XIII.

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3 A.M.

El tiempo había pasado rápidamente para Enzo. Había iniciado una partida en la play con Dybala a las once de la noche en la sala de estar del edificio, hasta que Paulo lo dejó solo para irse a dormir. Ahora, habían pasado cuatro horas desde que estaba en soledad, con la sala oscura, la única luz venía de la pantalla del televisor. 

El sueño se conciliaba sin permiso en él, entonces soltó el joystick y comenzó a caminar a su habitación.

La realidad es que de las cuatro horas de juego y soledad, solo dos fueron específicamente de juego y las otras dos, de umbría soledad. Me refiero a soledad imponente, necesaria. Soledad reflexiva, de esos momentos donde no querés que nadie interrumpa tu charla con vos mismo. Ese tipo de soledad. Sí, mucha soledad.

Enzo extrañaba eso de sí mismo. Tener un momento con él mismo era casi imposible al estar rodeado de muchas personas día y noche. 

Su charla con Agostina lo había dejado pensando en ella, aunque no quería hacerlo, porque sabía que probablemente ella no pensaría en él de la misma forma. Pero esos pensamientos casi que se esfumaron al decidir volver a su cuarto a dormir.

Solo tenía que caminar por dos pasillos, treinta metros hasta su habitación, cuarenta pasos. Ya iba pasando por las puertas de las habitaciones, hasta que una se abre de repente, sin dejarlo pensar.

Era la habitación de Julián, y de ella salía Agostina vestida con una camiseta de River con el número 9, el número de él.

Ella lo miró a los ojos, con una preocupación instantánea. Se preocupó porque Enzo los vea en ese estado, Julián en cuero y ella con los labios hinchados y los pelos revueltos. Se preocupó porque todo su avance se haya arruinado. Pero cuando fue a abrir la boca para decir algo, él se dio media vuelta y regresó a su habitación.

Su paso se aceleró y ya se encontraba acostado bajo las sábanas, a oscuras, pensante. No había dicho ni una palabra ante lo que había visto, no había hecho ningún gesto, ni tampoco había tratado de forzar odio en sí mismo.

Solo pensó y pensó hasta quedarse dormido. Soñó con traición. Se soñó disipado, soñó con su familia, con su ciudad. Mientras descansaba su cuerpo, su mente le traía recuerdos que ayudaban a volver a un lugar más seguro.

Realmente, estar lejos de su familia era más perjudicial que otra cosa. Enzo se acordaba de ellos todos los días. Había momentos en los que se sentía tan ajeno al resto que deseaba volver a ser un nene de seis años que jugaba a la pelota dentro de su casa y rompía cosas a pelotazos. Deseaba volver a esos momentos festivos de fin de año, rodeado de toda su familia entera. sintiéndose protegido tras su propia niñez. 

De igual forma, Enzo había entendido que ahora estaba formando una nueva familia. El Papu lo protegía como si fuera su propio hijo, sentía a Di María como un tío más que hace el mejor asado del mundo, y podía asegurar que en un par de meses más Lautaro y Paulo serían como sus primos de sangre. Eso era algo hermoso. Pero dos personas nublaban su vista, dos personas manchaban esa tela pulcra. 

Enzo despertó ese día abrazado fuertemente a la almohada, sin querer despegarse de ella y quizá deseando despertar estando en su casa con su mamá haciéndole el desayuno y dándole un beso en la frente.

...

Scaloni los había llamado a todos a reunirse en la sala de estar. Enzo se dirigió a paso lento, seguía apagado tras esa noche de sueño nostálgico.

-Enzooooo- lo llamó Lautaro desde el fondo del pasillo.- Esperame, boludo.- Se dirigió corriendo hacia él.

-Buen día.- saludó él.

𝗠𝗔𝗥𝗢𝗢𝗡 ⎯  julián álvarez & enzo fernández.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora