CAPÍTULO 11

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Lisandro pov:

Me desperté con un dolor de tobillo absolutamente increíble. Cuando quise moverme, me di cuenta de que estaba abrazando a Milagros y que mi cabeza estaba apoyada en el hueco de su cuello, sintiendo como su pecho subía y bajaba con cada respiración. No entendía como habíamos terminado abrazados en mi cama, la última imagen que se me venía a la cabeza era ella ayudándome a meterme en la bañera.

Levanté mi cabeza de golpe, sin separarme de ella, para corroborar que los dos siguiéramos con nuestra ropa puesta. Milagros sí estaba igual pero yo tenía otra remera.

Se removió incómoda ante mi movimiento brusco: había arrugado su frente y apoyó una de sus manos en mi pecho. La atraje más a mí y me quedé mirándola por unos segundos pensando en que Lautaro tenía razón, era hermosa y se había quedado conmigo en vez de hacer otra cosa solo porque se lo había pedido.

—¿Estás mejor? —me preguntó con voz de dormida, sacándome de mis pensamientos.

—¿Qué?

—Si estás mejor. —Abrió los ojos y levantó un poco la cabeza para verme—. Hoy a la madrugada estabas gritando del dolor y tenías fiebre.

—Ah sí... —contesté como pude cuando acercó sus labios a mi frente.

Se veía tan linda recién despierta y asegurándose de que estuviera bien.

—No parece que tengas fiebre ya —sonrió y un mechón de pelo se cayó sobre su cara.

—Che —dije acomodándoselo atrás de su oreja y dejando mi mano ahí—. ¿Por qué tengo una remera diferente a la que tenía cuando me fui a acostar?

Sus cachetes empezaron a tomar un color rosado y carraspeó, mirando para cualquier otro lugar que no fueran mis ojos.

—Porque estabas todo transpirado por la fiebre y cuando te metí en la bañera para que te bajara un poco, aproveché y te la cambié por una limpia y seca. —Me miró—. Perdón si te hace sentir incómodo. Te pregunté si podía cambiártela y me dijiste que sí pero veo que no te acordás.

Mi mano viajó desde su pelo hasta el costado de su cuello y con mi pulgar acaricié sus cachetes rojos.

—No me molesta —susurré acercándola un poco más a mí—. Me gustó que me cuidaras.

Milagros se rió.

—Capaz que seguís un poco afiebrado al final.

—¿Por qué?

—Y porque es mucha simpatía y amabilidad de repente —jodió.

—Tomalo como mi manera de agradecerte por haberte quedado toda la noche cuidándome cuando me podrías haber dejado solo —dije. prácticamente sobre sus labios.

—No hay nada que agradecer —me contestó—. No podía dejarte solo con casi 40 de fiebre y el tobillo lastimado.

Me acerqué más, rozando nuestros labios y esperando si me rechazaba o no. Milagros tiró de mi remera para acercarme más a ella y sonreí mientras juntaba nuestras bocas y acariciaba su mejilla. El beso había empezado como algo tierno pero ya era más desesperado. Bajé la mano que tenía en su cuello hasta el final de su remera y la levanté un poco para poder apoyarla en la piel de su cintura. Ante ese gesto, Mili estrujó mi remera entre sus manos e intensificó más el beso. Me separé de sus labios y antes de que pudiera decir algo, empecé a dejar un rastro de besos en su mejilla y mandíbula hasta llegar a su cuello.

—Licha... —jadeó y tiró su cabeza levemente hacia atrás, haciéndome suspirar sobre su piel.

Se sentía tan bien volverla a besar y escucharla decir mi nombre a causa de mi tacto. Me estaba volviendo loco.

Malentendido | Lisandro MartínezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora