En el momento en el que Angela cruzó la puerta de su habitación, llegando de la comisaría, un gran peso recayó sobre sus hombros. Se asentó sobre el filo de la cama, mientras los pensamientos se daban el privilegio de invadir su cabeza. Sintió sus ojos quemar, pero se empeñaba en hacer compresión desde lo más profundo de su sentir. Solo no quería dejarse llevar por el como se sentía. No quería ceder.
Derramó una primera lágrima al mirarse en el espejo, la secó de inmediato, se veía perdida en su propio reflejo. Se derramó una segunda lágrima, bajó por lo largo de su terso rostro, y cayó desde la punta de su barbilla al suelo. Creyó escuchar el sonido de esta dando contra el piso. Sus oídos se habían vueltos tan agudos, que podían escuchar todo con más fuerza. Escuchó el ladrido desahuciado de su corazón.
Se dejó llevar poco a poco por lo que la carcomía duramente por dentro, dolores jamás imaginados. Desde la muerte de Santiago, apenas había tenido tiempo para llorar por lo que en realidad sentía. En la estación de policía, sus llantos fueron toda una farsa. Ya no era la muerte de Santiago lo que más le dolía, sino todo el holocausto en el que se encontraba.
Se puso de pie y caminó directo hacia su espejo. Sus labios se separaron ligeros, al comprimir con fuerza y no dejarlos estallar, luego, comenzaron a temblar, a la vez que sus ojos se fundían en dolor. Arrancó con ferocidad de su cuello, la cadena con la letra “S”. Se quebró en puros llantos ahogados, llegando a perderse en ellos y dejando de lado toda contención. Hasta que su cuerpo ya no pudo sostenerse en pie. En su cabeza solo podía recordar las últimas insufribles palabras de su difunto novio: —“Aburrida” y “Niñata”. “Siempre pareciendo la niña encantadora de gran corazón. Era desilusionante y agotador”. “Nunca te amé, fuiste solo un maldito compromiso” ...Cada palabra de él se había convertido en armas mortales, que sacrificaban sin piedad el alma de Angela. Las ilusiones de su lindo amor empezaban a desvanecer. Santiago se estaba llevando consigo a la tumba, la esencia de su enorme corazón. La estaba dejando seca, rota e inestable. La estaba dejando emocionalmente en la nada.
—¡Maldito seas! ¡Mil veces maldito! ¡Maldito Santiago! —explotó en llantos de ira. — Maldito seas —su voz terminó por perderse en el llanto.
La puerta de su habitación se abrió sin permiso. Era su madre, Jenny.
—¡Angela, cariño! Acabo de enterarme, mi amor —expresó su madre colocándola sobre su regazo.
Angela seguía llorando sin control. —¡Mamá! ¡Haz que pare, por favor! ¡No quiero sentir esto! ¡No quiero! —suplicó.
—¡Shhh! Ya mi amor. Todo pasará, te lo prometo —agregó Jenny alaciando el cabello de su hija. Aún sin entender las verdaderas razones por las que Angela se encontraba en total devastación...
Una hora más tarde, ya había tomado un baño y en toalla aún, yacía sentada en la pequeña coqueta para maquillarse, colocando un labial rojo pasión sobre sus marcados labios. Era la primera vez que utilizaba ese color, y le quedaba jodidamente fantástico. No sabía como era que antes no lo había utilizado. Se aseguró también de delinear con sutilidad sus ojos, y agregarles un poco de sombra.
Siempre había coleccionado tantos maquillajes, y nunca los utilizó, lo hacía por mera vanidad, pero aún así los tenía y los continuaba comprando. Nunca había salido de su zona de confort, ni en maquillajes, ni en ropa, ni en su apariencia en sí: labial natural, prendas en tonos pasteles y colores muy pacíficos, y vestidos cero despampanantes.
Su madre está vez si tocó a la puerta. —¿Cariño estás lista? —preguntó desde afuera.
—¡No mamá! ¡Aún no!
—¿Te importaría si me adelanto? Quiero ver si Eleonor necesita de mi ayuda —dijo su madre.
Eleonor Reed, la extremada básica y materialista madre de Santiago. Que utilizaba una tonta voz de princesa de Disney de cuarenta años, de la cual Angela y los chicos, siempre vieron como un tema de burla.
—¡Por mi esta bien! ¡Adelántate, de seguro y te necesita!
La amistad que tenían Jenny y Eleonor parecía inquebrantable. Muchas veces eso le generaba cierto celos a Angela, ya que deseaba que su madre fuera así de unida con las madres de sus dos mejores amigos. Sólo que esta era alejada, no pasaba de un “hola y chao” cuando se las encontraba por el pueblo o en las sesiones del colegio. A diferencia de la Señora Santini y la Señora Corewell que si eran muy buenas amigas.
Angela quitó la toalla de su cabeza dejando caer su largo y tratado cabello, por primera vez analizaba tan detenida lo grandioso que era. Siempre lo había peinado muy rápido, y lo utilizaba recogido en diferentes modelos o en su clásica coleta que tanto le gustaba. Era siempre tan delicada y rosa. Sí, era una completa niñata en apariencia.
Sonrió al espejo. Le gustaba la Angela que veía en el. Secó y peinó su cabello, y con una plancha para rizos, lo onduló para de dejarlo suelto y voluminoso. Ya solo le quedaba buscar un vestido que ponerse. En su armario, había prendas de casi todos los colores, a pesar de la gran cantidad de tonos rosa, opacos y lavanda. Ojeó con cuidado, porque buscaba un vestido en específico, que se encontraban entre la colección de los que estaban en bolsas negras de gran cobertura. Leyó las etiquetas para asegurarse, lo encontró.
Al sacarlo de la gran bolsa, exhaló con promisión. Ese vestido era hermoso, pese a que no parecía ser el indicado para ir a un funeral. Vestido de coctel de la marca Dior en color rojo, muy apegado, muy seductor, era muy estupendo. Estaba fuera de control patentando su hermosura.
Cuando ya se encontraba vestida y arreglada por completo. Se miró ferozmente al espejo.
—¡Guau! —se exclamó a sí misma.
Estaba realmente deslumbrante, sus tacones negros muy elegantes y altos, un pequeño bolso rojo, sus aretes de perla negra, y su gran collar que hacían juego con los mismos pendientes. No había duda, se había vestido para matar.
—“Eres hermosa” —escuchó decir al reflejo de Santiago en el espejo detrás de ella, a su oído—. “Eres hermosa, pero aburrida” —lo escuchó esta vez completar la oración. Solo sonrió al espejo con frialdad.
La bocina de un carro se escuchó fuera de la casa. Eran Deborah y Chris.
—Veamos que tan aburrida soy —susurró mientras salía de su habitación...
Los chicos, que, si vestían de la manera adecuada, y a la vez encantadores, y con gran congruencia de la moda. Salieron del auto apenas vieron un reflejo de luz roja que se espabilaba por la gran puerta de la casa Ford. No estaban seguros de lo que veían.
—Me encanta —expresó Chris con lentitud.
—¡Dios! Muero de envidia —exclamó Deborah maravillada.
—¡Por favor! Dejen de mirarme así.
—Pero es que has repasado los niveles de glamour, moda, belleza. De todo —resaltó Deborah.
—¿Porque no nos avisaste? Nos habríamos vestido también rojo. Uno para todos y todos para uno, ¿lo recuerdas? —le reclamó Chris.
—¡Claro que lo recuerdo! —contestó Angela—. Pero no me pareció tan sensato de que algún policía o el oficial Benson, nos vieran a los tres de rojo. Solo demostraría despotismo de nuestra parte, y sería extraño. Eso mejor que quede para la joven sufrida y engañada —sonrió.
—Es hora de irnos —indujo Deborah.
Fuera de la Iglesia donde se llevaba a cabo la ceremonia de despedida a Santiago, no había nadie. La misa ya había iniciado, por lo que premeditado o no, Angela, sería el único centro de atención una vez que sus elegantes pies se posaran en los cimientos de aquella Iglesia.
Así ocurrió, al entrar por esa ostentosa puerta, todos los ojos volaron de inmediato hacia los tres jóvenes llenos de estilo y sofisticación, que se lucían por el extenso pasillo de la "Casa del Señor". El atónito momento que causó Angela, con la ofensiva elegancia que se presentaba, era una cosa impresionante. Hasta el sonido singular de sus fuertes pisadas, con la finura de sus tacones, tuvieron su icónico momento.
En segundos todo había dejado de girar en torno a Santiago, ni su foto tamaño gigante ubicada en el altar frente a todos los presentes, robó tantas miradas como lo hizo Angela. Provocó ese silencioso murmullo de crítica entre la multitud, el cual nunca era agradable, pero Angela lo disfrutaba con una enorme satisfacción. El día estaba lleno de tantas "primera veces", que era la primera vez que Angela decepcionaba a las personas con su ser. Siendo el más sublime centro de atención.
Entre medio de una fila con asientos restante, se situaron Deborah y Chris. Dejando a Angela como única y dueña de la pasarela, cuando llegó hasta la primera fila del lado izquierdo, frente a frente con el Cura, donde aguardaban su madre y los padres de Santiago, con un asiento especialmente apartado para ella.
—¿Qué diablos crees que haces vestida así? —le preguntó su madre entre dientes apretando su brazo, sin hacer un alboroto.
Angela soltó su brazo de las garras de su madre de un pequeño tirón. —¿Qué tiene? Hay que celebrar la dicha de que otros aún estamos vivos —le contestó a su madre con aires de prepotencia.
Cuanto deseaba que su padre hubiera visto eso. Cuando ella le contara lo que sucedió con Santiago, sabía que al final del día, la felicitaría. Su padre solía ser muy rencoroso. Y a pesar de ser tan ausente, y con muchos defectos del padre divorciado, a veces hasta muy ligado de las apariencias, la amaba demasiado y velaba por su bienestar. En el último año, al menos le preguntó unas diez veces sobre el comportamiento de Santiago, a las que todas ella les respondió con que era el “novio perfecto”.
El Señor y la Señora Reed, apenas y la voltearon a ver, a pesar de estar a su costado, prefirieron tragarse el sinsabor de la insensatez de Angela, y hacer como si no existiera. Desde su sitio, ella captaba a la perfección el olor de las rosas blancas que rodeaban el féretro de Santiago. Se cuestionó si en realidad eran estas sus favoritas, o si tal vez ni apreciaba las flores.
En su momento, Eleonor, subió al altar para referir unas palabras, que al final no terminó de expresar, ya que se quebró antes se llegar al final. Sólo alcanzó a decir que imploraba por una justicia, porque un crimen como el que le hicieron a su hijo no podía quedar impugne de ninguna forma. Tal vez algún obtenga su justicia.
Fuera de la Iglesia, nuevamente la madre de Angela le recalcaba lo humillante que era verla así.
—No entiendo tus razones para estar vestida de esa forma. —Le recriminó su madre.
—Ni podrías.
—¡Angela! —alguien a su espalda había exclamado con pocas fuerzas su nombre. Esa voz era más que reconocible.
Angela volteó con ligereza. ¡Por supuesto! Era Eleonor.
—¿Cómo pudiste haberte presentado de esa forma en el funeral de mi pequeño? —reclamó con rasgos de llantos.
—Hablaré seriamente con tu padre. —El señor Reed ya había llegado también a la pequeña reunión. Buscando atacar como buitres ofendidos a la menor de los Smith.
Angela exasperó una clara risa. —Hay tantas cosas que mi padre merece saber —dijo.
Chris junto a Deborah también se acercaron. Querían asesorarse de que ella estuviera bien, y de que no se fuera a exaltar más de la cuenta.
—Creí que ambas estábamos de duelo —declaró Eleonor.
—¿Ambas? ¡Por favor! —Hubo de vuelta petulancia en su voz—. Yo no he perdido a nadie. Su hijo y yo, ya teníamos alrededor de una hora de haber terminado cuando lo asesinaron.
—¡Angela, basta! —su madre la abofeteó, haciendo que su rostro girara con fuerza. Su mejilla dolía, pero ella ni siquiera la frotó, enderezó su rostro de nuevo como si nada.
Los chicos se anonadaron. Eleonor sintió que tal bofetada era más que merecida. Creyeron que era todo.
—¿Sabe cuales son los últimos recuerdos que me llevo de su hijo? —Le cuestionó Angela a Eleonor, sonando tan aireada y chocada su voz—. Primero, un video pornográfico de él con otra chica espetado en el reflector de una fiesta. Segundo, él mismo gritó tan feliz a la cara que no era ella la primera, ni tampoco la última —tragó saliva con vehemencia.
Jenny, su madre, se impresionó y consternó a la vez. Ya no se sentía tan orgullosa de haber abofeteado a su hija frente a todos. La juzgó antes de cuestionarse un poco más sobre su actitud.
—Tercero, me llamó hermosa aburrida y niñata agotadora de su paciencia —sonrió Angela con lágrimas en el borde de sus ojos—. ¿Y sabe que fue lo peor que pudo haberme dicho? —Se tomó su tiempo, mirando fijamente a Eleonor y luego al Señor Reed—. Que no me amaba, nunca lo hizo. Que solo estaba conmigo por un simple maldito compromiso.
La señora Ford veía el otro lado de la situación. Aunque las acciones de Angela no fuesen justificables, eran merecidas de su desahogo. No había como reprocharle.
—Fue muy claro, diciéndome que su padre le había pedido enamorarme para consolidar sus negocios con el mío —continuó Angela, viendo como las lágrimas si se rodó después de todo—. Me disculpo si no logro sentir más que solo desprecio por su hijo en estos momentos, pero no lamento en lo absoluto.
Caminó firme hacia los Señor Reed, y colocó su rostro muy cerca del hombre.
—Y usted, váyase despidiendo de los negocios que tenía con mi padre —manifestó—. Espero y algún día se pudra en el infierno —escupió al suelo...
La señora Ford quiso detenerla antes de marcharse, pero Angela le marcó con su mano la aproximación para que no se molestara en acercarse. No requería de su retractación.
—¡Nos vamos! —exclamó ante los chicos.
Mientras se retiraban, Deborah y Chris se encargaron de dejar clara sus emociones con sus miradas. Ante los Reed, les dejaron claro que sentían lo mismo que Angela, en tal momento. Y a la Señora Ford, le hicieron ver que sus acciones se veían igual de decepcionantes, de como ella la había visto a su hija.
Sin una actividad programada, marcharon en el auto de Deborah rumbo al infinito y un corazón roto. Sin saber a donde era ese lugar con precisión, cual solo consistía en conducir a gran velocidad hasta que se sintieran lo suficiente alejados de Heaven Grim, y todo lo que este, ahora representaba para ellos.
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LO MEJOR ES CALLAR: Deseo de Justicia [4to BORRADOR]
Mystery / Thriller[+18] «Quien dijo que los secretos se sepultaban para siempre, no tuvo que haber vivido lo suficiente como para ver su profanación». Advertencias de contenido: ⚠️ Escenas muy explícita de: homicidio, sexo, violencia y abuso sexual. ⚠️Lenguaje inapro...