08. El comienzo del fin.

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La sala del trono de Marcaderiva se llenó con la presencia tensa y ansiosa de todos los presentes. El rey, con su autoridad tangible, exigió respuestas inmediatas ante la tragedia que se había desatado. Dos maestres trabajaban diligentemente: uno atendía la herida de Visenya, mientras que el otro se esforzaba por brindar ayuda a Aemond, cuyas lesiones revelaban la gravedad del desafortunado incidente. El aire estaba cargado con el peso de la preocupación y la culpa, mientras la incertidumbre dominaba la atmósfera de la sala.

— ¿Cómo permitieron que esto pasara? — se habían reunido todos en la sala del trono de Marcaderiva, el rey estaba dispuesto a exigir respuestas. 

— Se supone que los príncipes estaban en su habitación, mi rey. — Se excusó un guardia debido a su descuido.

— ¿Quién estaba a cargo de la guardia? ¡Ustedes juraron cuidar y proteger a mi sangre!

 La decepción y el reproche eran evidentes en su tono. La responsabilidad y el compromiso que los guardias habían jurado para proteger a los príncipes eran principios sagrados que habían sido quebrantados.

— La guardia real nunca ha protegido a príncipes de otros príncipes.

El rey frunció el ceño con intensidad, su mirada feroz fijada en Sir Criston, como si quisiera quemar la respuesta errática con solo la fuerza de su mirada. La declaración de Criston solo exasperó su frustración

— ¡Esa no es una respuesta! — rugió el rey, su voz resonando en la sala del trono. La falta de una justificación adecuada solo avivó su ira, expresándose con una intensidad palpable. Era evidente que esperaba una explicación mucho más sólida y satisfactoria que justificara el descuido.

— Va a sanar, ¿verdad, maestre? — preguntó Alicent al maestre que estaba dando puntadas en el ojo de Aemond.

La inquietud se reflejaba en el rostro de Alicent mientras esperaba la respuesta del maestre, sus ojos buscaban una confirmación de esperanza en medio de la tensión que se cernía sobre ellos. Mientras tanto, Visenya se incorporó de su asiento junto al rey y se acercó a Aemond, enfrentándolo directamente.

— La piel sanará, pero ha perdido el ojo. — respondió el maestre con solemnidad, dejando que la noticia se asentara entre los presentes como un golpe demoledor. Era una realidad dolorosa que se reflejaba en el tono grave de sus palabras.

La furia y la decepción se mezclaban en la mirada de la reina mientras se acercaba a Aegon, su tono cargado de ira. No dudó en abofetearlo, un gesto que reflejaba su profunda decepción y desesperación por la situación.

— ¿Por qué fue eso? — murmuró Aegon, todavía en un estado de embriaguez que no le permitía comprender por completo lo que sucedía a su alrededor.

— ¡Eso no es nada en comparación con el abuso que tu hermano sufrió mientras tú te ahogabas en copas, imbécil! — espetó la reina, su voz temblaba por la rabia contenida. Era evidente que la negligencia de Aegon en un momento crucial había despertado la furia y la indignación de su madre.

La expresión aterrorizada de Visenya permanecía inmutable mientras observaba a Aemond, sintiendo el peso aplastante de la culpa. A pesar de la leche de amapola, el sufrimiento de Aemond era evidente. Cuando él extendió su mano, ella reaccionó rápidamente y la tomó, luego se arrodilló a sus pies, buscando ofrecer cualquier atisbo de apoyo que pudiera proporcionarle. La culpa la agobiaba; era ella quien había desafiado a Aemond a dominar a Vhagar y también se culpaba por no poder detener a sus hermanos en el conflicto.

El corazón de Visenya latía con ansiedad, su mirada preocupada y llena de remordimiento estaba clavada en Aemond, esperando desesperadamente que encontrara algo de alivio en su gesto de solidaridad.

La Reina Dragón.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora