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25. Harry a través del espejo

Era un lugar que no entendía. Había demasiada paz, no como en la muerte sino parecida a aquella que viene de la cotidianidad. Ni aun con James y Sirius había tenido tal sentimiento.

Su conciencia traspasaba las leyes de la magia, observando el mundo desde la lejanía y a toda velocidad, tal y como si pareciera que algo deseara mostrarle una cosa muy obvia.

Miro a los magos transitar con aburrimiento por el mundo bajo él, metidos en sus asuntos triviales, con las narices hundidas en vidas frívolas. Que encanto y que envidia.

Nadie lo vio.

Estaba confundido, pues aquellas calles y esa gente le resultaban de una familiaridad escalofriante. En un sentido diferente al que lo habían hecho las perfectas instalaciones de Hogwarts (que siempre habían sido como debían ser, un perfecto calco a sus recuerdos fragmentados e imaginación pobre).

Se enfocó en ellos. En la búsqueda de un par de ojos conocidos o una pelambrera pelirroja, para olvidar lo que su dulce madre sangre sucia (como bien se referiría Tom) le acababa de hacer.

¡Qué difícil resulta odiar a una madre! Incluso una a la que conoces poco, y cuya cercanía se debe más a expectativas y sueños.

Mucha gente le había hecho daño, tanto que en ocasiones se olvidaba o lo pasaba por alto. Y puede que se equivocara en esto, pero qué minúsculo grado de importancia le daba que ya ni siquiera pensaba demasiado en su envenenamiento o lo que parecía ser su muerte.

¿Era un fantasma ahora?

Sus ridículas aventuras parecían incapaces de culminar. Pero no quería estar ahí ni así, no le importaba lo que Lily hubiera hecho o no, pues en su mente pesaba la preocupación y ansiedad de regresar a Sirius y James, y Tom.

Su conciencia incorpórea se enredo en una rafaga que lo hizo girar con un grupo de hojas secas, junto a ellas viro en el aire siguiendo corrientes, hasta un hombre que habría una cabina telefónica. Se apretujo contra el pobre tipo, el viento frío le tiró de la túnica, lo que lo hizo ver un poco molesto.

—¡Reunión de emergencia a las cuatro de la mañana! ¡Vaya barbaridad! —mascullaba el mago, enredándose con fuerza una bufanda de franjas azules al cuello.

Harry que tuvo bastantes consejos de guerra inesperados en el pasado, a horas igualmente desafortunadas, sintió por él un poco de la camaradería especial entre trabajadores miserables y explotados.

En el interior de la cabina, fueron succionados por una magia bastante curiosa que lo dejó dando vueltas en torno al mago. Cuando lo noto, este caminaba a paso recto y formal a través de un enjambre de personas.

Salvo por el gran comedor, Harry no había visto a tantos magos congregados pacíficamente en un lugar. Bueno si, pero las personas harapientas del campamento distaban mucho de ser considerados pacíficos o... personas.

Eran lunáticos, consumidos por la depresión, ansiedad y el estrés post traumático. Criaturas de puro instinto enfocadas en sobrevivir. Ver a centenares de brujas y magos adultos bien vestidos, educados y civilizados era un paisaje abrumador para Harry, que casi pierde de vista a su buen amigo.

Fue deprisa trás él, con una ventisca suave. Ni siquiera noto la estatua que se erigía en el centro de la aglomeración, si lo hubiera hecho se habría sorprendido de verse replicado en mármol, yeso y grandeza.

O tal vez su ánimo se vería afectado, al notar los grafitis malintencionados decorando la parte baja de la viejísima túnica de alabastro, misma que al igual que toda su persona fue perfectamente inmortalizada.

El castillo en nunca jamásDonde viven las historias. Descúbrelo ahora