"𝐋𝐨 𝐩𝐞𝐨𝐫 𝐪𝐮𝐞 𝐡𝐚𝐜𝐞𝐧 𝐥𝐨𝐬 𝐦𝐚𝐥𝐨𝐬 𝐞𝐬 𝐨𝐛𝐥𝐢𝐠𝐚𝐫𝐧𝐨𝐬 𝐚 𝐝𝐮𝐝𝐚𝐫 𝐝𝐞 𝐥𝐨𝐬 𝐛𝐮𝐞𝐧𝐨𝐬."
—𝐉𝐚𝐜𝐢𝐧𝐭𝐨 𝐁𝐞𝐧𝐚𝐯𝐞𝐧𝐭𝐞
Cuando abandoné el baño, estaba temblando.
Las lágrimas surcaban por mis mejillas sin control y estaba mareada. Jamás pensé que Frey fuese capaz de decir algo así.
No le reconocía. Desde lo sucedido ayer y lo que acababa de pasar ahora, era como si se tratase de otra persona.
Cuando salí un tanto desorientada al aparcamiento, no supe qué hacer. No quería volver a casa con los Stein, ya que eso implicaría ver a Frey y no estaba preparada para eso.
—¿Evelyn?
Me giré rápidamente saliendo de mis pensamientos para ver a Leigh detrás de mí, analizándome preocupada.
—¿Va todo bien?—me preguntó mientras se acercaba y colocaba una de sus manos en mi brazo.
Mordí mi labio inferior tratando de mantenerme alejada de llorar más y negué con la cabeza.
—No, yo...—tartamudeé ante su preocupada mirada—He discutido con Frey.
Leigh me analizó una última vez antes de apresurarse a hablar.
—Puedes venir a mi casa hasta que te encuentres mejor—me ofreció ella con amabilidad, causando que me sorprendiese levemente.
Ahora me sentía una completa estúpida por haberla juzgado tan mal cuando llegamos. Agradecida, me limité a apresurarme a aceptar su oferta.
—Gracias, de verdad—respondí con la voz temblando.
Leigh se limitó a sonreír con amabilidad y ambas nos dirigimos a su coche para ir a su casa.
✠✠✠
Sostuve en mis manos la humeante taza de té que Leigh me había ofrecido para calmarme y sequé mis mejillas con la manga del uniforme escolar que llevaba.
La ansiedad que había en mi pecho en el aparcamiento parecía que se había calmado considerablemente, cosa que agradecí.
Observé a mí al rededor la casa de los Fleming mientras esperaba a que Leigh regresase de la cocina. A diferencia de la nuestra, su casa estaba llena de elementos decorativos y era muy acogedora; estaba decorada con tonos cálidos y elementos religiosos, los cuales creaban el ambiente de un hogar acogedor.
O eso era lo que pretendían aparentar...
Corté ese tipo de pensamientos en seco, ya que tenía que evitarlos. Era verdad que ese pueblo estaba plagado de monstruos, pero los Fleming no tenían por qué ser como ellos.
Al cabo de unos segundos, Leigh regresó a la sala de estar y se sentó en un sillón a mi lado, antes de analizarme con cuidado.
—¿Te encuentras mejor?—me preguntó con suavidad, a lo que esbocé una pequeña sonrisa.
—Mucho mejor, gracias por tu ayuda Leigh—dije rápidamente, a lo que ella me dedicó otra breve sonrisa.
Ambas dimos un sorbo a nuestro té y el silencio se apoderó de la situación.
Eché una mirada de reojo a Leigh. Pude observar como en su rostro se estaba debatiendo entre si preguntarme lo que quería de verdad preguntar, o mantenerse en silencio.