19

307 37 8
                                    




19.       Sobre la corrupción de la magia

Harry extendió las manos tanto como pudo, estiro cada dedo y frunció la nariz de esa forma tan curiosa, pero no paso nada.

Estaba solo en las recamaras. Sus padres se habían desvanecido en una quisquillosa nube de amor, una gentileza que sabía apreciar porque ningún hijo debía de oír tales y profundas declaraciones. El permaneció abriendo los últimos regalos hasta que se le ocurrió ocuparse en meditar sobre su ahora atrofiada magia.

Estaba seguro de realizar cada paso igual a como Tom lo hizo actuar, incluso y si valía de algo se encontraba más entusiasmado con la idea pues había probado lo que era la dicha de la magia real y no esa versión caótica que solía ser su compañera. Pero no pasaba absolutamente nada, cuando antaño sucedía completamente todo.

Se deslizo entre los papeles de regalo, seguro de haber arrojado en algún lugar esa fea rama que James le había prestado. Pero no mucho después se distrajo tomando el gran paquete envuelto en papel azul, y que había sido arrojado a lo más profundo del árbol.

Harry casi se había olvidado de Snape y Lily, ya que en realidad no había esperado recibir los pensamientos de alguno. El director porque simplemente no lo apreciaba, y su madre debido a esas ideas que le viajaban a un ritmo que no podía seguir. Hace poco tiempo había decido no autoinfligirse persiguiendo cualquiera de sus gestos y como resultado casi se había olvidado de lo feliz que lo hacia su amor.

Que ese obsequio se encontrara exiliado de toda la belleza del árbol podría tener algo que ver con su padrino, pero Harry no puso esta travesura en sus ojos. Las relaciones entre los adultos eran complicadas, pero no realmente su ocupación.

El matrimonio había enviado un elegante juego de pociones que reposaba sobre un paño aterciopelado. Debía ser muy costoso y fino, sin duda utensilios dignos de alguien diestro y versado, o por lo menos un mago lo suficiente interesado en la materia para saber apreciarlo. Se sintió un poco incomodo con aquello entre las manos, sin saber donde ponerlo.

Hasta que, en una esquina y casi oculta por terciopelo, otra cajita de aspecto delicado llamo su atención. En el interior Harry encontró un regalo mucho más agradable que esas herramientas tan pretenciosas: Un esponjoso pastelito de chocolate casero. A su lado una pequeña nota, recortada en la forma de un león.

El mago sonrió algo tímido, leyendo la dedicatoria de su madre. Y con reverencia probo un trozo, aunque no tuviera gran apetito, después de todo era el primer postre que Lily preparaba especialmente para él. 

Ni siquiera sabía tan bien como las preparaciones más sencillas de Molly Weasley en medio de la guerra, pero entonces la mujer era una cocinera experta y Lily apenas se apañaba con la experiencia casera de poco más de un año.

No que tuviera que ver en realidad, pero Harry se deshacía en excusas, después de todo.

Limpio hasta la última migaja y se recargo contra el sofá, observando con ojos satisfechos y una sonrisa tonta el gran árbol. Se sentía completamente feliz, podría morir en ese mismo momento y entonces estaría bien porque había tenido padres que le querían y experiencias tan hermosas como un sueño.

Tal vez solo por capricho, o porque una parte de él aún no aceptaba lo inevitable, volvió a agitar las manos. Esta vez un poco más descuidadamente.

Harry no se lo esperaba, y apenas tuvo tiempo para recordar su propio trauma antes de esquivar las ramas envueltas en incandescentes lenguas de fuego que vinieron sobre él.

De las manos tan pequeñas, tiernas y hermosas, terroríficas llamas consumían el antes hermoso árbol navideño. Pronto el fuego que parecía tener espíritu propio escalo en otras direcciones, tal vez ideando las formas más macabras y lentas de atraparlo.

El castillo en nunca jamásDonde viven las historias. Descúbrelo ahora