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16. Dentro del juego

La cosa con la gripe mágica es que nunca sabes cuando viene o como, y para cuando Harry se hacia la idea de esta enfermedad a la que se le había asumido su fiebre y delirio esta ya se había ido.

Pero Harry no creyó los cuentos que Madame Pomfrey se sacó de la manga para justificar esa rareza que vino y se fue. Pues si bien era experta sabía que estaba tan desconcertada como el mismo, y que toda esa sangre extraída no tenía por motivo más que buscar una explicación que no sabía darles a sus padres.

Antes que tuvieran motivos para viajar a San Mungo Harry estuvo de pie nuevamente. Si todo se desarrollaba correctamente no volvería a enfermarse de forma inexplicable, la gripe mágica no era esa especie de dolencia.

Sin embargo, podía apreciar por las cejas fruncidas de la bruja que no estaba satisfecha con la pronta recuperación y diagnóstico, y que planeaba revisar tal vez para su propia tranquilidad otras opciones.

Si había una persona que pudiera compartir silenciosamente sus ideas era Snape, porque lo miraba con ojos complicados y sin separarse de ese oscuro rincón al que se había adherido. Su presencia era pensativa y casi tan devota como la de su mujer.

A Harry le dio un poco de asco su atención, pero una noche y media mañana de fiebre lo dejaron incapaz de abrir la boca para quejarse.

El director en ningún momento dijo o demostró nada, a diferencia de Madame Pomfrey. Seguramente porque para empezar no era su lugar ocuparse de la salud de un joven mago que ni siquiera estudiaba en su escuela, por más hijastro que este fuera.

Harry no hizo en falta su preocupación, sino que por el contrario agradeció la ausencia, si Snape hubiera demostrado algo parecido definitivamente se habría retorcido en su cama de enfermo. Además, tenía suficiente con toda la calidez que Sirius y James representaban, incluso se incomodaba ante la torpe presencia de Lily que simplemente no era buena fingiendo ser algo que no se le daba naturalmente y que parecía fuera de lugar todo el tiempo.

Ella se sentó a un costado de la cama, resistiendo a los ojos poco convencidos de Sirius que nunca parecía estar feliz con ella. Cambiaba manualmente las compresas frías de su frente como si la magia fuera insuficiente para mantenerle sano, y de vez en cuanto se volteaba a mirar a James con sus preciosos ojos de gacela que a día de hoy perdían belleza.

Harry estaba indudablemente feliz de tenerla y se regocijaba ante cada atención, pero no podía omitir como su madre sin duda se preocupaba más de conseguir los ojos de James que de su salud.

De todos modos, sus intenciones no la llevarían a ningún lado. El hombre apenas había reparado en ella, porque al igual que Sirius estaba tan ocupado como una desafortunada abejita trabajadora.

Mientras el director tenía la holgura para permanecer tan extrañamente en la enfermería junto a su esposa, los Potter-Black habían dado vueltas todo el tiempo desde la enfermería hasta Gryffindor. Sus rostros empalidecían de preocupación por su cachorro, pero tenían la obligación de cuidar otro puñado de niños alborotadores que tras la influencia de Halloween habían enloquecido en alegría festiva.

Sirius se paso la noche rumiando la traición, porque después de alimentar el caos en esas pequeñas mentes durante épocas tranquilas, se le había regresado todo y de la peor forma.

Lo mal que ambos la habían pasado solo ellos lo sabrían, pero algo se podía intuir por sus rostros demacrados y la ansiedad. Durante algunas horas todo el dolor que sufrieron ese Halloween de 1981 regreso. Temiendo que por simple que fuera, esa fiebre les quitara al bebé.

El castillo en nunca jamásDonde viven las historias. Descúbrelo ahora