23. Como en el ajedrez.

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23. Como en el ajedrez.

ALONSO

Llegamos a una clínica privada en veinte minutos. Vladimir propone sepultar el cuerpo de Otto en los terrenos de Regina, pero prefiero que lo cremen. Quiero esparcir sus cenizas en el parque.

—Adiós, Otto, gracias por existir —murmuro, triste.

Acaricio su cabeza por última vez con la sensación de otra pérdida irreparable, y lo dejo en la camioneta.

Entro en urgencias acompañado por Vladimir en todo momento. Aplaca mi ansiedad tras informar que Regina viene en camino. Evito recordar la vez que desperté en un hospital y no supe de ella. Todavía no puedo ver a Nathaniel, por el contrario, insiste que me revisen.

No me llevan a una sala con varias camillas como a cualquiera, sino a una jodida habitación de lujo donde me quedo en bóxer. Me atiende una doctora de unos 45-50 años y dos enfermeras, una de ellas no disimula su apreciación por mi musculatura, pero yo sólo puedo pensar en que Otto no me volverá a despertar por las mañanas.

Estabilizan mi presión arterial, me limpia las pequeñas heridas, me sacan una muestra de sangre y confirman que no tengo nada roto o fuera de lugar. Tomo el analgésico que me entregan y me doy una ducha rápida con agua fría, rezando que me despierte del mal sueño.

No quiero llamar a mi familia hasta saber el diagnostico de Nathaniel para evitar preocuparlos, o que me sigan reprochando... o porque me niego a asimilar lo que ocurrió. Ato una toalla en mi cintura y, antes de salir del baño, escucho cómo una voz amenazante con acento italiano discute con una enfermera.

—Yo lo haré —exige autoritaria.

—Es mi trabajo, madam.

—Mañana no si me da la gana. Soy la maldita dueña de esta clínica y muy capaz de aplicar una pomada que la doctora Miller recetó usar en casa; es decir, que no me convencen tus excusas para tocar a mi esposo —enfatiza.

—Pe-perdone si me malinterpretó, no fue mi inten... —el tono de la enfermera tiembla—. Sí, sí, ya me voy. Llámeme si me necesita.

Unos segundos, escucho la puerta cerrarse y salgo. La oscuridad en el rostro de Regina se difumina en alivio apenas me ve. Destruye la distancia y se me lanza encima. Todo mi cuerpo se estremece y el suyo tiembla. Cierro los ojos y hundo mi nariz en su cabello con aroma a coco.

—Lamento tu pérdida, Alonso, lo siento muchísimo —murmura.

La estrecho con fuerza. Nunca debí salir de su mansión. Nos quedamos abrazados por un largo rato hasta que besa mi cuello, mi mandíbula y sube a mis labios. Se quita los guantes de cuero. Sus dedos fríos tocan con cuidado mi frente y pómulo lastimado. Pasa ambas manos por mis brazos, pecho y abdomen, palpando y buscando más heridas.

—¿Qué te duele? —Sus ojos muy abiertos y preocupados.

Mente, alma y cuerpo. Todo.

—No mucho —digo casi inaudible, sin ánimos.

Pide que me siente en el borde de la cama y se mete en el espacio entre mis piernas. Con una mano me sujeta la cabeza y, con la otra, aplica delicadamente una pomada en mi mejilla hinchada. Me quedo perplejo por su concentración para evitar hacerme daño.

—A Nathaniel lo están atendiendo los mejores profesionales de la clínica. Mashiro nos avisará apenas tenga noticias de su estado. —Se ocupa de los hematomas en mi pecho y abdomen—. Te traje ropa limpia y zapatos. ¿Tienes hambre? ¿Quieres comer o beber algo en especial mientras esperas? ¿Qué necesitas? Pídeme lo que sea.

Resiliente Fulgor ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora