5. Pesadilla Virtual.

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«Departamento ciento doce, piso diez. Ciento doce, piso diez. Ciento doce, piso...», en el ascensor, Gi abrazaba la seguridad que aquel pequeño pero certero objetivo le otorgaba. Estaba haciendo las cosas bien, cumpliendo al dirigirse a donde se le ordenó vivir.

Soltó un extenso suspiro al hallarse ante la puerta. El 112 ante sus ojos lo tensó hasta sentir la llave girar correctamente. Treinta metros cuadrados para él solo... En la entrada, la cocina americana contrastaba en rojo y negro. Un sofá en L abrazaba la sala ante el televisor, dejando espacio para el librero entre su respaldo y el ventanal.

Cerrando la puerta con la espalda, Gi alcanzó a ver el estrecho balcón de fondo. No conseguía despegar la vista de ahí...

«No tiene protección, cualquiera podría lanzarse», lo pensó omitiendo cualquier opinión al respecto, sólo pasó por su mente y pronto se regañó, sacudiendo la cabeza. «Nadie caerá; aquí no viven niños, sólo yo».

«Sólo yo». Inhaló hondo. Aquel día el aire parecía escasear en su sistema.

Un psst!, como si alguien tratara de llamar su atención, encrespó al nuevo residente ¿No se suponía que estaba solo? Se indignó con la mano en el pecho al advertir el aromatizante automático en la repisa de la cocina.

—Me asustaste —resopló dando dos pasos hacia la sala, llevándose otro sobresalto; esta vez al hallar un espejo de pie junto al televisor—. Ya Basta~ —gimoteó harto de los sustos.

«¿Por qué traigo el miedo a flor de piel?», dudó un segundo. Sacudió la cabeza obstinado. «No, no estoy asustado, todo está bien».

A su derecha estaba el refrigerador. La lavadora y secadora estaban apartadas tras una mampara en el pasillo que llevaba a una pequeña oficina, el baño y la habitación. Era todo, espacio más que suficiente para una persona, incluso una pareja. «Excesivo para un androide de cuidado personal», admiró dejando las maletas sobre la cama, notando que el armario cubría un muro por completo. El grueso futón color beige llamó su atención, levantó una punta descubriendo cuán pesado era y sonrió sin entender el por qué de su alivio.

—Bueno, tengo que ordenar mis...

¿Cosas?

Abrió una maleta y después el gran armario, topándose con que este estaba casi lleno y sólo quedaba un estante para poner lo que llevaba consigo. Se preocupó, por un segundo creyendo que alguien había olvidado sus cosas, al siguiente se alegró suponiendo que le sería asignado un humano a quien cuidar.

Un amo presente era todo lo que quería, la razón del brillo casi verdoso en sus ojos, el que se esfumó al hallar una nota pegada en la puerta del armario.

"El departamento y todo en su interior te pertenece, Gi. Puedes vivir solo o invitar a quien desees; eres libre" —leyó. Su semblante decayó.

Resopló decepcionado, mas se negó a admitir su descontento. Desempacó tratando de hacer ojos ciegos a cada llamativa prenda guardada. «¿Se supone que todo esto es mío? ¿Significa que debo usarlo?», no le gustaba. Ropa masculina y femenina por igual, telas variadas, cortes "osados" y tallas demasiado cercanas a la propia, algunas incluso ajustadas, sólo imaginar probarlos le revolvía el estómago.

—No —decidió cerrando las puertas, aferrándose a su suéter con gotas de lodo en el que podía nadar.

Le gustaba vestirse justo como estaba, sentirse invisible dentro del que fácilmente podía ser un costal del mismo invisible gris que su existencia. Cubrir toda su piel de ser posible lo hacía sentir seguro.

AmygdalaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora