veintiséis

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Fred recordó el dolor y el miedo que recorre su cuerpo cuando despierta, el instinto de supervivencia que todos los humanos tenemos que le dice que huya, que podría morir.

Pero nunca lo hace, nunca muere, siempre regresa a trabajar con dolor, pero aún puede andar, aún puede moverse, aún puede intentar huir.

Sus labios se fueron presionando entre sí hasta formar una línea delgada, cómo si quisiera callar sus problemas, no decirle a nadie y salir de ese infierno él sólo.

Pero Freddy le producía ese sentimiento de confianza, se sentía agusto estando con él, parecía no tener problema con revelare su dolor y mostrarse vulnerable.

— Es D. — afirmó soltando en un suspiro la corta frase, que para el estaba cargado de sentimiento y una gran historia que cargaba día tras día en su espalda.

— ¿D? — preguntó Freddy extrañado, sabiendo que quizá ese chico estaba apunto de contarles su historia de vida.

— Es mi padre, estoy tan acostumbrado a llamarlo D, ni si quiera sé su nombre. — respondió el azabache soltando un fuerte suspiro, como si cada palabra que dijera lo liberara del sufrimiento que era despertar todos los días —, Él es... Terrible.

— ¿Por su culpa sangrabas la última vez?

Fred llevó su mano derecha a su nariz, tocó delicadamente con sus dedos el espacio entre sus fosas nasales y sus labios, cómo si aún pudiera sentir la sangre seca con la que despertó después del arranque de ira de D.

Almas inversamente proporcionales (Freddedy)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora