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Estaba llegando tarde a la clase de Mansilla, tal como el primer día. Hay cosas que nunca cambian.

El salón ya estaba completo y el profesor recién había entrado. La primera vez que vine, había pateado la puerta para llamar la atención, hoy volvía a ser mi primer día, pero esta vez siendo yo misma. Estaba nerviosa, no sabía como empezar. 

—¿Entramos?— preguntó Mia a mi lado, confundida

Si, todo era distinto esta vez. Mi primer día no se parecía en nada a este, no iba a discutir con Mia, no iba a molestar al profesor Mansilla (o quizás si, nunca se sabe), tampoco iba a tratar de desnudarme frente a la clase ni terminaría en la oficina del chancho, digo, del director.

—Si— sonreí nerviosa

Ella tomó mi brazo y abrió la puerta, juntas entramos al salón. Todos nos miraban asombrados, dejaron de mirar lo que el profesor estaba anotando solo para observarnos a nosotras.
Tal vez no era necesario patear puertas para que me miren. 

—Tarde, alumnas— dijo Santiago

Nosotras caminamos hasta donde yo me sentaba, me había dicho Mia que estos días como se quedo sola, decidió empezar a sentarse ahí, alejada de sus anteriores amigas, así que me propuso sentarnos juntas, yo obvio que acepte. Es mejor que estar sola. Sentía miles de miradas sobre nosotras, y no podía evitar sentirme incómoda. Se todo lo que dicen de mi, y nada es bueno. 

—Mira, se juntaron los cuernos de Mia con la idiotez de Marizza— murmuraron por lo bajo 

—¿Qué decís? si son dos bombas— respondió otra persona. 

Ya no quería que sigan hablando de mí, no quiero que digan que soy una idiota, ni tampoco quiero ser una "bomba", no me interesa lo que piensen, solo quiero ser yo misma ¿por qué todos tienen que opinar?

—Que bien que come Bustamante— susurró un chico —Que envidia, se agarro a las mejores para el solito—

—Lastima que están una más loca que la otra—

—¡BUENO BASTA!— grité 

Si, no pude controlarme, al parecer es parte de mi instinto, pero no soportaba que hablen de mí, no soportaba que me juzguen, a pesar de lo que hice. Ya iba a tener tiempo para arreglar las cosas que hice mal con cada persona, pero nadie tenía derecho a opinar, cuando dos de las personas que más intenté lastimar me perdonaron.

—Spirito ¿qué pasa ahora?— se quejó el profesor —Ya me parecía extraño verla tan tranquila—

—Pasa que hay mucha gente que no tiene los pomelos bien puestos, y hablan de mi a mis espaldas, como si fueran nenitos— aseguré sonriente —Se hacen los malos y no se animan ni a mirarme— 

Diablos. Si, creo que ser tranquila no es parte de mí. Pasar desapercibida ya no es lo mío.

Todos quedaron en silencio, claro que ninguno tenía los pomelos necesarios. Ladran pero ninguno muerde. Mia me sonrió, y susurró un "gracias", supongo que también le afectaban esos comentarios. 

—Perdón ¿ustedes dos no se odiaban?— preguntó divertido el profesor

—No hablamos de nuestra vida privada— aseguró Mia con una sonrisa presumida

—¿No sabe profe? Ellas son socias ahora— río Fernanda —Comparten al mismo chico—

—Fer, sos patética—dije yo, mirándola de arriba a abajo con cierto asco

—Bueno, bueno, mejor volvamos a la clase— dijo Santiago

Los comentarios se calmaron, aunque nadie dejaba de observarnos. Supongo que es cuestión de tiempo hasta que se acostumbren. Me mantuve callada gran parte de la clase, anotando cada palabra del profesor, evitando pensar en donde estoy, y en las personas que me rodean. 

The actingDonde viven las historias. Descúbrelo ahora