44. Fulgor Resiliente.

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44. Fulgor Resiliente.


ALONSO

Después de despedirme de los mellizos, busco mi guitarra y salgo al jardín trasero. Las estrellas se aprecian por la ausencia de la luna. Las farolas con fuego en el interior iluminan el camino hasta la zona de estar cercana a la piscina, donde me espera Regina usando pijama negro, su cabezarecargada en el respaldo del mueble, sumida en sus pensamientos.

Percibo una lágrima que se le escapa.

Hago ruido pateando un balde para alertarla, respinga y rápido seca su mejilla. Estuvo yendo a terapia antes de irse a Inglaterra y, como me pidió tiempo, no le he preguntado sobre lo que pasó esa noche que llegó ebria. Entiendo que no tiene por qué decirme todo lo que ocurre en su vida, pero se guarda tantos aspectos que me frustra mucho. Cuento unos segundos antes de aparecer, me sonríe tenue aunque distante. Beso su frente y la observo esperando a que me cuente lo que sucede; sin embargo, me insta a que le muestre lo que llevo de una canción.

Suspiro y me acomodo frente a ella en el mismo mueble circular que rodea una bonita mesa de piedra, la cual tiene una botella de vino, una bandeja de maridaje y una cálida hoguera en el centro. Comienzo a tocar, canto algunas letras, otras no y después pasamos el rato planificando la ruta para las vacaciones... hasta que fracasa en ocultar su nerviosismo.

Los dedos de una mano tamborilean sobre su rodilla mientras clava fuerte las uñas de la otra en la palma, haciéndose daño. Suficiente. Dejo la guitarra a mi izquierda, me siento a su lado, tomo su muñeca, estiro sus dedos y acaricio las marcas.

—¿Qué pasa, Regina? —inquiero suave.

Nos observamos fijamente durante unos largos segundos, tal vez se convierten en minutos y luego relame sus labios.

—No sé qué hacer y eso me está carcomiendo —musita casi inaudible—. Me avergüenza no saber qué hacer con Ryan.

Frunzo el ceño.

—¿Es por los comentarios de mi familia?

Escuché los cuestionamientos por el origen del Jedi. Una tía intentó darme un sermón sobre criar hijos ajenos.

—Me saben a mierda —bufa—. Quiero que Ryan se quede conmigo pero él guarda esperanza de que regrese su madre. —Arruga la nariz—. No sé cómo lidiar con eso y la rabia que me genera cuando quiero protegerlo de traumas como los míos.

¿Traumas de infancia?

—Las terapias, el tiempo y el amor que le brindamos lo ayudarán a sanar. —Beso las marcas en su palma—. ¿Qué te parece si lo adoptamos?

Parpadea, anonadada.

—Me lo estás preguntando en plural.

Siento mis orejas arder mas no me acobardo, al contrario. Sonrío seguro de mi proyección.

—Sé que acordamos ir despacio, conocernos y evaluar si funcionamos juntos pero, por ver a ese niño crecer feliz, me convierto en su papá así tú y yo nos separemos más adelante. Ryan seguirá siendo especial para mí y yo estaré para él, si me lo permite, claro. Aquí lo que importa es brindarle un hogar donde se sienta amado y aceptado... y quien sabe, quizá hasta le damos hermanitos. —Río y mi mano se abre en su vientre—. Formar una familia es mi mayor sueño.

Mi sonrisa desaparece viendo el dolor expandirse en su expresión. Se aleja de mi toque, bebe todo el contenido de su copa y se sirve más.

—No es reproche pero me preocupa tu salud —soy cauteloso—. ¿Está bien que bebas tanto?

Resiliente Fulgor ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora