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21.       El aniversario del diablo

A Harry comenzaba a irle mal esos días. En ocasiones su mente simplemente se extraviaba en recuerdos o desvaríos arrastrados por las fantasías de una vida muy dura, y como soldado que no ha sabido dejar su guerra por la paz, estallaba en toda esta furia y pánico destructor que amenazaba su bienestar de misma forma que los recursos de la escuela.

Entendía como ocultar esa demencia incipiente, igual que la pena que le embargaba el corazón cada vez que comprendía más y más que se estaba muriendo. Pero ahora que todo era tan bueno solo empeoraba la impotencia y el deseo de no querer irse.

Se había alejado del amor asfixiante y tan perfecto de sus padres porque tenerlos solo los haría participe de esa enfermedad, y reemplazaría las memorias que habían construido sobre su imagen por la de un muchachito agonizante y que ya no parecía su hijo.

Harry cargaba con el peso de una muerte inminente y la humillación del héroe que cae a lo más bajo de su honorable dignidad en silencio, sin embargo, no olvidaba ciertas cosas.

Aquella noche vieja, esperada como cada celebración no era solo la despedida de un año de cambios y bendiciones, o la bienvenida a uno que tal vez no viviría para conmemorar. Era, igualmente, el cumpleaños de Tom Riddle.

Harry para este punto era bastante nostálgico y reflexivo, como la mayoría de aquellos que se acercan al ocaso de su vida. Esos días siempre había recordado la habitación tan fría de Tom en navidad, y toda su sorpresa cuando le dio el triste postre preparado por un elfo.

Su corazón dolía al imaginar otro cumpleaños solitario para el hombre que ahora aceptaba no había cometido los crimines que su contraparte, pero si experimentado su difícil pasado.

Tenía tanto oro como recursos, pero Harry no pensó en comprarle nada. Siendo Sirius el indiscutible amo de la sastrería acudió a su experiencia autodidacta para recortar y cocer torpemente un trozo de tela bastante prometedor.

El animago no dijo ni invadió sus ideas con la preocupación y curiosidad tan clásica de la paternidad, se limitó a llenar las expectativas de Harry con lo poco que había descubierto y a prestar su magia para aquello donde un encantamiento era necesario. Agitaba su varita y decía un par de palabras graciosas con bastante elocuencia, con el tacto suficiente de no preguntarle porque cuando había sido tan bueno en ello antes, no lo intentaba por sí mismo.

En eso trabajaron mucho tiempo, porque Harry no se convencía de que la calidad de su artesanía fuera lo suficiente buena para un hombre tan digno como Tom, cuando ocurrió la gran calamidad.

James regresaba de un entrenamiento de quidditch bastante entretenido con hufflepuff cuando a los ojos de su hijo su apariencia se desdibujo hasta no ser la imagen amada y reconocible de siempre. Al principio Harry no dijo nada, comprendiendo y acostumbrado a esos vaivenes de una conciencia cada vez menos confiable, pero entonces el cerebro que hasta entonces funcionaba entendiendo que eso era tan solo otra crisis viajera, colapso.

Un gimoteo indefenso se le escapó de los labios, como el llanto de un niño desamparado. La tela y la aguja rodaron de sus manos y Sirius a su lado lo miro con sus ojos astutos bastantes alertas.

─¿Bebé? ─pregunto James, yendo apresuradamente a hincarse junto al sofá que ocupaban, y comprobar que sucedía.

Pero Harry no veía a James avanzando hacia él como varias otras noches, sino al malévolo Barty Crouch Jr que hizo tanto mal a los valientes de su ejército. Tan cruel y joven como no muchos guerreros en la luz, pues la mayoría de la juventud había sido asesinada hace tiempo para entonces.

El castillo en nunca jamásDonde viven las historias. Descúbrelo ahora