"𝐐𝐮𝐢𝐞𝐧 𝐧𝐨 𝐜𝐚𝐬𝐭𝐢𝐠𝐚 𝐞𝐥 𝐦𝐚𝐥, 𝐨𝐫𝐝𝐞𝐧𝐚 𝐪𝐮𝐞 𝐬𝐞 𝐡𝐚𝐠𝐚."
—𝐋𝐞𝐨𝐧𝐚𝐫𝐝𝐨 𝐃𝐚 𝐕𝐢𝐧𝐜𝐢
Wilson era un pueblo perfecto.
O al menos esa era la imagen que querían desprender.
En el momento en que me bajé del coche, supe que algo no iba a salir bien y una sensación de respeto se hizo paso en mi cuerpo.
Las casas, al igual que la que los Stein habían comprado, eran oscuras, tratando de aparentar la perfección.
El cielo, en Wilson, estaba nublado como se podía ver en las pocas fotos que pude encontrar en internet y hacía frio, mucho frio. Como si toda la alegría de ese pueblo se hubiese esfumado.
Cerca de nuestra casa, solo había una, ya que por lo que había podido observar, eran las dos casas más grandes de todo el pueblo.
La verdad es que no presté mucha atención a dicha casa, ya que en el momento en el que estuvimos fuera del coche, me apresuré a entrar en la casa con Frey a mi lado en todo momento.
Por dentro, nuestra casa había quedado mucho mejor de lo que esperaba; sobria, pero elegante, con tonos apagados, pero los cuales contrastaban a la perfección con la anterior casa.
Cuando Frey y yo entramos en la que era nuestra habitación, me dejé caer derrotada en la cama.
Noté como el colchón se hundió de un lado y lo siguiente que sentí fue como Frey colocó su mano en mi cintura; atrayéndome a él, para luego rodearme con sus brazos pegándome aún más a su cuerpo.
Nos quedamos en silencio mientras trazaba dibujos imaginarios sobre la camisa que cubría su pecho.
—¿Qué te pasa?—me preguntó al cabo de unos minutos.
Y era eso lo que me preocupaba.
Para ellos, haber venido a Wilson era lo más normal del mundo, no tenían miedo, simplemente para ellos, era como una misión más.
Sin embargo, eso no estaba sucediendo conmigo; en el momento en el que atravesamos la entrada al pueblo, algo no me gustó.
Y más aun sabiendo lo que pasaba en el pueblo, lo que hacían todos esos lunáticos.
Les tenía miedo, tanto, que no me podía ni llegar a imaginar cómo sería compartir instituto con ellos.
Mientras unas lágrimas se comenzaban a acumular en mis ojos, mordí mi labio inferior para contenerlas, mientras escondía un poco más mi rostro en su pecho
—Tengo miedo Frey—confesé con la voz hecha una mierda—Este pueblo no me gusta... Lo que les hacen a las chicas yo... Tengo mucho miedo Frey...
No pude ni terminar la frase, ya que Frey al instante colocó una de sus manos en mi cintura para separarme de él y lograr que le mirase a los ojos.
Al mirarle directamente a los ojos, mi labio comenzó a temblar sin control y las lágrimas comenzaron a caer por mis mejillas.
Frey me analizó con cuidado. Él sabía tan bien como yo que estas situaciones nunca se le habían dado muy bien, así que se limitó a atraerme a su regazo mientras secaba las lágrimas de una de mis mejillas, mientras la otra mojaba su camisa.
—No tienes que tener miedo—murmuró con toda la suavidad que pudo reunir—No te va a pasar nada Eve, te lo juro—siguió diciendo mientras seguía secando mis lágrimas—Mataré a cualquiera que ni siquiera se te acerque.