"𝐒𝐚𝐛í𝐚 𝐪𝐮𝐞 𝐧𝐨 𝐞𝐫𝐚 𝐝𝐞𝐦𝐚𝐬𝐢𝐚𝐝𝐨 𝐢𝐦𝐩𝐨𝐫𝐭𝐚𝐧𝐭𝐞, 𝐩𝐞𝐫𝐨 𝐦𝐞 𝐞𝐧𝐭𝐫𝐢𝐬𝐭𝐞𝐜𝐢ó 𝐝𝐞 𝐭𝐨𝐝𝐨𝐬 𝐦𝐨𝐝𝐨𝐬".
—𝐉. 𝐃. 𝐒𝐚𝐥𝐢𝐧𝐠𝐞𝐫
A las pocas horas desde que Frey se fue, me incorporé levemente para mirar a través de la oscuridad de la habitación.
Estaba molida y me dolía todo el cuerpo; mis piernas estaban pegajosas y un gran ardor yacía entre ellas.
Mi cuerpo supuse que estaría lleno de marcas, pero debido a la oscuridad en la que se encontraba la habitación, era difícil de averiguar.
Por un momento valoré la opción de incorporarme y darme una ducha, pero estaba demasiado vencida como para siquiera levantarme de la cama.
Me dejé caer de nuevo sobre las almohadas mientras cerraba los ojos.
𝐅𝐑𝐄𝐘 𝐒𝐓𝐄𝐈𝐍
Cuando entré en la habitación, Eve se encontraba en la misma posición en la que la había dejado.
Una sensación de remordimiento se hizo paso en mi pecho, al recordar la dureza con la que la había tratado hace unas horas y como, simplemente después de haberlo hecho, me había ido.
Me acerqué con sigilo a donde ella se encontraba y con suavidad coloqué una mano en su frente.
Estaba bastante fría, así que con cuidado de no despertarla, me dirigí a mi cómoda de donde saqué una de mis camisas y con cuidado comencé a ponérsela.
Eve abrió los ojos medio dormida y me observó con cansancio.
—¿Frey...?—comenzó a decir adormilada y con los ojos rojos, mientras se incorporaba y me ayudaba a vestirla.
Terminé de ponerle la camisa y deposité un beso en su frente, a lo que ella suspiró con alivio.
—¿Puedes dormir conmigo, por favor?—me preguntó con cuidado.
No dije nada. Tan solo me limité a quitarme los zapatos y a meterme en la cama junto a ella, mientras nos arropaba con las mantas y abrazaba a Eve.
Ella suspiró y se colocó sobre mi pecho antes de volver a quedarse dormida.
Quizás, antes había reaccionado de una forma demasiado explosiva, pero tan solo la sola imagen de ellos dos juntos me volvía loco.
Cerré los ojos tratando de tranquilizarme y poco a poco me terminé durmiendo, con la furia aun corriendo por mis venas.
✠✠✠
Un golpe me despertó.
Al instante abrí los ojos y pude ver como la luz ya entraba entre las cortinas de la habitación, pero no sabía de donde procedía, hasta que escuché un quejido proveniente de Eve.
Me asomé a la cama y me la encontré tirada en suelo con las piernas temblando.
Esto debió haber causado remordimiento y culpa en mí, pero tan solo provocó que esbozase una sonrisa de orgullo.
—¿Necesitas ayuda?—pregunté burlón al ver sus inútiles intentos de levantarse.
Ella se limitó a resoplar y a fulminarme con la mirada.
—¿Es obvio, no?—respondió molesta.
Tratando de disimular mi sonrisa, me levanté de la cama y me incliné a ella para cargarla en mis brazos en dirección al baño.