El día anterior Deborah realizó una video llamada a Chris y Angela para comunicarles que estaban invitados a un baile repentino en Bittletown. Se mostró tan emocionada como era de esperarse. Cada que una noche llevaba la palabra fiesta como complemento, era un llamado inexorable para Deborah.
En un principio, Angela y su sensatez la hicieron oponerse, y dijo: —Es domingo, Deborah. Por supuesto que no iremos.
—¿Por qué?—La cuestionó Chris, al instante—. Una fiesta nos vendría bien. Tras pasar todo el verano fuera, no asistimos a ninguna, y hubieron muchas, y muy buenas.
—Sí, ¿pero quién sale de fiesta un domingo cuando tiene clase al día siguiente?
—Nosotros. —Deborah la miró con rareza a través de la pantalla.
Angela se mostró rendida. —Para qué me esfuerzo, ¿cierto? Igual no me escucharían ni porque les dieran las miles de razones por las que no deberíamos ir a esa fiesta… Menos hasta Bittletown.
—Eso es cierto, mi querida Angela. Pero dime, ¿cuándo hemos asistido a una fiesta que no valga la pena?
—Nunca —contestó Chris por ella—. Por eso debemos ir. Confía en el buen criterio que Deborah tiene para esto…
—Bien podrían ir sin mí.
—¡No! ¡Esa no es opción, tontita!... Ahora que lo pienso, antes de celebrar debería obtener mi permiso.
—Yo estoy sola —mencionó Deborah.
—Igual, no hay sonrisa mía que no pueda convencer a mis padres —agregó Chris—. Antes de la noche Angela y yo estaremos en tu casa.
—No beberemos demasiado, bueno… No beberán demasiado. Llegaremos temprano a la fiesta y regresaremos once y treinta de la noche. No más tarde, y si es posible, más temprano —aclaró Angela—. Ahora discúlpenme, tengo que colgar. —Sus ojos se iluminaron por completo.
Deborah torció sus labios y compartió una mirada sarcástica con Chris. —Nos vemos a las cinco en mi casa —dijo y colgó.
Los tres vivían en una complicidad sin límites. Siempre planeando y haciendo actividades en conjunto, como cuando a los diez años hicieron esa lista con muchas de las cosas que soñaban hacer juntos, un tiempo para distraer a Angela del divorcio y la ida de su padre que atravesaba su familia; sirvió hasta cierto punto mucho más de lo que creyeron. Una de las tantas actividades, fue un largo viaje a California en la adolescencia, que durante el verano reciente había tomado vida. Una excelente temporada para consolidarlo.
Tal y como lo acordaron, Chris y Angela se presentaron en la puerta de Deborah antes de que el sol cayera en su totalidad. Era ya parte de una tradición vestirse juntos antes de una fiesta y llegar a ella como si fueran hermanos. Convivían la mayor parte del tiempo en casa con Deborah por la solitud en que ella vivía. Sus padres apenas y pisaban el pueblo, al menos, así había sido en los últimos tres años, desde que volaron al otro lado del continente para manejar una de las empresas más importante de vino; extensión de “Vinos Santini”; la mayor industria vinícola de Italia, de donde provenía Riccardo su padre, y su legado familiar.
Con un doctorado en finanzas y administración, más su hobby de aprendizajes de idiomas, la madre de Deborah en dupla con du esposo hicieron de la empresa un éxito total en España. Ambos le habían pedido a Deborah mudarse con ellos, pero su respuesta siempre fue un no, así que, cedieron a dejarla en Heaven Light. Desde entonces, muchas cosas cambiaron y sus afecciones se sintieron, sin embargo, con los meses todo se fue acomodando en su orden, y lo que algún día provocó una acidez insana en el paladar, se transformó en costumbre. El diario vivir de Deborah.
En su momento era más conocida por su personal de servicio doméstico que por sus padres. El quedarse bajo su propias reglas y mandatos, hizo de ella una joven caprichosa y llena de vanidad que satisfacía sus deseos con millonarias tarjetas bancarias, cuales llenaban el espacio que Riccardo y Elizabeth dejaron. Uno de sus tantos caprichos, fue extender el armario en su cuarto para darle cabida a la ropa que Chris y Angela dejaran.
—Pensé que no vendrían —dijo Deborah cuando abrió la puerta a los chicos. Estaba en bata y con una toalla envuelta en su cabeza.
—Angela no sabía que traer —alegó Chris con dos enormes bolsas de ceda color negro en su mano, al igual que Angela.
Continuaron a la habitación en la segunda planta. Color negro por cada rincón y un exclusivo acabado de interiores. Una coqueta de bordes diseñados en acero dorado, como el que había en las chapas de las puertas y el candelabro en el techo, una habitación distinguida y alejada del blanco pacífico que había en toda la casa. Muy típico en Deborah…
Mientras los minutos transcurrían los comentarios y la charla tomaron lugar. —Mañana conoceré a alguien, no se a quien, pero así será —comentó Deborah mientras secaba su cabello rizado y castaño oscuro. ¿Ya les dije de quién es la fiesta? —preguntó.
—No, pero ya imagino de quien es —dijo Chris en tono enojado. Tomó su ceñido pantalón y lo subió hasta su cintura, sumió su abdomen y abrochó. Fue por su celular y lo colocó enfrente de Deborah—. Gregory Marshall, tu amante universitario —aseguró con una foto de la promoción de la fiesta.
Deborah sonrió. —No hay nada que se te escape, cariño.
—Creí que ya no le hablabas —incorporó Angela su enojo y extrañeza de inmediato, mientras se recogía el cabello en su recurrente coleta rubia y alta.
—Así era, pero… Decidí pasar de página y empezar de nuevo. Lo único que hizo fue contarle a una que dos personas que me acosté con él. Quizás estaba tan emocionado que no pudo aguantarse y quiso alardear.
—¿A una que dos personas, Deborah? Te acostaste con él en Bittletown y aquí en Heaven Light todo el colegio se enteró. Pasé días enteros soñando con golpear su estúpida cara —refirió.
—Sé que tus intenciones son buenas, Angela de mi corazón, pero no hay de que preocuparse. El enojo te hacen salir arrugas, y el odio solo termina amargando tu aura.
—En esos temas no te desgastes con ella —dijo Chris a Angela—. Sabes que le gusta meter la pata. Y de abrirlas…, mejor me ahorro el comentario —echó a reír.
—Angela debería aprender de ti —carcajeó Deborah también.
—Años de amistad y aún sigo sin entenderlos. ¡Como pueden reírse de algo tan bajo! —comentó enseriada y fue a ponerse la parte superior de su conjunto lavanda de dos piezas.
—Cuéntanos, ¿que te dijo Santi? —investigó Deborah colocándose un poco de labial concho de vino. Se miró en el espejo de diferentes ángulos y sonrió ante su propio reflejo y la ferocidad de su cabello planchado.
Angela terminó de colocar su blusa llena de lentejuelas. —¿Por qué lo preguntas? —Miró a Deborah sorprendida.
—Por como brillaron tus ojos cuando terminamos de hablar esta mañana —contestó Chris..Dejó la segunda bolsa plástica que graduaba su otro vestuario al final del closet de Deborah—. ¿Llegará hoy de Ámsterdam?
—No. Su vuelo tuvo un retraso. —Se sentó a un lado de Deborah para verse más de cerca en el espejo–. Dijo que no llegará hasta mañana, así que no irá al colegio. Sólo eso.
—Y probablemente las horas posteriores hablaron sobre cuanto se extrañan y lo mucho que se aman —dedujo Chris en un tono burlesco.
—Te amo, bebé —enfatizó Deborah con gestos sardónicos.
Chris siguió la línea. —Pero yo te amo más.
—No, yo más. De aquí hasta el cielo.
—Y yo de aquí a la luna. —Tiró Chris un beso. Deborah lo tomó y lo flechó en su corazon y se lo devolvió.
Angela se sonrojó y entre risas expresó: —Ya, paren... ¿En serio nos escuchamos así de tontos? —Se encogió de hombros.
—Mucho más tontos… Pero nos encanta verte así —Chris caminó hacia Angela y la abrazó por la espalda—. Eso es amor —sonrieron juntos mirándose en el espejo.
—Sí. Y amor del bueno —colocó Deborah su mano sobre el brazo de Angela—. Tan bueno como el que siento yo por la alta costura, las colecciones de bolso y…
—Tenías que salir con algo —negó Angela, moviendo la cabeza con gracia.
—Dejando las bromas. Nos hace feliz tu cursilería. Amo verte tan enamorada con un novio perfecto, guapo, romántico… ¡Rayos, no suena tan lindo cuando lo digo! Pero es perfecto ¿no?—reiteró Deborah.
—¡Sí, Deborah! Santi es intolerable a veces cuando se le permite tener voz, pero no podría ser más perfecto —confirmó Chris. Los tres unieron sus risas con esto último.
Angela y Santi habían sido amigos desde que eran unos niños, nueve años con exactitud, hasta que en enero del 2011 empezaron su noviazgo. Muchos comentarios imprudentes habían rondado a su alrededor, tal como lo era el más desagradable de todos: “que fueron expresamente escogidos el uno para el otro por los negocios que sus padres compartían, el señor Reed y el señor Smith; y así, fortalecer ellos la coalición de sus negociaciones. Santiago era el cliché de joven guapo y atlético de secundaria que traía boba a más de una chica, solo que sin el trasfondo de un agresor estudiantil, el drama de un celoso, la trama de un chico sin sentimientos ni un rompe corazones; de cabello siempre bien peinado, ojos claros y labios tono rosa ligeramente humectados. Él era ese… Aquel joven perfecto a simple vista con el que toda adolescente soñaba.
Cuando Deborah y los chicos estuvieron listos, lo primero en hacer fue su pequeño desfile. Se ponían a si mismos como críticos de moda y terminaban en una sesión divertida de fotos. De repente el celular de Deborah timbró acompañado de una musicalidad detestable que nunca antes se sintió. Al chequear la llamada, vio contiguo el característico: “número desconocido” oscilando de derecha a izquierda. Dudó en responder, pero al final, lo hizo, y tras unos segundos a la llamada, una voz distorsionada en la otra línea expresó:
—¡Hola, mi Sirena!
—¿Quién es? —preguntó ella con recelo.
Angela sentada en la coqueta frente al espejo retocando el brillo labial de sus labios, esperaba que la conversación de Deborah fluyera, mientras, Chris esperaba lo mismo parado en la puerta del baño.
—¿Qué, no me recuerdas?
—Escuchen —susurró Deborah colocando el altavoz en su celular—. ¡No! ¡No sé quién eres! —contestó esta vez.
—Que fácil se te hace olvidar a tus amigos, ¿no? —Esa voz distorsionada producía un extraño espeluzno.
—¡No tengo ni la menor idea que quien demonios eres! ¡Y si vuelves a llamar te reportaré con la policía! —cerró Deborah la llamada con enojo.
—¿Quién era ese idiota? —interrogó Angela.
—No sabría decirlo. Sé que no es la primera vez que alguien desconocido me llama, ¿pero usando un extorsionador de voz?
—Es retorcido. O quizás es alguno de tus tontos amigos jugándote una broma —mencionó Chris, haciendo de menos lo sucedido. Y optaron por reírse en el sinsabor que la llamada dejó.
Para cuando Deborah tomó su pequeño bolso color beige como su vestido, una vez más su celular timbró. En esta ocasión, se trató de un nuevo mensaje directo a su buzón. Cuando lo abrió, el contenido la amordazó y su expresión tan volátil mutó a la habitación en una incertidumbre desapacible, y a la vez, la preocupación que reflejaron sus ojos provocó una inflexión en el semblante de Chris y Angela; se tornaron igual de preocupados.
—¿Qué sucede, Deborah? —preguntó Chris.
Angela le quitó el celular de sus manos y chequeó lo que veía tan entelerida. —¿Quien envió esto? —preguntó asqueada.
Deborah había recibido del mismo número no registrado que acababa de llamarla, un video pornográfico en el que ella era la actriz de principio a fin, y su acompañante, un muchacho del colegio: Dave Williams, su última conquista antes de viajar a California.
«Quiero cien mil dólares por el video. Tienes hasta la noche antes de que sea subido al internet. No vemos en mi casa, mi Sirena». Decía una nota insertada al final del video. La confianza de llamarla Sirena cobró sentido. Deborah no se percató antes de que Dave era el único que la había estado llamado así, en al menos los últimos tres meses.
—¡Este hijo de perra! —enfureció Angela.
Chris rodeó a Deborah con su brazo y la ayudó a sentarse. —¿Sabías de la existencia de este video?
—Por supuesto que no —contestó afligida. Su garganta se cerraba por momentos y una dosis de hiel pasaba a través de ella. Fue filmada sin su consentimiento cuando se entregaba en cuerpo y alma a un chico en quien no debió confiar. Resultó fatal su último encuentro íntimo. Jamás creyó que sería víctima de una trampa tan asquerosa y de una extorsión tan proterva—. ¿Ahora qué hago? —preguntó a los chicos con lágrimas en los ojos de forma tan indefensa.
—Primero, calmarte —dijo Chris—. Todos debemos calmarnos.
—Ten, vuelve a llamarlo. —Le entregó Angela el celular… Para solo confirmaron que la entrega del dinero sería en esa noche como decía la nota. Ocho en punto precisó Dave. No era una broma extrema, ni un pensamiento a la aligera. No quería retrasos ni inconvenientes, mucho menos terceros. Solo su Sirena y él en su casa. Había planeando esto con cuidado.
Deborah secó sus lágrimas pero continuó impaciente. —Puedo darle lo que quiere. Pero es una cantidad muy alta como para yo sacarla del banco.
—Tendrías que si o si comunicarles a tus padres —comentó Angela sentada frente a ella.
—¡Y ese un rotundo no! —Se desesperó en responder.
—¿Y la policía? —dio Angela otra opción.
Chris quitó el dedo índice de su boca. —Lo acorrala, lo deja sin salida y sin nada que perder. No habrá cosa que lo detenga de subir ese video. —Volvió a llevar su dedo en la boca y se deslizó en círculos con pasos cortos y lentos por toda la habitación…
—No me queda mas que hablar con mis padres, ¿cierto? —cuestionó Debora, extenuada de creer que había otra salida. Yacía entre la espada y la pared. Era inconcebible tener que contarle a sus padres lo ocurrido, pero no hacerlo, era igual o peor de inconcebible. Tenía mucho en juego: su dignidad, la vergüenza y la decepción de sus padres si no daba lo que Dave quería y ese video pasaba a ser de alto conocimiento público. Ya podía imaginarse la insolencia con la que tratarían el tema las prensa amarillista, y los titulares que la cubrirían:
«HIJA DE LOS EMPRESARIOS SANTINI, ES MÁS HERMOSA AÚN, SIN COSTOSOS VESTIDOS».
Chris asomó su rostro por el balcón perdido en las disputas de su mente.—¿Qué sale mas fácil de obtener, los cien mil dólares de sus padres, o cien mil de ellos falso? —murmuró con su vista en la puesta del sol.
—Imagino que los cien mil falsos —contestó Angela.
—¿Qué? —exclamó Chris con extrañeza y camino hacia las chicas.
Angela lo miró aún más extrañada. —El dinero… acabas de preguntar que era más fácil…
—¡Ahhh sí, eso! Técnicamente no le preguntaba a ustedes.
—Por supuesto, a ti mismo. Ya sabemos que le hablas a menudo a tu conciencia. Pero dinos, ¿qué tienes en mente? —apuró Angela.
—Eso… Conseguir los billetes… Falsos, pero cien mil grandes —expresó no tan convencido.
Deborah miró a Chris como si de él emanara un absoluto resplandor. —¡Como no lo pensé antes! —exclamó menos desapacible—. El mercado negro que frecuentas
—¿De donde conseguiste las pastillas para dormir? ¿Y cuánto tiempo te tomará eso?
—Un par de horas. Por eso ya me estoy poniendo en contacto con mi vendedor —declaró Chris marcando al celular.
—Esto tiene que funcionar, Chris. El maldito Dave Williams no se puede salir con la suya —escupió Angela.
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LO MEJOR ES CALLAR: Deseo de Justicia [4to BORRADOR]
Mistério / Suspense[+18] «Quien dijo que los secretos se sepultaban para siempre, no tuvo que haber vivido lo suficiente como para ver su profanación». Advertencias de contenido: ⚠️ Escenas muy explícita de: homicidio, sexo, violencia y abuso sexual. ⚠️Lenguaje inapro...