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Los secretos de los muertos

Harry contempló la tapicería con expresión aburrida, extraviado en pensamientos increíblemente profundos. Estaba pálido, con la nariz roja y los ojos aún brillando de lágrimas acumuladas. El retrato de Albus Dumbledore en la pared a su vez lo miró pacientemente.

El viejo tenía las manos entrecruzadas y una sonrisa tranquila. Como cada vez que sucedían cosas asombrosas Harry corrió hacia él, porque aunque no estuviera listo para hablar su presencia auguraba que todo podía arreglarse.

No era tanto por las muertes que acababa de presenciar, no era así de hipócrita. Aunque tales desenlaces fueran un gran estímulo, a Harry le aterraba más lo que toda esta nueva información significaba.

Ahora tenía muchas cosas de las que estar feliz, también tenía miedo porque perderlas era increíblemente sencillo.

Miro la oficina del Director. Snape no estaba por ahí y aunque lo hiciera, puesto que Harry ahora sabía que no era realmente alguien, ni siquiera se molestaría en aparentar cortesía. Este era un lugar que reunía muchos cachivaches curiosos que por un segundo lo distrajeron, preguntándose si en su tiempo había tenido la misma apariencia desordenada. Los otros directores le devolvieron la mirada desde sus marcos pareciendo bastante remilgados, pero no interesaban ni un poco al mago.

Después de mucho tiempo (tanto que parecieron horas) abrió la boca, pero descubrió que la sentía muy seca y su voz era ronca.

─Creo que matamos a Arthur Weasley. ─dijo.

Incluso en tal situación los ojos de Albus resplandecían con una astucia picaresca.

─Nunca estuvo vivo.

Ambos se miraron. Albus sonrió más como un chiquillo travieso que como un anciano confiable, y Harry dudó de si debía continuar con esa conversación. 

─¡Todo ese té apestoso para que me callara y al final no pudo resistirse a tus ojos! ─suspiro el retrato.

Dumbledore tamborilero los dedos preparando sus palabras. Miró a Harry largamente, como si estudiara la forma de decirle las cosas.

─Cruzar el espejo fue demasiado para ti, que nunca estuviste completamente bien. ─dijo como si tuviera la conclusión de un gran problema, Harry ladeó el rostro─ Pero es que era la única forma y aunque fue otro yo coincido con sus decisiones. También lo hago con el aprecio que motivó este desordenado plan.

─Nunca he hecho tal cosa. ─Harry respondió entre dientes, frío porque algo muy profundo cobraba vida en su mente.

─No que puedas recordarlo. Veras, se requiere de una mente en extremo ordenada para sobrevivir a los horrores de la muerte, incluso para el maestro que lleva sus reliquias.

Imágenes de caos paranormal cruzaron la memoria de Harry. No era un desorden normal, tampoco cualquier cosa que hubiera visto antes ni que pudiera comprender. Eran penumbras y niebla creada por los últimos rastros que quedaba de un aliento antiguo, pero en tal oscuridad Harry era capaz de encontrar todo un mundo de dolor culminando en odio. Miles y millares de desgraciados, que ni siquiera tendría jamás el gusto de volver a ser, suplicando por lo que fue.

Todo a su mente, banales segundos de poder.

Señales intermitentes recolectadas por el esperado gran maestro, el dolor de miles para él.

Sus sienes quemaron en agonía y bramando incoherencias se atizó golpes en la cabeza hasta quedar sin aliento. Entonces el recuerdo desordenado de esa realidad anárquica desapareció, pero los gritos agudos del más allá perduraron como ecos inconclusos.

El castillo en nunca jamásDonde viven las historias. Descúbrelo ahora