PRÓLOGO: «Un lugar de ensueño»

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Chris ayudó a Deborah a ponerse en pie, alejándola de la escena. Todos se quedaron en total silencio, sin nada que hacer o decir, mas que observar aquel cuerpo distendido en el césped con una abertura en la cabeza que dejaba su cráneo a la vista, mientras se sumergía en el charco de su propia sangre: roja intensa, espesa y repugnante.

—¡Lo maté! —exclamó Angela de pronto, saliendo del estupor.

—¡Shhh! Haz silencio —demandó Chris, en tanto la tomaba de la mano e impedía que manchara sus botas con la sangre rodando al filo de sus pies.

—Debemos llamar a la policía —sugirió Deborah entre llantos.

Chris la detuvo. —¿Qué? ¡No! ¿Estás loca?—exaltó. Las miró a las chicas y luego dio una mirada en blanco al cuerpo… Tragó saliva—. Hay que revisar su pulso —miró esta vez solo a Deborah…

Ella se agachó con recelo ante el cuerpo, temiendo que se levantara de entre la agonía. Con manos temblorosas tomó el pulso en la muñeca. Su carne estaba gélida. Se deslizó a la altura del cuello y tanteó por unos segundos para encontrar dicho pulso.

—Chicos… Está… Está muerto —aseguró aterrada, echándose de vuelta a llorar.

—Entonces no llamaremos a nadie —advirtió Chris rápidamente con un poco de consternación.

Un frío inmenso recorrió a Angela y todo su cuerpo se erizó. —¿Por qué haríamos eso? —cuestionó—. No podemos dejarlo así. Tenemos que ayudarlo o se desangrará —pidió al borde de la histeria.

—Está muerto, Angela. —Le replicó Chris—. Ni nosotros, ni la policía, ni los médicos harán algo que lo traiga de vuelta. Pero hay algo que nosotros si podemos hacer… Y es no hundirnos con su muerte.

Angela lo miró anonadada .—¿Qué intentas decir con eso?

Chris se mantuvo en silencio como si fuera más que obvio lo que pasaba por su mente.

—Que debemos huir —balbuceó Deborah mirando con desconsuelo el cadáver. Decirlo en voz alta revolvió su estómago.

—¿Huir? —Se estancó Angela por unos segundos en sus pensamientos—. ¡No! ¡No haré una cosa como esa! —Deborah le tendió la mano para calmarla—. ¡No voy a dejar su cuerpo ahí tirado! ¡No voy hacer eso! ¡No! —Se puso histérica y de forma brusca quitó la mano de Deborah de su hombro.

Chris la tomó, a la vez, por ambos brazos. —Haz el favor de calmarte. Te lo ruego —dijo entre dientes. Sus ojos eran un poco intimidantes, pero, los mismos también buscaban apaciguarla.

—Lo que me pides que hagamos se llama asesinato—aclaró con lágrimas agresivas cayendo por su rostro.

—Él ya no respira, Angela. Está frío, sin sangre… Míralo —apuntó Deborah el cadáver—, no tiene vida.

Angela lo observó y caminó desorientada hacía él. Pasó sus manos por la cabeza para calmarse. —Igual llamemos a la policía y expliquémosle lo que pasó —reiteró seria—. Él estaba ahorcando Deborah y la hubiera matado… Si no fuera…

—Porque agarraste una roca y le abriste la maldita cabeza en dos. ¿Eso le dirás a la policía? —cuestionó Chris de manera tosca.

—De la forma en que lo dices pareciera que mi intención fue matarlo. Algo que no quise. —Angela se sintió juzgada.

—Tú intención será lo de menos cuando nos encontremos frente a un juez. Lo único que importará será el hecho de que tú lo golpeaste con una roca dentro de su propia casa, provocando su muerte, cuando habían tantas formas de quitárselo a Deborah de encima… Forcejear, por ejemplo… Nosotros éramos tres y esto, al final, lo harán parecer una emboscada... De por si, ya parece una emboscada —enfatizó.

—¿No existe la defensa colectiva, o algo parecido?

—¡No! ¡No existe tal defesa colectiva, Deborah! —Chris mordió el interior de su labio una y otra vez hasta catar el hierro de su sangre.  Empezó a dar vueltas por el jardín. La tensión lo arremetía desde el interior y su cabeza dolía de las mil y una ideas viajando a través de sus neuronas—.  Legítima defensa —dijo de repente con poca seguridad y su vista de vuelta en el cadáver—, solo que el victimario no tenía un arma, más que sus propias manos… —Se aterró de pensar—. El peligro de muerte era real para la víctima, pero quizás, no a tal punto de recurrir a matar al victimario, —analizó los hechos con lo poco que sabía del tema—. Lo siento... Hay tantos escenarios y ninguno pinta bien. No podemos arriesgarnos ni a considerar un homicidio involuntario... Mucho menos pensar en que saldremos invictos de esto… No dejaré que vayas a la cárcel, Angela… —La miró apenado.

—¡Oh, Dios mío! ¿En qué pensaba cuando cogí esa roca? —Se interrogó a si misma golpeando su cabeza, mientras lloraba—. ¡Fui una estúpida!

—Oye no. No fuiste estúpida. Intentabas salvarme, y lo hiciste. ¿Okey? La policía, o un juez, puede que no lo entienda, pero nosotros sí —dijo Deborah y tomó a Angela de la mano—. Estamos juntas en esto, ¿me oíste?

—Y saldremos juntos también —aseguró Chris…

Heaven Light siempre fue un pueblo de paz y armonía que, pese a ser pequeño espabilaba una elegancia sublime. Habitado por gente privilegiada de distinguida clase social, codiciadas, juzgamundos, algunas amables y otras muy fatuas. Lleno de veranos cálidos e inviernos tan fríos que llegaban a congelar tus pestañas; primaveras coleccionista de vegetaciones, con campos verde esmeralda y senderos florales con aroma a libertad; y otoños que tapizaban la acera de hojas secas, junto al carmesí de sus árboles desprendiendo la esperanza. Tenía lagos cristalinos y una fauna silvestre envidiable.

Las noches en el pueblo se volvían fúnebres llenas de tenebrosidad y una belleza oscura que abrazaba mansiones exclusivas con jardines costeados en miles de dólares para su cuidado. Heaven Light era ese lugar perfecto en el que muchos anhelaban vivir, pero pocos lograban entrar y ser bien recibidos por su élite prejuiciosa.

Ser arrogante era un defecto persistente entre ciertos habitantes. Creídos en que era lo más despreciable que cualquiera podría llegar a ser, durante décadas vendieron al pueblo como un ensueño. Irónicamente, detrás de lindos rostros, sonrisas perfectas, ojizarcos, finas telas, voces encantadoras y costosas fragancias; había perversión y tendencias sombrías capaces de consumir todo a su paso.

Concluyendo el verano del 2012, las vacaciones estudiantiles habían llegado a su fin. Las vidas de aperiencia perfecta que se llevaba día a día en el pueblo estaban por teminar. El destino buscaba rendir cuentas con las decisiones pasadas de todos y cada uno de los que creyeron que sus actos secretos estaban muy bien sepultados. Una sola decisión sería la subsidiaria del caos y la devastación; de la inmoralidad y la irracionalidad; del sufrimiento y el pavor, de la flébil vida y la inevitable muerte. Muchos ya habían sido sentenciados.

LO MEJOR ES CALLAR: Deseo de Justicia [4to BORRADOR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora