CAPÍTULO 01: ¿Y qué nos queda, entonces? Rezar porque muera

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Lunes por la mañana, después de dos largos meses los estudiantes retornaron a clases. El pueblo se pintó encantador como de costumbre; un sol  resplandeciente provenía desde el horizonte y nubes azules formaban un clásico paisaje etéreo. Angela se encontraba en su habitación, aún con pijama, fundida en un ataque de pánico. El calor oscilaba grados extremos y el mismo la sofocaba entre sus cuatro paredes rosa.

—¡Angela! ¡Los chicos están esperando por ti! —exclamó la señora Ford desde afuera.

No se molestó en abrir. —Diles que hoy no iré a clases… Que tengo una jaqueca muy fuerte —mintió mientras empuñaba sus manos con impaciencia.

—Iré  a buscarte una pastilla —dijo de inmediato la señora Ford negando con la cabeza.

—No será necesario, mamá, ya me tomé una —contestó Angela hecha un baño de agua caliente—. Sólo necesito descansar.

La señora Ford llevó su mano a la cabeza. —Bueno. Ya me tengo que ir —dijo exasperada—. ¡Esto es lo que pasa por salir de fiesta un domingo! ¡Estás buscando un castigo muy severo, niña! —agregó enojada mientras se marchaba. Lo habitual era que ya estuviera rumbo a su trabajo. Pasaba la mayor parte del tiempo en su locación de alta costura en la ciudad; desde muy temprano por la mañana hasta tarde de la noche; lunes a domingo sucesivamente. Había trabajado muy duro para darse un lugar como diseñadora entre la multitud y la competencia, cuando por fin le correspondió a su sueño, una vez que, su matrimonio con el padre de Angela llegó a su fin cuando esta apenas tenía diez años. La señora Ford intentaba equilibrar su tiempo entre ser una mujer exitosa en el mundo de la alta costura y una madre ejemplar con una hija adolescente, pero, en la segunda se estaba volviendo descuidada.

—¡Angela Smith! ¡Abre la puerta ahora mismo! —gritó Chris fuera de la habitación segundos después de que la señora Ford se marchó.

—No les dijo mi mamá que no iré a clases.

—Si nos lo dijo, y también nos dio permiso para subir —respondió Deborah.

—Por una jaqueca, ¿en serio? —cuestionó Chris dando otro golpe a la puerta—. ¿Cuándo en tu vida habías tenido una?

—Desde que tengo diez —aseguró Angela.

—¿Nos dejarás entrar? —insistió Deborah.

Angela abrió la puerta. Estaba desabrida de los pies a la cabeza, empapada por el sudor y desorientada. Con ojeras enormes que describían en ella un estado de psicosis. Los chicos la observaron preocupados.

—¿La jaqueca a la que te refieres es esa misma que solo tu mamá conoce? —La interrogó Chris algo riguroso, acercándose a ella. La tomó de las manos con cuidado y le dio una mirada tristona—. Ay, Angela, estás asustada —soltó ligero. Ella se consternó y echó a llorar en su hombro de inmediato. Chris la consoló por un momento dando laceadas a su cabello.

—No pude dormir en toda la noche pensando en… —confesó a medias, arremetida por la culpa y se sentó al margen de su cama—. No quiero ir al colegio… Ver a todos esos estudiantes. No puedo. —Volvió a llorar. Dio una mirada de horror a sus manos como si estuvieran embarradas de una roña repulsiva.

—Tampoco pude dormir —secundó Deborah—. Todo esto es tan de la mierda, y me siento más culpable de lo que parece. Lamento tanto habernos puesto en esta posición…

—No sacaremos nada con estar aquí buscando quien se siente más, o menos culpable. Tenemos que ir al colegio y entrar por esa puerta como siempre lo hemos hecho —dijo Chris levantando a Angela de su cama—. No estás sola, y lo que tú  hiciste, cualquier otro lo hubiera hecho una y otra vez. Si hay un culpable aquí, es quien se encuentra ahora en el mundo de los muertos —alentó. Las palabras de Chris siempre tenían esa cualidad de sonar insensibles, de tal forma que, parecía haber hecho las paces consigo mismo ante todos y cada uno de sus pecados.

LO MEJOR ES CALLAR: Deseo de Justicia [4to BORRADOR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora