15. La serpiente y su mago
Tom miro con repugnante apatía el cuadro que se balanceaba en los brazos gordos de Horace Slughorn, el viejo borracho le reía las ocurrencias al otro con la soltura y negligencia de los muertos. Desconocía el origen de la botella que se balanceaba en la pintura y tampoco tenía intención de descubrirlo. Aunque las encantadoras risas que se oían desde la esquina derecha de la mesa dejaban bastante en claro.
Tom no tenía gran impresión sobre Sirius Black, pero si a de buscar al responsable de descifrar su hechizo por el puro placer de llevar alcohol al retrato de un desequilibrado solo podía ser otro igual. Por supuesto, la sonrisita de perro que se gastaba en ese momento observando al viejo cacarear en su marco era prueba contundente de la teoría.
Black estaba junto a James Potter, los dos combinaban tan bellamente que para seres un poco menos afortunados y más solitarios como Severus Snape resultaban una imagen repulsiva. A Tom, con sus trajes dorado y vino tinto respectivamente, le daban un poco de gracia; no porque les considerara desagradable sino porque tan bonitos como eran le hacía extrañarse el porque esa realidad costo tanto.
El tiempo por supuesto había jugado como siempre un papel importante, y Tom (o la parte de él a la que le gustaba echarle la culpa de la mayoría de las cosas, Voldemort lo llamaban) no se los dio.
Black tenía esa expresión vivaracha y maleante del que se salió con la suya, cada poco espiaba a Severus por el placer de ver si la arruga en su entrecejo se había profundizado. El director tenía una relación igual de complicada que la de Tom con Albus y tampoco le hacia mucha gracia ver al cuadro pasar de mano en mano siendo más desenfrenado de lo que se le había visto nunca en vida, resultaba que el viejo comenzaba a experimentar su jubilación en pintura, magia y licor.
Los enormes ojos conspirativos de Black se volvían estúpidos al mirar a su amante y Tom sabía que James Potter le conocía muy bien las maldades, pero lo dejaba ser porque el mismo estaba podrido de bromas y diversión que solo un merodeador sabía alimentar con esa crueldad suya tan característica. La diferencia es que Potter se había acostumbrado poco a poco a la melancolía y no estaba seguro aún de como ser el mismo, además de que luchaba por adecuarse a la seriedad que un padre debía ofrecer a un niño.
Empujo las arvejas en el plato de oro y observo aburridamente su apariencia en el reflejo. Los años habían olvidado pasar por ese trozo de alma, y estaba tan perdido sobre qué hacer con esa libertad a medias que muchas veces olvidaba que si no la defendía volvería a perderla.
No soy Voldemort, se repitió cansinamente y como acostumbraba. Dumbledore lo había dicho, esa conexión era suya ahora para guiar, aunque el tiempo para acostumbrarse y ordenar su propio conocimiento escaseara. Pero nuevamente y gracias a Lord Voldemort, incluso gracias al propio Harry, tiempo era lo que menos tenía.
Miro a los estudiantes, en la mesa Gryffindor el joven comía confiadamente junto a Ronald Weasley. El oscuro resentimiento y esa rabia impura, el impulso homicida del que jamás lograría deshacerse completamente, lo ahogo. Pero siguió mirándolo y no pudo mantener una emoción fuera de ese escozor en el pecho y la inexplicable ternura.
Asqueado tomo un largo sorbo de vino y culpo silenciosamente a Dumbledore por meterle tonterías en la cabeza. Al final toda su palabrería estaba por volverle estúpido.
Debía vigilar al niño y custodiar la evolución de los eventos no por otra cosa más que su propio beneficio. La libertad era solo una regalía de lo que se salvaría al final.
Aún así mantuvo la mitad de su atención sobre el chico toda la cena mientras oía descuidadamente las ocurrencias algo ebrias de los maestros. Para cuando se servía el postre la expresión del hombre ya era oscura, no por el balbuceo de Hagrid como cualquiera esperaría, sino por el chiquillo rubio que se pavoneaba junto a los Gryffindor, tratando de pescar un hueco donde colarse.
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El castillo en nunca jamás
Fanfiction[ El reflejo no era un sueño, sino la pesadilla de lo no destinado a ser.] Su vida trató sobre deber. Desde el nacimiento hasta la muerte fue un periodo de caos destinado a nutrir su sacrificio, lo sabía y estaba bien con eso. Pero ¿por qué al morir...