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Narrador universal

Inhaló hondo y exhaló, ya sabía cuanto iba a extrañar esto...

Ella estaba sentada en una gran roca frente al mar, sus pies descalzos estaban enterrados en la arena y por más que sea un día lluvioso no podía dejar de venir a la playa. Este era su último día en la costa Española, se encontraba en la playa de las catedrales, uno de los lugares más hermosos que había conocido. El día gris y el saber que tendría que volver a Latinoamérica dentro de unas horas la ponía melancólica, no quería volver a su vida, no quería volver a la triste realidad.

A una realidad donde su padre, Fabrizio Spirito, no se interesaba por ella en lo más mínimo y donde su madre, la famosa vedete Sonia Rey, la sobre protege al máximo. Ellas viven viajando, es algo que aman hacer juntas pero esto significaba tener que estudiar en casa y no poder acostumbrarse a ningún lugar porque siempre tenía que partir.

Quizás esa era una de las razones por la cual a sus quince años no lograba tener amigos, jamás había estado de novia, ni tampoco había dado su primer beso. Era una adolescente en un mundo de adultos, donde las personas de su misma edad la excluían.

Si había algo que amaba era leer y escribir, solía desahogar sus penas en sus cientos y cientos de historias, nada la hacía más feliz que las novelas, era su único escape de la realidad. Pasaba horas pensando en cada detalle, en cada personaje. Su favorita era Pía, un personaje al que nombro con su segundo nombre. Pía hacía y decía todo lo que ella no se animaba, Pía era todo lo que quería ser.

A esa edad los adolescentes siempre son crueles, impulsivos. Ella tuvo la mala suerte de siempre cruzarse con los peores, tenía una  larga y hermosa cabellera castaña que debía estar recogida en una coleta ya que siempre le jalaban del cabello, usaba gafas que eran probablemente más grandes que su cara —Mientras más grandes sean tus lentes más rápido se te va a ir la ceguera ¿no?— había dicho su madre cuando se los compro. Para colmo era introvertida, calmada, un blanco fácil para los "brabucones".

Pero esto no era nada comparado a que es la hija de la vedette, Sonia era una mujer preciosa, y a pesar de que tenía treinta y cinco años ella parecía de veinte. Todos los chicos de su edad morían por Sonia, no por ella. No pudo evitar largarse a llorar al recordar que todo ese maravilloso viaje ya iba a terminar y que tendría que volver a su desastrosa vida, donde sus únicos amigos son los personajes ficticios de sus novelas favoritas.

Comenzó a sollozar más fuerte, sus lagrimas caían descontroladas por sus mejillas, empañaban sus lentes y nublaban su vista. Comenzó a revisar el bolsillo de su campera para buscar un pañuelito, pero por desgracia se había acabado todos.

—¡Pero la pu... punta del obelisco!— exclamó enojada, así es, ella no era de insultar, por más que estuviera sola.

Reprimía todo lo que sentía, entre eso sus insultos, siempre se mostraba tranquila, siempre se mostraba como una niña perfecta, tanto que hasta incluso comenzaba a creérsela. No le gustaba para nada como su manera de ser, le gustaba la personalidad de sus personajes, odiaba la suya. Pero le costaba tanto cambiarla, ni siquiera sabía por donde empezar.

—Nunca escuche una puteada tan... peculiar— le contestaron con diversión, al voltearse pudo ver a un chico de su edad -quizá más grande incluso- sentía que esto era un papelón, sus lentes se empañaban cada vez que ella lloraba, sus ojos se ponían rojos y su cara se hinchaba. Su manera de vestirse era rara, como ella.

—Si te vas a reír de mi podes seguir caminando— contestó de mala gana, estaba acostumbrada a eso, toda su vida fue así —No estoy para chistecitos—

—Solo pensé que iba a servirte un pañuelo— le dio un paquete con pañuelitos descartables y se sentó a su lado en esa gran roca —Perdón si te molesto, pero te vi a lo lejos y me llamaste la atención—

The actingDonde viven las historias. Descúbrelo ahora