33. Un pingüino.

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33. Un pingüino.

ALONSO

Entro en mi antiguo edificio seguido por Vladimir. El elevador no sirve y tomamos las escaleras sin encontrarnos con nadie. Abro la puerta del apartamento con mi viejo juego de llaves, el ruso se queda afuera y entro. El fuerte sonido de la televisión es lo primero que noto, seguido del cuerpo de mi hermano sobre el sofá. Usa una camiseta que permite ver el yeso de su brazo derecho y pantalón corto que muestra su pie vendado. La venda alrededor de su cabeza sigue presente.

—Señor Roswaltt.

Unos ojos ambarinos me observan con alivio. Kyle tiene veintiocho años y buenas referencias que me hicieron elegirla para cuidar a mi hermano.

—Ya sabes que puedes llamarme Alonso. —Sonrío cordial y le entrego una bolsa con galletas—. ¿Nos das unos minutos?

Asiente, se interna en la cocina para tomar su bolso y sale del apartamento. Nathaniel apaga el televisor.

—¿La despediste? —inquiere con entusiasmo.

—Explícame por qué debe irse. —Le quito el bol con las palomitas y tomo un puñado.

—Es una llorona quejica.

—¿Fuiste grosero con ella? —Frunzo el ceño.

—Es fastidiosa.

—Te ayuda.

Gruñe, algo que ahora hace mucho.

—Esto no funciona, Alonso —masculla—. ¡No quiero a nadie atosigándome! ¿Te niegas porque Regina le paga? ¡No pueden decidir sobre mi vida!

Niego con la cabeza.

—Empeoraste tus lesiones sobre esforzándote. —Veo su brazo—. Kyle cuida tus heridas y evita que te pudras como zombi. Ha velado que no te mueras de hambre o ahogado en medio de tu basurero. —Recojo un envase de comida en el suelo—. No se trata de Regina porque la decisión la tomo yo. No puedo despedirla a menos que me des un mejor argumento o demuestres que puedes cuidarte solo.

—Puedo hacerlo —farfulla a regañadientes.

—¿Desde cuándo no te duchas? —Me siento a su lado—. Te recuperarás más rápido si pones de tu parte y abandonas el rol de ermitaño amargado. Sofía y Niko están ansiosos por verte.

—Estoy mal y no quiero que me vean así.

—No dejan de preguntar cuando aparecerás. Se identifican contigo. Eres el mellizo de su madre. También te necesitan.

Gira la cabeza para que no le vea la cara.

—No soy un buen ejemplo. Casi te matan por mi culpa.

—¡No sigas repitiendo eso! —exijo—. No sucedió y no sucederá.

—Claro, porque ahora tienes una novia bravucona que te cuida, no porque yo no sea idiota que puede volver a hacer una estupidez como siempre que intento ser útil. ¿Cuáles son mis expectativas de futuro? No te puedo ayudar en el restaurante y cancelé las despedidas de soltera porque un ojo morado no es sexy. —Me arranca el bol de palomitas y enciende el televisor—. Vete a ser una estrella de la música y déjame solo que quiero ver la puta película.

Aprieto los puños. Me escuece escucharlo. Sé lo quees sentirse como una carga. Un inútil. Mi herida está fresca y aún puede sangrar, pero me siento capaz de ayudara mi familia a sanar las suyas. El tiempo no cura, solo ayuda a aprender arespirar y vivir con el dolor latente que nunca desaparece del todo.

—Lo que diré no te gustará: Necesitas ver un psicólogo, Nathaniel.

Me dedica una mirada furibunda.

Resiliente Fulgor ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora