38. Un Buen Novio.

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9 de Marzo de 1993.

Un recuerdo de hace treinta años atrás...

Un niño de siete años, pálido, de mejillas redondas y pequeños ojitos negros, se hallaba perdido.

Él se sentía perdido. Solo. Asustado.

¿No se había ido a dormir ya? Es lo último que recordaba, comenzando a creer que estaba soñando. Lo que ocurría era muy extraño para no ser un sueño.

Bajo la bata blanca de la clínica, sus pies desnudos pisaban. Se sostenía de pie... sin saber sobre qué.

Blanco. Todo, hacia todas direcciones, era blanco, vacío y sin texturas, imposible de alcanzar, haciendo sus pasos vacilar sin decidir cuán hondo podía pisar.

¿Dónde estaba? No lo sabía. No había nadie a su alrededor y, aunque llamó, ni siquiera un eco le respondió.

En pánico se largó a llorar a gritos. Sus manos y todo su cuerpo se desfiguraban, ondeaba difuso, sin sentido pues, abstraído de la realidad, su mente infantil y apenas consciente de su propia existencia, olvidaba el orden de sus partes.

"¡Khi~!", un maullido agudo sonó justo tras él. Instintivamente volteó a ver al gato que su subconsciente esperaba ver; el estímulo "externo" lo hizo volver en sí, regresando el orden a sus sentidos y la forma a su cuerpo.

El niño, aún perdido en el infinito y blanco vacío de aquel programa de prueba, se halló ante un minino. Caricaturesco, el redondo animal de grandes ojos amarillos volvió a maullar "¡Khi~!", alzando su lomo y pomposa cola en busca de mimos.

El minino era inteligente; sus pasitos mostraban al menor dónde debía imaginar el piso. Su ronroneo y confianza decían sin palabras que no debía tener miedo. Distraer a un niño tan pequeño para que se acostumbrara al nuevo ambiente era fácil.

Para ello estaba ahí.

—Hola, gatito —saludó el menor calmando los sollozos, arrodillándose en el "suelo".

¡Khi~! —el gato respondió entre ronroneos.

—Me gustan mucho los gatos. ¿Cómo te llamas?

¡Khi~!

—Gi —el pequeño asintió convencido de que su maullido sonaba entre la K y la G.

¡Khi~! —el gato virtual asintió. Carecía de nombre hasta el momento pero, creado para tranquilizar a aquel niño, el nombre que le confiriera sería parte de su programación.

—Te quiero mucho, Gi~ —abrazó al felino para consolarse.

Valentino sólo era un niño... Uno acostumbrado a no dar mayor importancia a su entorno ni hacer preguntas. Se le enseñó a obedecer sin chistar, a calmarse imaginando cosas, y a esperar... esperar a que todo lo malo a su alrededor desapareciera a medida que su consciencia se perdía en ilusiones.

Alucinaciones.

Su pequeña mente se convirtió en el "milagro" con el que I-Droid soñó, por el que los Ming trabajaron en secreto durante décadas: La consciencia de un ser humano al fin ingresaba a la Realidad Virtual, donde se creía que sólo las IA podían presentarse, todo gracias al dispositivo implantado en su cabeza.

Su logro abrió grandes puertas a la investigación del funcionamiento cerebral y la programación al mismo tiempo.

El Procesador Emocional y la Amygdala Artificial, las "invenciones estrella" de I-Droid, debían su existencia a Valentino sin que él mismo lo entendiera. Sin que supiera... que las alucinaciones, la vívida "sensación" de estar dentro de los juegos de video, y sus inestables emociones, no eran producto de ninguna enfermedad psiquiátrica. Que él no padecía esquizofrenia, como el psiquiatra contratado por sus padres decía.

AmygdalaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora