Capítulo 08: Es tu novio, no tu fiel cómplice

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La tarde del jueves, un día antes a la fiesta de John. Deborah, Chris y Angela, se comunicaban por medio de una video llamada. Hablando de cuestiones y sincerando un poco sus corazones, Angela, tenía mucho por decir.

—¿Ustedes creen que deba contarle lo sucedido a Santi? —preguntó ella a los chicos.

El distanciamiento por parte de Santiago, hacia Angela, se había hecho muy notable. En el transcurso de los días, apenas y le había hablado en el colegio, y fuera, ni siquiera se veían. De ello se llevaban ya dos días en tal situación. No tanto para desesperarse, si se era consciente.

—No parece una buena idea —comentó Chris en un principio—. Las cosas no creo que funcionen de esa forma.

—Chris tiene razón, Angela. No te atrevas hacer tal cosa —apoyó Deborah.

—Pero chicos, es mejor contarle que alejarlo.

—¡Angela! —se acercó Chris más hacia el audio de la video llamada—. Es tu novio, no tu fiel cómplice de un casi homicidio —agregó susurrando.

—¡No puedes confiarle a ciega algo como esto! ¡No seas capaz de hacer tal estupidez! —insistió Deborah, muy seria y segura en sus palabras.

—¿De quién crees que estás hablando? —Angela se enojó por esa actitud.

Deborah más que discrepante de la idea de Angela, parecía que le advertía de ello. Su rotundo desacuerdo no era miedo, sino motivo de peligrosidad.

—¿Saben qué? —intermedió Chris—. De por sí todo esto ya es una locura, y si tu quieres confiar en Santi, hazlo. Estamos para apoyarte —rodó sus ojos hacia Deborah, con señales de que ella también secundara sus palabras.

—¿Qué sucederá si el requiere de ir a la policía? —preguntó Deborah en vez—. ¿Lo asesinaremos para que no hable? Porque hasta donde sé, sería la única opción faltante luego de implorarle, por lo contrario.

—¿Qué diablos pasa contigo Deborah? —enfureció Angela—. Te comportas como una maldita.

—¡Y tú cómo una tonta enamorada! ¡Tu afán no es para nada razonable, es estúpido!

—¡Basta! —gritó Chris…

—¡En serio debes estar tan pendeja como para querer apretar la soga sobre tu cuello! —cerró Deborah la video llamada...

Al instante en el que lo hizo, recibió una llamada que hizo que se exalte. Era una llamada del sin nombre. Dos llamadas en menos de veinticuatro horas, solo dejaba claro que ambos se confabulaban en algo. Sea lo que sea, no podría ser tan bueno que se dijera.

—No se si pueda hacerlo —dijo Deborah al celular.

—¿No poder, Deborah? Jamás te lo di como posibilidad. Te lo demandé —endureció el ser anónimo la voz, que, por su efecto, sonaba mucho más grave y afilada.

—¡Ok! ¡Lo haré! ¿Pero por qué hacerlo justo ahí? ¿Por qué hacerlo en público?

—Por que ese día asistirá la gente necesaria a la que quiero que llegue mi mensaje…

Un mensaje público para los habitantes de Heaven Grim, de parte de una persona que aún se mantenía anónima. ¿Cómo se encargaría Deborah de ser la intermediaria? ¿Qué era lo que tenía que hacer? ¿Por qué hacerlo sin que los otros se enteraran? Nada tenía sentido.

Dejando el tema del extorsionador de lado, Deborah estaba siendo objetiva. En parte, ella tenía razón, ¿para qué involucrar a alguien más al caos que ya vivían los tres?, y, ¿para qué arriesgarse con quedar tras las rejas, luego de todo lo que hicieron? El redimirse en ese ahora, era peor para todos, si antes ya callaron con el temor de pasar un par de décadas en la cárcel; seguir callando era más imprescindible que nunca, porque de seguro solo obtendrían unos cincuenta años de prisión, a la altura de las circunstancias que vivían en preciso momento.

En horas más tarde, Santiago, en un acto improvisado, fue hasta casa de Angela para disculparse por su comportamiento hostil. Aceptó que su novia tenía temas personales con sus amigos que a él no le incumbían. Por lo cual, no debía hacer berrinches de intrusión y confiar con que su novia le decía la verdad, cuando explicaba que solo se había estado sintiendo indispuesta. Ahí la razón a su distanciamiento.

De desconfianza y enojos, pasaron a besos y caricias. Angela era muy buena con la persuasión, y parte de ello, lo demostraba a la hora de hacerse la víctima ante Santiago. Los labios de Angela se aseguraron de encender las ansias de su novio, y sus dóciles manos, lo envolvían en deseo e ingenuidad de la situación.

—Me encantas —Le susurró Santiago al oído.

Él ya casi dejaba a Angela en pantis, empezaba a desabrochar sus descaderados jeans, cuando… el celular de Angela timbró fuertemente. Por alguna extraña razón, aquel sonido de llamada había sido tan exuberante, que los desconectó a brusquedad del momento.

—¡Ay no, bebé! —quejó Santiago cuando Angela dejó de comer sus labios para contestar la llamada.

Nadie respondió de aquel número desconocido. Era obvio quien había sido la persona que llamó. Eso creyó Angela deducir.

—¿Quién era? —preguntó Santi.

—Nadie.

Angela iba a soltar su celular, cuando timbró de nuevo, esta ves por otro mensaje. Era un video, un video más específico y detallado de la noche del “Incidente Dave Williams”.

Marcaba el minuto exacto de cuando Angela tomó la roca con la que golpeó a Dave, y el segundo preciso en el que la azotó sobre él, sin dudar, ni tambalear. Con un mensaje al final.

—“Hablar con quien no debes, se podría convertir en tú segundo más grande error de la vida”.

¿Tenía sentido ese mensaje, acaso? ¿A qué se refería la persona anónimo con tal nota?

Angela sintió como las lágrimas querían salir de sus ojos. Dio la espalda a Santiago, justo cuando estas empezaron a rodar por sus mejillas, mientras ella apenas, y parpadeaba.

—¿Angela, amor? ¿Qué pasa?

No respondió, intentó ser fuerte pero no podía más con los abrumares en su mente. Se quebró en llantos dejando caer el celular y corriendo a los brazos de Santiago. Necesitaba de un hombro en ese momento, pero sin pensar en el más allá de ese instante, no sabia que se estaba dejando a si misma en evidencia.

—¿Ahora si hablarás? —le cuestionó Santiago a Angela, luego de que esta dejara de llorar.

—No debería…

Se alejó Angela cruzadas de brazos hacia la ventana, como si se asesorara de no estar siendo espiada. Tocó la puerta para ver si estaba bien asegurada, lo estaba. Se mostró nerviosa.

—Cariño, prométeme que nada de lo que te diga saldrá de este cuarto —susurró frente a Santiago.

La habitación se había llenado de tanta incertidumbre, que causaba le a Santiago resequedad en su boca, e incitaba un miedo en sus ojos, de lo que sea que Angela tenía por decir.

Ella tomó sus manos y se sentó a su lado. —Recuerdas lo de este joven, Dave Williams —empezó diciendo.

—¡Por supuesto! No éramos amigos, pero pasamos algunas palabras, teníamos otros amigos en común.

—Yo… se exactamente que fue lo que sucedió la noche en la que casi muere —ambos se acoplaron a un rotundo silencio suspensivo...

“¿Cómo Angela sabría lo que le sucedió con exactitud? —se cuestionaba Santiago una y otra vez en su cabeza. Pero no la interrumpía, quería que ella continuara con lo que empezó”.

—La tarde del pasado domingo, Deborah recibió una llamada —se introdujo Angela en el relato…

—¡Oh por Dios! —resaltó Santi a media confesión.

Minutos después, Angela se puso de pie al igual que Santiago, quien en ese momento no podía establecer con ella, tanto contacto físico como visual. Dieron vueltas por toda la habitación, mientras Angela continuaba hablando. Los dos se habían sumergidos en lágrimas; uno por atenuante conmoción, y la otra pues, porque básicamente recordar lo que había hecho no era nada digno de admirar.

—Te juro que mi intención nunca fue matarlo, mucho menos dejarlo en coma —terminó diciendo Angela con la voz desgastada y llena de pesar, pareciendo que imploraba a la vez por un perdón.

Santiago quería controlarse a toda costa. Pasó su mano sobre alborotado cabello, sin saber que hacer. Su piel se hizo pálida, a tal punto que creyó que desvanecería. Sintió una sofocación y angustia, que no podía controlar.

—¿En qué pensabas cuando tomaste esa roca? —preguntó.

—No lo sé. Mi mente se aturdió, y cuando reaccioné ya era demasiado tarde.

Santiago continuaba dando vueltas alrededor. Era una incesante ansiedad y desgastante para Angela también, hasta que él se detuvo en la puerta de la habitación. Iba marcharse. Suspiró hondo, y se recriminó a sí mismo en sus pensamientos. Exhaló. Encontró algo de calma. Se retractaba con el silencio.

—¡Perdón! ¡Perdón! —exclamó extendiendo sus manos ante Angela, regresándose de la puerta.

Se abrazaron tan fuerte, que presenciaban como sus corazones encontraban calma. ¿Era Santiago el mejor de los novios? Si, él era un ser que siempre demostró su amor hacia Angela, cada día de su vida parecía estar dedicado para ella. Juntos eran magia, dulzura y pasión. Eran perfectos el uno para el otro. Esa noche se quedó con Angela en su casa. La tarde había sido tan emocional y llena de desdicha, que permanecer bajo el abrigo del uno con el otro, otorgaba tranquilidad. Angela tuvo un momento de retrospectiva. No había olvidado las horas antes ni después de la noche en la que casi asesinaba a Dave, recordando que había besado a un extraño. Era infidelidad, hasta se sintió una pésima novia, que no merecía al hombre que tenía a su lado. En parte, sí lo era.

Angela pasó por inadvertido lo advertido. Fue en contra de las declaraciones de Deborah, y mucho más importante, a la vez preocupante, no tomó nota alguna de las palabras que la persona anónima le dejó.

—“Hablar con quien no debes, se podría convertir en tú segundo más grande error de la vida.”

El mensaje no podría ser más claro. Por alguna razón le advertía, sobre confiar y hablar con quien ella creyera que lo necesitaba, o creyera deber hacerlo. Había que estar tan ciegamente enamorado, para no dudar ni un segundo que tanto hablar como callar, no siempre era la mejor opción ante ciertos temas restringidos. Mucho más, ante temas que involucraran sangre, muerte y asesinos sin flexión.

LO MEJOR ES CALLAR: Deseo de Justicia [4to BORRADOR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora