1. Mani legate.

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1. Mani legate.

REGINA

Camino hacia la salida del picadero techado con la vista fija en los chicos. Algunos ríen y otros están serios. Todos dan lo mejor de sí. Dos enfermeros atienden a un adolescente nuevo con síndrome de Down. Me detengo un momento para mirar a Rhino. Me alegra que lo eligieran. Es un caballo de pelaje marrón claro, fuerte, dócil, paciente y cariñoso.

Yo lo entrené.

La brisa fría que impacta en mi cara es agradable. Acomodo mis guantes. Nuestro uniforme conlleva blanco y azul claro. Estoy usando una chaqueta de equitación azul con mangas blancas, mi pantalón también es blanco. Esta es la versión para el frío. En febrero, el invierno está superando su auge. No obstante, el clima no impide que el centro funcione. Hemos tomado precauciones.

Nadie me interrumpe mientras atravieso el campo nevado, así que no tardo en llegar al edificio administrativo. Deslizo hacia un lado la puerta de cristal que separa el exterior con el nido de víboras. Aria, la recepcionista que me mira como a una cucaracha y no como la futura dueña de la ciudad, me indica que ya me están esperando en la pequeña sala de reuniones. Subo las escaleras hasta el segundo piso. Doblo el pasillo sin apartar mi mirada del frente, los empleados que paso se codean y comentan entre sí.

¿Piensan que no me doy cuenta?

Ninguno se atreve a juzgarme a la cara.

Las primeras sillas de la sala se encuentran ocupadas por los siete principales responsables de los caballos durante las sesiones de terapia. Conmigo somos ocho. El resto es personal administrativo de Equidae Potawatomi. Todos se vuelven en el momento que Robert Porush, el director, agita su mano para que me dé prisa en entrar.

A propósito, me siento en el puesto vacío junto a Laura, que está a la izquierda de Ginger, ambas miembros principales del club: hablar de la vida de Regina Azzarelli porque la nuestra es un asco. Por el rabillo del ojo noto cómo se remueven incómodas.

—Zorra —escupe Ginger.

Muerdo el interior de mi mejilla para no sonreír. Les falta originalidad. Quizá deba recomendarles verse en un espejo, pero Robert se aclara la garganta, agitando su papada, y me olvido de ellas.

—Haré un anuncio sencillo. Johnson se ha lesionado la muñeca y no podrá participar en la demostración. —Sus ojos café se topan con los míos—. Quiero proponer que Azzarelli ocupe su lugar en la apertura. ¿Alguien más se ofrece?

No me inmuto, cruzo las piernas y repaso mentalmente mi agenda.

—Jeffrey está más capacitado para llevar a cabo la apertura de un evento tan importante para Equidae Potawatomi —alega Ginger y me mira de reojo con desprecio—. ¿No fue suficiente hacer responsable a la italiana de la organización?

—Llevo trabajando aquí dos años y nunca he cometido ningún crimen —el tono sarcástico de Jeffrey provoca algunas risas—. Me postulo también.

—¿Cuántos caballos has entrenado en ese lapso? —salta Shana.

—Pregunta la que jamás ha entrenado uno —Laura ríe por lo bajo.

—Refuta la que tampoco ha entrenado un caballo para defender al hombre que causó el escape de tres y la baja de dos, porque les infundió miedo a los humanos con sus métodos de entrenamiento —replica Joshua.

Los murmullos se instalan en la sala.

—Esos animales no eran material para el centro —dice Jeffrey entre dientes.

Hago un esfuerzo por conservar la compostura.

—Material —repito, neutra, y las voces cesan—. ¿Así los clasificas, como mercancía? ¿Eso les diremos a los niños? ¿Que los caballos son meras herramientas para satisfacer sus necesidades? ¿Herramientas que no sienten dolor, tristeza o alegría? —Los de primera fila tragan saliva cuando me levanto para tomar una fusta de la pared y la blando contra una silla. Miro a Jeffrey—. Si golpeo a un caballo con esto, sentirá lo mismo que tú en el caso de que también te azote.

Resiliente Fulgor ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora