41. Estrellas

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41. Estrellas

REGINA

Me empino la botella de whisky sin apartar los ojos de la carretera.

Hoy mismo despediré a toda mi plantilla de seguridad. Después del atentado del Ferrari, seguirme se volvió difícil. Tengo operativos de hombres que se esconden. Algunos incluso trabajaron para el FBI y el ejército. Golpeo el volante con mi palma.

¡No puede dolerme así, maledizione!

¿Cómo demonios permitieron que se me acercara?

No puedo respirar.

Un hormigueo se extiende por mi cara y brazo izquierdo. ¿Infarto? Merda. Freno de golpe. No quiero morir. El aire se me queda atorado en la garganta con cada respiración y eso comienza a desesperarme. Llevo una mano a mi pecho adolorido como si así pudiera evitar que se me salga el corazón, y bajo de la camioneta.

Pierdo equilibrio cuando mis tacones se hunden en la arena, me los quito sin usar las manos mientras me saco el blazer. Hiperventilando, avanzo hasta sentir el agua de la playa mojarme los pies. El aire fresco y salado de la noche ayuda un poco.

No siento nada por esa escoria.

«Entonces, ¿por qué te afecta tanto?».

El enojo es una emoción.

Aprieto los ojos.

Me arruinaste la vida.

Eres un error que no debió existir.

Nadie amará a una sucia pecadora.

Mi hija murió.

Cayendo de rodillas, mi cara se empapa recordando todas las veces que deseé que me abrazara y, como una ridícula, esperé que fuera una mamá.

Mi mamá.

Son demasiadas emociones acumuladas.

En mi mente se repiten los intolerables castigos, palabras horribles y la forma en que me echó cerrándome las puertas, pese a que ensucié mi alma para salvarle la vida. La sensación de no haber sido suficiente para ella, regresa con su desbordado interés por Patrizia.

¿Por qué ella y yo no?

Jadeo buscando aire, me asfixio.

«¡Regina, Contrólate!».

Me siento en la orilla sin importar que mi pantalón Chanel se moje, estiro las piernas y procuro anclarme en la sensación fría del agua. Soy una mujer sana, no moriré hoy. Esto es un ataque de pánico y pasará porque yo tengo el control. El dolor es inevitable, el sufrimiento es optativo y yo elijo superarlo. Repito esas palabras una y otra vez. Minutos después, regulo mi respiración y los latidos de mi corazón.

No veía a Fiorella desde que emigré a los dieciocho de Italia. Sé por qué vino, por qué me busca y por qué no la ayudaré.

Trago saliva.

«Mírate, treinta y uno y todavía lloras por ella».

Me levanto para ir por Johnny y bebo un trago largo que me incinera la garganta. Sí, tengo treinta y uno, soy exitosa, famosa, millonaria y una triunfadora. Con mano temblorosa, tomo el arma guardada en la guantera, reviso que esté cargada y apunto a mi alrededor en una clara advertencia.

Noté a Mashiro seguirme.

Sé que me observan y le volaré la cabeza a cualquiera que se aparezca. No quiero ver, ni hablar con nadie.

Resiliente Fulgor ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora