"𝐋𝐚 𝐜ó𝐥𝐞𝐫𝐚 𝐧𝐨 𝐧𝐨𝐬 𝐩𝐞𝐫𝐦𝐢𝐭𝐞 𝐬𝐚𝐛𝐞𝐫 𝐥𝐨 𝐪𝐮𝐞 𝐡𝐚𝐜𝐞𝐦𝐨𝐬 𝐲 𝐦𝐞𝐧𝐨𝐬 𝐚ú𝐧 𝐥𝐨 𝐪𝐮𝐞 𝐝𝐞𝐜𝐢𝐦𝐨𝐬."
—𝐀𝐫𝐭𝐡𝐮𝐫 𝐒𝐜𝐡𝐨𝐩𝐞𝐧𝐡𝐚𝐮𝐞𝐫
𝐅𝐑𝐄𝐘 𝐒𝐓𝐄𝐈𝐍
Cuando al cabo de pasar un par de horas entrenando entré a mi habitación, lo que vi hizo que las horas que había empleado en el gimnasio para calmarme fuesen en vano.
Eve se encontraba sobre Heist en el suelo, abrazada a él, pero eso no fue lo que más me enfureció.
Las manos de Heist se encontraban colocadas un poco por debajo de la camiseta de Eve, en su cintura, tocándola.
Solo yo podía tocarla.
Solo yo podía estar así cerca de ella.
Dejé que la puerta golpease con fuerza el marco, dando un sonoro portazo y consiguiendo que los dos se despertasen de golpe.
Fue en ese momento cuando me di cuenta de que al lado de los dos, había una botella de alcohol prácticamente vacía.
Ambos al instante se incorporaron y se pusieron de pie.
—Tío, no es lo que parece, déjame explicártelo...—comenzó a decir Heist, pero solo consiguió que mis ganas de matarlo fuesen en aumento.
Sin pensarlo mucho me dirigí hacia donde estaba e ignorando por completo todas las súplicas y explicaciones de Eve, mi puño impactó con fuerza en la mandíbula del imbécil de mi hermano.
La sangre comenzó a brotar de su labio inferior, y no le dejé hacer nada más, ya que al instante le sujeté de las solapas de su camisa y le saqué de la habitación, para luego dar otro sonoro portazo.
—Frey, por favor no es lo que parece yo...—comenzó a decir Eve, pero me importó una mierda.
Pasé mi mirada por su cuerpo y luego la miré a los ojos.
—Túmbate en la cama-espeté con fuerza y al ver como no se movía me acerqué a ella y la tomé de sus mejillas—Ahora.
𝐄𝐕𝐄𝐋𝐘𝐍 𝐒𝐓𝐄𝐈𝐍
Frey estaba enfadado. Muy enfadado.
Se encontraba sujetando mis mejillas con fuerza, mirando mis ojos con frialdad, pero a la vez con una pizca de deseo.
Me alejé con cuidado de el para desvestirme, quitándome el jersey junto con los pantalones que llevaba, dejando ver el conjunto de lencería negra que llevaba, ante su atenta mirada.
A continuación me dirigí a la cama y me tumbé en el centro de esta.
Frey se sentó sobre la cama y me agarró del brazo, hasta quedar sobre sus piernas, boca abajo. Sentí como su mano recorría mis nalgas sobre la lencería y respiré hondo. De repente, sentí la palma de su mano contra mi trasero y sentí que la piel me estaba ardiendo.
Me dolió, pero a la vez excitó de alguna forma.
—Comienza a contar—dijo Frey mientras comenzaba a golpear mi trasero otra vez.
— D-Dos...
Su fría y dura mano golpeó mi piel.
— Tres.