XXIV

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16 de octubre, 2022. Buenos Aires, Argentina.

Enzo llegó a la AFA con el pecho hirviendo.

Se bajó del auto con un desgano que retumbaba en sus propios oídos, aturdido. Después de ver el diario de ayer, su corazón quedó latiendo al revés.

Se sintió cabizbajo, vulnerable. Pero ese sentimiento era aplacado por su propia mente, por su propia preocupación. Un dolor que se intentaba calmar con más dolor.
Los pasos que debía recorrer hasta entrar al plantel desde el estacionamiento eran eternos. Eternos y agobiantes. Sabía que, detrás de la puerta del predio, encontraría muchas respuestas.

—Ey, Enzo.—habló Lautaro, cruzándoselo en la puerta.—¿Cómo andas, papá?—le preguntó con entusiasmo, cómo si no se hubieran visto por meses.

—Bien, bien.—los ojos de él rozaban el suelo constantemente. —¿Vos?

—Bien viste, acá ando. No sabes el tráfico del que vengo, el viaje estuvo terrible...

Lautaro siguió hablando mientras caminaban directo a la sala de juegos, donde suponían que todos se encontraban, pero sencillamente era imposible escucharlo. Su mirada concentrada en nada y en todo al mismo tiempo lo privaba de poner en foco en la anécdota pasajera de su amigo.
En su cabeza todo era un caos. El caos del que cuesta sacar belleza, donde esa virtud casi que no existe. Para una persona como Enzo, no existía el don de encontrar calma en el desastre.

Cuando entraron, todo estaba tranquilo. Yendo al punto: no había señales ni de Julián ni de Agostina. Enzo fue junto a Lautaro a sentarse con Dybala y el Tucu, que estaban jugando a la play mientras el resto charlaba.

—Che, ustedes no sueltan el vicio ni en pedo, eh—les dijo Lautaro, saludándolos.

El Tucu chistó con la lengua. -No jodas, estoy a punto de romperle el culo a Paulo, ¿o no, hijo?- eso último dirigido a Dybala, que lo mató con la mirada.

—¿A quién le vas a romper el culo vos? Tarado. —respondió Paulo, centrado en el juego. No bastaron ni diez segundos de silencio cuando gritó —¡GOL!

—Bien, bien Paulín. Así te quiero ver.—lo felicitó Lautaro.

Enzo miraba todo, pero no observaba nada. Los oía, pero no llegaba ni a escucharlos.

—¿Enzo? ¿Qué pasa, pa?—le dijo el Tucu. —Estás muerto boludo, ¿qué onda?

—¿Eh?— dijo Enzo. —Perdón.

—Daaa, estás en Babia.— dijo Paulo.

—Sh, déjenlo pobre. Volvió atontado—habló Lautaro.

Enzo sonrió, pero le costó hacerlo. ¿Qué tan mal podría sentirse por la noticia?
En su mente, todo estaba saliendo bien. Desde que ella llegó al plantel, algo lo había capturado. Notaba que era nostálgica, que le gustaba dormir pero no se daba el lujo, que podría pasar horas trabajando y nunca se cansaría de hacerlo. Veía su manera de caminar, siempre con confianza, pero a veces se opacaba debido a los nervios de estar en el medio del plantel de la selección. Veía que su pelo siempre estaba igual: rulos un poco desprolijos y el recogido que siempre la acompañaba, con un aroma que amaría tener cerca todos los días.
Esas cosas, lo que observaba de ella, las guardaba dentro suyo. Guardaba la magia que desprendía mientras vivía su sueño, aunque Agostina no lo supiera.

Mientras estaba sentado en el sillón, tratando de tapar sus pensamientos con el bullicio apabullante de las risas de los hombres, Scaloni entró.

—Bueno, muchachos. ¿Estamos todos?— dijo Lionel delante de los que ya estaban en la sala.

𝗠𝗔𝗥𝗢𝗢𝗡 ⎯  julián álvarez & enzo fernández.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora