33. Rhaenyra Targaryen.

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Los chismes y las noticias viajaban rápido y la reina Rhaenyra, tras recibir la noticia sobre la muerte de su hija no aguantó el dolor, no pudo dormir mas y no había nada que la separara de su único hijo vivo Aegon.

La reina Rhaenyra no tenía oro ni barcos. Cuando mandó a lord Corlys a las mazmorras perdió su flota, y había abandonado Desembarco del Rey temiendo por su vida sin llevarse ni una sola moneda. Desesperada y temerosa, vagaba por las almenas del castillo del Valle Oscuro sollozando, cada vez más hundida y ojerosa. No podía dormir y no deseaba comer, ni quería sufrir la separación del príncipe Aegon, su último hijo vivo; día y noche, el niño iba a su lado "como una pequeña y pálida sombra".

Cuando lady Meredith le dejó bien claro que ya había abusado bastante de su hospitalidad, Rhaenyra se vio obligada a vender la corona para recabar el pago de los pasajes en un mercante braavosí, el Violande. Ser Harrold Darke la apremió a buscar refugio con lady Arryn en el Valle, mientras que ser Medrick Manderly trató de persuadirla para que los acompañara a él y a su hermano ser Torrhen a Puerto Blanco, pero su alteza se negó a todo ello; estaba empeñada en regresar a Rocadragón. Allí hallaría huevos de dragón, dijo a sus leales. Debía contar con otro dragón, o todo estaría perdido.

Pujantes vientos impulsaron el Violande más cerca de las orillas de Marcaderiva de lo que la reina habría deseado, y tres veces pasó a escasa distancia de los navíos de guerra de la Serpiente Marina, pero tuvo buen cuidado de no ser vista. Al final, al anochecer, los braavosíes la dejaron en el puerto que hay al pie de Rocadragón. La reina había enviado un cuervo desde el Valle Oscuro para avisar de su llegada, y halló una escolta que la aguardaba al desembarcar con su hijo Aegon, sus damas de compañía y tres caballeros de la Guardia Real (ya que los capas doradas que habían huido de Desembarco del Rey con ella se habían quedado en el Valle Oscuro, mientras que los Manderly se quedaron a bordo del Violande para continuar la travesía hasta Puerto Blanco).

Llovía cuando la reina y los suyos llegaron a la orilla, y apenas se veía ya a nadie en el puerto. Hasta los lupanares parecían oscuros y desiertos, pero su alteza no se fijó en nada de eso. Enferma de cuerpo y espíritu, destrozada por la traición, Rhaenyra Targaryen no deseaba más que regresar a su sede, donde imaginaba que su hijo y ella estarían a salvo. Poco sospechaba que estaba a punto de sufrir su última y más grave traición.

Su escolta, compuesta por cuarenta espadas, estaba comandada por ser Alfred Broome, uno de los hombres que se habían quedado en Rocadragón cuando Rhaenyra lanzó su ataque sobre Desembarco del Rey. Broome era el más veterano de los caballeros de Rocadragón, ya que había entrado en la guarnición durante el reinado del Viejo Rey. Como tal, esperaba recibir el nombramiento de castellano cuando Rhaenyra partió en pos del Trono de Hierro; pero su disposición taciturna y sus modales acres no inspiraban ni afecto ni confianza de modo que la reina no quiso saber nada de él y favoreció al más afable ser Robert Quince. 

Cuando Rhaenyra preguntó por qué no había acudido ser Robert a recibirla, ser Alfred replicó que la reina se reuniría con "nuestro orondo amigo" en el alcázar. Y así fue, si bien el cadáver de Quince estaba tan achicharrado que resultó irreconocible cuando llegaron a él. Tan solo por su tamaño lograron distinguirlo, ya que estaba enormemente grueso. Lo hallaron colgado de las almenas de la atalaya junto al mayordomo de Rocadragón, el capitán de la guardia, el maestro armero y la cabeza y el torso del gran maestre Gerardys. 

Todo cuanto hubo bajo sus costillas había desaparecido, y las entrañas colgaban del vientre rajado como negras serpientes abrasadas. La sangre se retiró de las mejillas de la soberana ante la visión de los cadáveres, pero el joven príncipe Aegon fue el primero en comprender su significado. 

— Madre, huye. — gritó, aunque ya era tarde. Los hombres de ser Alfred cayeron sobre los protectores de la reina. 

Un hacha segó la cabeza de ser Harrold Darke antes de que pudiera desenvainar la espada, y ser Adrian Redfort recibió un lanzazo por la espalda. Tan solo ser Loreth Lansdale fue suficientemente rápido para asestar algún golpe en defensa de la reina, ya que hirió a los dos primeros hombres que lo acometieron antes de caer muerto. Con él fenecía la Guardia Real. Cuando el príncipe Aegon se hizo con la espada de ser Harrold, ser Alfred le arrancó la hoja con sumo desdén.

La Reina Dragón.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora