Capítulo 12: Tenía que morir

46 12 0
                                    

Los chicos ya habían tomado la decisión de que hacer con Santiago. Montar otro espectáculo. Uno donde el competer miedo sería la base, el principio, y el final de este. Pero había que esperar a que el personaje principal despertara. De por sí, Santiago despertó en pánico, y el notarse atado en una silla, le causaba terror.

—Uno de ustedes me golpeó —mencionó con ese mismo terror, que iniciaba apoderarse de cada neurona funcional de su mente.

—¡Fui yo! No deberías tener un bate de béisbol a la vista. —Le certificó Chris con tranquilidad y cinismo.

—¡Desátenme! —demandó Santiago, haciendo movimientos bruscos desde la silla.

—¡Shhh! —Lo silenció Deborah, caminando hacia él. Lo veía con dulzura—. Te ves tan bien sometido, que quisiera verte así por el resto de tus días —agregó.

—Lástima que este sea el último —decretó Angela al instante en el que empezaba a sonar una música.

Chris se encargó de hacerlo. Sabrían que unos cuantos gritos aterrados saldrían de la boca de Santiago. Y para evitar cualquier alerta, lo opacarían con una relajada melodía. “Born To Die” de Lana Del Rey, era la música que sonaba en ese momento, de fondo.

—¿Qué pretenden hacer conmigo? —Su voz ya no era tan segura y vigorosa. Se entrecortaba por los trémulos de pavor.

—Aún no lo sabemos Santi —contestó Angela—. Yo pensé en cortar tu lengua, pero igual podrías escribir, entonces serían cortar las tres partes. Deborah sugirió cortar tus venas, y hacer que todo parezca un extraño suicidio, con sospechas de homicidio. Nada perfecto. Y Chris, objetó por darte un golpe más certero con el bate. Fracturar tu cráneo por completo —sonaba tan depravada y proterva. Quizás Santiago, debería haber empezado a retractarse de haberla llamado aburrida.

—Tenemos un gran dilema —refutó Chris, quien se acercaba ledamente cantando versos de la música reproducida—. “So choose your last words, this is the last time"(Así que escoge tus últimas palabras, esta es la última vez) —enfatizó en su canto...

—¡Vamos chicos! Ustedes no pueden. —La boca de Santiago flagelaba, ni siquiera podía pronunciar el verbo derivada del sustantivo “muerte”.

—¿Qué? ¿Matarte? —le preguntó Angela tan cínica.

Los ojos de Santiago se ensanchaban cada vez más y más. Tanto, que sus pupilas rodeadas del bello color miel de sus ojos, se hicieron una con el mismo borde.

—¡No por favor! ¡No diré nada! ¡Lo juro! —Santiago estaba suplicando y llorando a gritos.

—¿Cómo se le cree a un mentiroso? —Le dio Angela una bofetada—. ¡Dime, cariño! ¿Me estás diciendo la verdad? —exclamó y le soltó una segunda bofetada en su otra mejilla—. ¡Dime Santiago! —gritó más furiosa—. ¿Cómo hago para creerte y dejarte con vida, bebé?

—¡No lo sé! —siguió llorando muy aterrado, que ya no supo como detenerse.

Sus dos mejillas sonrojadas, con las marcas de la suave mano de Angela, parecían arder de dolor. A ella, al menos si le dolían ambos lados de su mano derecha.

—Ya me aburrí. Exijo que lo asesinemos ahora —pidió Deborah jugando con su cabello.

—¡No! ¡No pueden hacerme eso! ¡No! ¡Auxilio…!

Deborah lo miró con un entrelazado obcecar, que los ojos de Santiago veían a través de los ojos de ella. Le mostró lo ridículo que era, y su futuro descrito en un par de segundos.

—¡Ya cállate! Nadie te puede escuchar. —Deborah le aclaró a su mente con deseos de sobrevivir.

Chris, fue por un trapo de la estufa, y lo introdujo en la boca de Santiago. Callarlo por un momento, mientras ellos se apartaban a la cocina, para debatir como sería su supuesta muerte. Lo que en verdad los chicos hacían, era debatir si soltarlo o no. Era eso o matarlo, y lo segundo ellos no lo harían. Si tan solo hubiera habido una forma de desacreditar la confesión de Santiago, en caso de que decidiera abrir la boca, o un chantaje que lo mantuviera en modo mute; habría sido el cierre perfecto a su hocico. Pero no había nada, solo el miedo que ya había infundado en él. Así que, solo les quedaba arriesgarse con eso. Soltarlo haciéndole creer que su vida, estaba en manos de ellos.

La charla había tomado tal vez diez minutos, y la reproducción de tres músicas más, aparte de la que se colocó en un principio. En ese tiempo, había ocurrido algo inesperado, un giro extremo que nunca pasó por la mente de ninguno de ellos. La última música se unía con la situación, tenía una melodía tan siniestra, era como una canción del miedo y la muerte.

Al regresar los chicos a la sala, quienes tuvieron esta vez un ensanchamiento pavoroso de sus ojos, fueron ellos.

—¡Oh por Dios! —reaccionó Deborah.

—¡No! —expulsó Angela con destellos de llantos.

Chris tomó sus manos, y las detuvo para no acercarse más de lo que ya estaban. —Esto no puedo estar sucediendo —declaró con la misma respiración exaltada de las chicas.

A través de cada lugar penetrante de la casa, se escabullían los reflejos de luz de la luna, que chocaban sobre el rostro de los chicos, dejando en un enfoque perfecto las expresiones de estos. Era shock, horror y dolorosa consternación. Una mezcla tan difícil de digerir en un mismo segundo. Se les podía escuchar el latido de sus corazones, queriendo romper cada una de sus costillas. Sus miradas perdidas se centraban hacia un lugar en específico. El cuerpo de Santiago con una bolsa plástica en su cabeza, sin movimiento alguno, y sin señales de estar vivo.

¿Qué había sucedido? Él no podía haberse hecho eso a si mismo, seguía atado a la silla, su lugar de muerte.

¿Estaba realmente muerto? No lo sabían, había la posibilidad de que siguiera con vida.

¿Cuánto tiempo llevaba así? Puede que no más de diez minutos.

¿Quién lo había hecho? Ni la menor idea…

Demasiados interrogantes para un claro hecho que prácticamente ocurrió en sus narices.

—Hay que quitarle la bolsa —arrastró Angela las palabras.

—¡No! —Chris la detuvo una vez más—. Nadie se atreva a tocarlo. No podemos relacionarnos más de lo que ya estamos con este homicidio.

—¡Al diablo! —quitó Angela la mano de Chris de su brazo.

Se acercó al cuerpo de Santiago y retiró la bolsa de su rostro. Casi desvanece al suelo, pero Chris la sostuvo antes. Realmente Santiago había muerto. A pesar de que su cuerpo aún se veía con un color natural, y se mantenía con calor, sus ojos tan abiertos y con pizcas lacrimosas, estaban sin vida, se lo percibía en su mirada. Estaba más que esclarecido esa parte del hecho. Los ojos de una persona podrían hablar mil lenguas, sin decir una sola palabra. Pues los de Santiago, hablaban una lengua muerta que causaban escalofríos e inducía pérdida de la conciencia.

Espabiló Deborah un pequeño brinco, al sonar el móvil de Angela…

—¡Lo siento! Pero Santiago, tenía que morir —dijeron a la llamada. Era el Misterioso.

Debieron haber empezado a utilizar sus celulares en silencio rotundo, así no habrían tenido tantos exaltes, y de paso aseguraban no tener más de ellos en el incierto futuro que les esperaba.

—¡Maldito seas! ¡Mil veces maldito! ¡Ojalá ardas en el infierno! —desató Angela una serie de maldiciones en lloros sinceros. Le habían roto el corazón, pero desear la muerte, era demasiado. Santiago era un completo idiota, y mucho más, pero ella, ni los chicos, creían que asesinarlo era la solución. No veían que fuese ese, un castigo prudente para él.

—Al infierno iremos todos —reclinó él Misterioso.

—Estaba con miedo, él no iba hablar… no lo haría.

—¿Eso te lo dices para darte retractación a que también viste como única opción su muerte? ¿O porque eres bien estúpida? —Le preguntó el Misterioso.

—¡Porque así sería! —afirmó Angela.

—¡Bien! Es porque eres muy estúpida, entonces. Más temprano que tarde, Santi —hizo énfasis con sarcasmo en su nombre—. Hablaría con la policía y los hundiría sin pensarlo.

—En eso él tiene razón —refutó Deborah.

—¿Te volviste loca? —le disertó Angela.

—¡No! Él tiene razón con que Santiago al final hablaría, pero nosotros habíamos tomado la decisión de correr el riesgo —aclaró su expresión.

—¿Y que la muerte de Dave haya sido en vano? —cuestionó él Misterioso— ¡Eso jamás! Las decisiones ya no solo son suyas, es más, les advierto, que ustedes ya no tendrán ni razonamientos propios, si siguen tomando caminos tan estúpidos. No hagan que ponga mano dura sobre ustedes —les avisó amenazante—. Prefiero creer que estamos juntos en esto, a que los muevo por miedo. Juro que no querrán que vierta sangre mucho más cercana.

—¿No crees que deliras de más? —resaltó Chris.

—Para nada. Soy más ingenioso de lo que crees.

“Ingenioso”, él aquel era un hombre entonces. Su extorsionador al menos era claro con su género. ¿O esa palabra cualitativa en género masculino, era una ingeniosa distracción?

—A Santiago, lo asesinó Angela indirectamente —continuó él Misterioso—. Segunda vida que carga en sus manos. Yo solo ejecuto para resolver sus desastres. Ahora salgan de la casa de inmediato. Y-no-toquen-nada. —Apuñalaba el pecho con su voz.

—Angela ya quitó la bolsa de su cabeza. Tendrás que deshacerte de ella —sugirió Chris.

—Entendido…

Al instante, los chicos abandonaron la casa. Desde afuera, vieron con exactitud la espeluznante sombra del Misterioso, a una esquina de la ventana de una habitación, en el segundo piso. Retrocedieron fijados en dicha ventana, y sin casi poder respirar. El ver que el ente de los anonimatos tenía presencia real, era más intimidante de lo que pensaron. Era una persona de tejido común, como cualquier mortal, pero fundía el temor en sus corazones, como nunca lo habían sentido. Emanaba el terror de una hórrida anormalidad, sin descripciones certeras.

Regresaron a la fiesta, y así como la vez anterior cuando acababa de suceder lo de Dave, retocaron su imagen. El verse bien en todo momento, era imprescindible. Había mucho que se podía deducir con tu sola apariencia: seguridad, inocencia, perspicacia, inteligencia, sofisticación, sutilidad, sensualidad, moda… ellos tres, tenían todas.

Al llegar afuera de la casa, estacionaron el auto metros antes de donde se parqueaban la mayoría. Apenas había unos tantos jóvenes ebrios por el lugar, pero todos se encontraban dentro de casa. Tal vez nadie se dio cuenta que estaban ahí fuera. Deborah tomó su celular y llamó…

Minutos después, entraron por esa puerta muy altivos junto con John, ni Angela se inmiscuyó ante nadie. Había cosas más importantes en que preocuparse, que en las críticas de un montón de tontos adolescentes. Solo quedaba aparentar que todo estaba a la perfección. Sí, Angela era una ingenua engañada, pero no una derrotada. La vida era muchísimo más, que un corazón roto por la asquerosa imprudencia de un joven de dieciséis años.

LO MEJOR ES CALLAR: Deseo de Justicia [4to BORRADOR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora