28. El príncipe canalla y el príncipe tuerto.

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Muchas leguas hacia septentrión, en un alcázar la bahía de los Cangrejos, otro señor se encontraba también en el filo de la espada. De Desembarco del Rey había arribado un cuervo con una misiva de la reina para Manfryd Mooton, señor de Poza de la Doncella. Debía entregarle la cabeza de la bastarda Ortiga quien habían declarado culpable de alta traición.

— Ningún daño debe hacérsele a mi señor esposo, el príncipe Daemon de la casa Targaryen. — ordenaba su alteza en la carta. — Envíenlo en cuanto se cumpla la misión, ya que lo necesitamos urgentemente.

Cuando lord Mooton leyó la carta de la reina, se quedó tan descompuesto que perdió la voz, y no la recobró hasta haberse bebido tres copas de vino. Después hizo llamar al capitán de su guardia, a su hermano y a su adalid, ser Florian Greysteel, y pidió a su maestre que se quedase también. Cuando estuvieron todos reunidos, les leyó la misiva y les pidió consejo.

— Es muy fácil. — dijo el capitán de su guardia. — El príncipe duerme junto a ella, pero ya está viejo; tres hombres bastarían para domeñarlo si tratara de interferir, pero harán falta seis por si acaso. ¿Mi señor desea que se haga esta misma noche?

— Sean seis hombres o sesenta, no deja de ser Daemon Targaryen. — objetó el hermano de lord Mooton. — Una droga narcótica en su vino vespertino sería lo aconsejable. Que se despierte y la encuentre muerta.

— No es sino una niña, por muy nefandas que sean sus traiciones. — dijo ser Florian, un viejo caballero cano y adusto. — El Viejo Rey jamás habría solicitado nada semejante a un hombre honorable.

— Corren tiempos hediondos. — dijo lord Mooton. — y es un dilema hediondo el que me plantea la reina. La joven es una huésped, que vive bajo mi techo. Si obedezco, Poza de la Doncella quedará maldita para siempre; si rehusó, quedaremos mancillados y destruidos.

— Muy bien pudiera ser que nos destruyeran hagamos lo hagamos. — respondió su hermano. — El príncipe es más que aficionado a esa chica castaña, y tiene el dragón al alcance de la mano. Un señor sabio los mataría a ambos, no fuera que el príncipe, llevado por la ira, quemase Poza de la Doncella.

— La reina ha prohibido que se le inflija daño alguno. — les recordó lord Mooton. — y asesinar a dos invitados en el lecho es el doble de grave que matar a uno solo. Quedaría doblemente maldito. — Suspiró. — Ojalá no hubiera leído la carta.

— Tal vez usted no la ha leído... — intervino el maestre Norren para decirles lo que él planeaba.

Mas tarde, un joven de veintidós años, halló al príncipe Daemon y a Ortiga cenando esa noche y les mostró la misiva de la reina. Fatigados tras una larga jornada de infructuoso vuelo, compartían una frugal comida consistente en carne de vacuno hervida con remolacha. Hablaban quedamente.

El príncipe lo saludó con cortesía, pero cuando leyó la carta vio que la dicha se desvanecía de sus ojos y la tristeza caía sobre él como un peso demasiado arduo de soportar. Cuando la joven preguntó qué decía la nota, respondió: "Palabras de una reina, obra de una puta".

Luego desenvainó la espada y preguntó si los hombres de lord Mooton aguardaban fuera para hacerlo cautivo.

— He venido solo. — le contestó, y luego declarando falsamente que ni su señoría ni ningún otro hombre de Poza de la Doncella conocía el contenido del pergamino. — Perdoneme, mi príncipe.— dijo. — porque he conculcado mis votos de maestre y leí la carta.

El príncipe Daemon guardó su espada y dijo.

— Eres un mal maestre, pero un buen hombre. — tras lo cual le pidió que los abandonase y le ordenó que no dijese ni una palabra a nadie hasta el día siguiente.

La Reina Dragón.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora