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OHM

— ¡Esta radio es una mierda! — exclamé, toqueteando el aparato, intentando sintonizar de una buena vez algo de mi agrado. Por alguna razón no podía parar de reír mientras lo hacía. De acuerdo, si lo sabía. Me estaba riendo de que Nanon se había puesto a bailar de forma extraña alrededor del fuego. Él iba escuchando los diferentes ritmos que salían en la radio, y cada vez que yo cambiaba de frecuencia, él cambiaba su forma de bailar. No podía evitar carcajearme mientras le miraba desde la tienda.

— ¡Oye, deja esa! — gritó sonriendo de oreja a oreja cuando escucho en la radio la canción que estaba comenzando. Deje de tocar el aparato y me limite a observarle — Ven a bailar conmigo Ohm — gritó, sin dejar de dar vueltas alrededor del fuego.

— Prefiero ver — reí.

— Ohm por favor, no seas abuelo y ven a bailar conmigo — sin pensármelo más me puse de pie y caminé hacia el inquieto Nanon, moviendo luego mi cabeza y mis hombros con la música. Él sonrió al verme y luego siguió cantando a gritos, moviendo sus brazos como si fuera un pulpo.

— ¡Me siento muy raro Ohm! — exclamó sonriendo. Parecía drogado más que borracho. Seguí riendo al ver que no dejaba de bailar — ¡No puedo parar! ¡Ayuda!

— ¡Estás ebrio tonto! — grite carcajeándome y me acerque a él, algo tambaleante, al parecer yo también estaba mareado ya, lo cual era estúpido porque no recordaba haber bebido tanto. Agarre su brazo derecho y tire de él hacia mí, parando su danza.

— ¡Déjame en paz, quiero bailar!

— Pero si tú me has pedido ayuda hace un momento.

Caminé con él hasta la tienda y lo senté allí como si fuera un niño pequeño, apagando luego la radio porque la música ya empezaba a estresarme. Se quejó en voz alta cuando ya no escuchó el sonido y se dejó caer sobre las mantas.

— ¿Por qué la apagaste Ohm? Yo quería bailar. Yo quiero bailar — se enderezó para ponerse de pie pero antes de que pudiera hacerlo yo lo empuje del pecho y lo deje tendido sobre las mantas una vez más. Gateé dentro de la tienda y me senté a su lado, quedando completamente dentro de nuestro refugio.

Una vez adentro me empecé a percatar que mi compañero de pestañas bonitas está perdido viendo hacia el firmamento, se notaba maravillado.

— ¿Está permitido que haya tantas luciérnagas en el cielo?

— Son estrellas.

— ¿Y por qué se mueven?

— ¿Non te sientes bien? ¿Cuántas cervezas te tomaste?

— Solo dos, lo juro — respondió sin dejar de mirar al cielo.

— Yo creo que te bebiste más de dos.

— Y yo creo que tu madre se droga.

— ¿Por qué?

— Porque creo que lo que me diste no eran pastillas para el dolor de cabeza — reí una vez más haciendo que él también se carcajeara — ¡Estoy colocado!

— Entonces yo también lo estoy — celebré con él, sacando despacio sus pies de mi regazo — ¿Puedo acostarme a tu lado?

— Sí, desde aquí se ven más bonitas las luciérnagas — sonrió haciéndome un lugar.

Me acomodé junto a él, relajando mi cuerpo dentro de la tienda, y entonces deje que mi cabeza se apoyara en el suave césped obscuro, tal y como Nanon lo hacía. Ambos nos quedamos viendo el cielo y las estrellas que brillaban en silencio.

— Me dan miedo los sonidos de la playa — susurró con los parpados entrecerrados.

— Estamos en el lago, no en la playa.

Él solo sonrió, no sé si porque me estaba jugando una broma o si el efecto de las pastillas lo tenía muy confundido. Nos quedamos inmóviles un momento, intentando acomodar todas las sensaciones que estábamos sintiendo en nuestros ebrios cuerpos.

— Una vez conocí una mujer que me enamoro con su sonrisa — le dije, haciendo que él volteara su rostro para verme con atención — Pero ahora cuando veo y escucho la tuya me siento como un estúpido por haberme fijado en ella. La tuya me gusta más.

— ¿Puedes escuchar mi sonrisa? — preguntó sorprendido. Asentí, embobado por sus grandes pupilas que cubrían casi por completo el color de su iris — Cuéntame sobre esa mujer.

— Era mi maestra de matemáticas — admití, haciendo que el riera nuevamente.

— ¿Te enamoraste de tu maestra de matemáticas?

— Yo tenía solo siete años, pero aún recuerdo como me hacia el tonto para que ella me ayudara a resolver los ejercicios. Siempre sonreía al explicarme toda pacientemente...

— Que tierno. ¿Aun... la amas?

— No — sonreí con los ojos puestos en el cielo — Jamás podré olvidarle, pero ahora solo te quiero a ti.

Volteé mi rostro una vez más para mirarle, y me extraño descubrir que él se había llevado una mano al pecho.

— Creo que tengo algo en el pecho — murmuró angustiado.

— A ver — me incliné hacia él, poniendo una mano sobre su tórax. Abrí mis ojos sorprendido al sentir unos pequeños empujoncitos constantes retumbando contra la palma de mi mano — Creo que es tu corazón.

— ¿Qué le pasa? ¿Por qué quiere irse?

— Puede que se sienta muy encerrado y solo allá adentro.

— Pobrecito — nuestra conversación había dejado de tener sentido de un momento a otro — ¿Por qué me miras la boca? — pestañeé sorprendido al sentir sus dedos enredándose en mis cabellos, no me había percatado que estaba viendo esa parte de su rostro, hasta que él lo mencionó.

— No lo sé, me gusta tu boca.

— Oh... — se quedó un momento en silencio, como si le costara trabajo seguir con la conversación — Ella tiene todo el día sin hablarme.

— Eso es bueno. Puede que ella... Te haya dejado en paz al fin — sonríe al ver que él lo hacía.

— ¿Tú crees? — preguntó esperanzado.

— Sí... Ya no te molestara nunca más.

— ¡Qué bien! — festejó sonriendo de oreja a oreja — ¡Ya no tendré que llorar a escondidas de ti en el baño!

— ¿Lloras a escondidas en el baño? — interrogué riendo, por su mueca de felicidad extrema.

— Pues claro. No quiero preocuparte.

— Eres tonto — me carcajeé, sin entender del todo lo que él me estaba confesando. Suspiré, mirando la hermosa curva de sus labios, que me gritaban, bésame, bésame, bésame.

— Otra vez me estas mirando la boca — susurró, frunciendo el ceño con enojo infantil.

— Tu boca me está diciendo que la bese — expliqué.

Él solo se comenzó a reír como si le estuviera contando el mejor chiste del mundo. No entendía para nada las reacciones que estaba teniendo nuestro cuerpo, pero en ese momento no tenía la conciencia como para detenerme a pensar demasiado sobre aquello.

— Oye — me puse serio de repente, y él siguió mis expresiones como un espejo — Yo te conté un secreto, algo que nunca le había contado a nadie. Ahora tú debes decirme o confesarme algo.

— ¿Qué secreto Ohm? ¿De qué hablas?

— Lo de mi maestra de matemáticas.

— No sé... — bufó con cansancio — Creo que te he contado todo ya...

— ¿Seguro?

— ¡Oh! ¡Ya se! — se alegró de repente — Quiero hacer el amor contigo.





DANI

Sin luz || OhmNanonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora