Capítulo veintiséis

596 54 84
                                    


[...]

《La confusión es un signo muy sutil de la paranoia》

Anne Austin

[...]

Harry probablemente lloró. Lloró mientras sus pies no cedían más. Lloró cuando estaba cansado, hambriento, sucio y sobre todo perdido. Lloró aún más cuando no supo dónde ir. No tenía donde caerse muerto. No tenía nada.

Tan solo su diario y una botella de whisky que le robó a Louis antes de marcharse. Botella que robó casi por la mitad y apenas ahora apuraba los últimos sorbos que quedaban en su interior, mientras tanto, veía las páginas de papel arder en la llama vibrante del fuego. Mantenía la espalda apoyada sobre el tronco de un árbol y a su vez, hacía una cuenta atrás de lo que tardarían en encontrarle. No sería mucho, Harry lo sabía bien.

Sería cuestión de unas horas en las que dieran con su paradero y el rizado no iba a resistirse, principalmente porque sabía que no tenía escapatoria. Estaba perdido y aunque encontrara una salida, ¿merecía la pena pasar el resto de sus días huyendo hacia ningún lado para volver a ser encontrado, y así continuamente?, ¿como un círculo vicioso sin fin?. Era todo una estupidez, una ridiculez. Pero nada le preocupaba más que volver a mirar a Louis a los ojos. Que Louis volviera a ver sus propios ojos traicioneros. No sería capaz de ocultar su mirada culpable.

No le importaba el hombre al que asesinó, no le importaba que le encontrarán, no le importaba quemar su diario o estar solo, le importaba volver a ver a Louis después de todo.

Vio caminantes nuevamente, mató a un par. Hacía tiempo que eso no pasaba. Se sentía oxidado. La vida dentro de aquel pueblucho pasaba lenta, se sentía como si estuviera dentro de un reloj de arena, viendo como los granos caían uno a uno sin que nada del exterior pudiera afectarle. Estaba protegido por el cristal. Sus mayores preocupaciones pasaron de intentar sobrevivir a toda cosa a llegar a replantearse si realmente odiaba tanto a Louis como pensaba, a participar en los juegos que Louis tenía para tantear los límites de su cordura. Pero sabía que el reloj en algún punto se daría la vuelta, tan solo sería cuestión de tiempo, cuando todos los granos hubieran caído, entonces Harry caería de bruces hacia el otro lado del reloj y todo un infierno comenzaría nuevamente. Porque nunca podían salirle bien las cosas y cuando la paz llegaba a su vida, de pronto, se ahogaba con toda la arena del reloj. Se quedaba en el fondo e intentaba de todas las formas posibles ascender a la superficie para no morir ahogado.

Y simplemente a veces se cansaba de seguir luchando y hacía cosas como pararse a beber de una botella de whisky robada mientras lanzaba las páginas de su diario al fuego. Se rendía porque estaba exhausto.

Y de pronto él estaba allí. Le había encontrado. No lo había puesto en duda un solo segundo, era Louis Tomlinson. Le conocía demasiado bien como para saber cómo funcionaban con él las cosas.

Lo observó por el rabillo del ojo, pero en ningún momento apartó la mirada de la fogata, ya había dicho que no iba a mirarle. Sin embargo, seguía rasgando las hojas y lanzándolas a las lenguas del fuego que bailaban con el papel un vals letal, donde el compás lo dirigía el traqueteo de la madera siendo consumida y terminaba con un marrón oscuro que acababa desapareciendo en un pequeño destello naranja brillante. Podía leer toda su vida por última vez antes de que fuera tragada por el fuego. Su letra y dibujos plasmados a lo largo de los años desaparecían para nunca volver. Y aún así, todo le era indiferente menos esa mirada fría que sentía que se le clavaba en la yugular.

Había silencio entre ambos, aunque se escuchaba al resto de personas que se encargaban de buscarle gritar por el bosque. Eran demasiado torpes, es por eso que Louis fue el primero en dar con él.

𝚃𝚑𝚎 𝚠𝚘𝚛𝚕𝚍'𝚜 𝚗𝚘𝚝 𝚜𝚊𝚏𝚎 𝚊𝚗𝚢𝚖𝚘𝚛𝚎 ᴸᵃʳʳʸ ˢᵗʸˡⁱⁿˢᵒⁿDonde viven las historias. Descúbrelo ahora