riddle. Sin notar el paralelismo con Black, se llevó su propia copa a los labios y tomó un largo sorbo de vino, porque tal vez el licor ahogaría tal asfixiante incomodidad.

El castillo en nunca jamásDonde viven las historias. Descúbrelo ahora