57. Siempre Serás... Un Monstruo.

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La madrugada avanzaba tranquila en la calle con mejor vista de la capital, a cuya espalda, aferrada a la grandeza de la montaña, se erigía la mansión de la familia Ming, dueña del monopolio de los androides.

"No les gustaba alardear", pues a decir verdad, su residencia podía ostentar mucho más.

¿Quién sería tan estúpido para meterse ahí buscando problemas? Hasta el más valiente y organizado de los delincuentes sabía que los robots de vigilancia tenían acceso a todas las cámaras, estaban blindados, armados, y actuaban en segundos con precisión.

Sí... Meterse en la mansión de los Ming sin invitación era una estupidez. Jacob tenía suerte de que, hasta el momento, y aunque enterados de su visita, los dueños de I-Droid aún no decidían qué hacer con él.

4:00 AM.

En el presente, el Maserati Levante de Gi aguardaba estacionado a treinta metros del acceso principal de la propiedad, ante una plaza de siglo y medio, cuyas encinas cubrían las estrellas.

Los faroles de hierro fundido titilaban a ratos, no víctimas del tiempo o mala mantención, sino de las sombras, lamentos residuales de almas que se apagaban lentamente, atraídas a montón por la presencia del médium en el vehículo. Le temían, a pesar de su escasa consciencia... Y tenían razones. Entre ellas oscilaba una sombra diferente que las mantenía a raya, un espectro capaz de robar energía a los vivos con tal de permanecer lúcido y, hasta donde su fantasmal existencia permitía; activo.

Ulrich Hoffman podía estar muerto, pero atado al alma de su nieto, no se iría nunca hasta que este aceptara cumplir con su voluntad; la voluntad para la cual sacrificó su vida, y lo maldijo convirtiéndolo en médium.

León estaba al volante, con el vehículo apagado, haciendo guardia a la mansión. «¿Para qué?», se preguntó más de una vez, sabiendo que, aunque lo que temía realmente pasara, él no podría evitarlo. «La voluntad de Gi se ha fortalecido demasiado; ya no puedo acceder a su sistema por la fuerza, no puedo detenerla», tamborileaba los dedos sobre el teclado de la laptop.

Esquivaba exitosamente el "por qué" estaba ahí. Respuesta que, para su desgracia, el espectro que no paraba de acosarlo tenía clara y usaría a su favor.

«Esperanza...», aún meditaba en esa palabra, tratando de no burlarse ni envidiar en exceso a Jacob. Rió absurdo, acabado, porque su alma cauterizada y deforme no conseguía volverse así de "estúpido" ni por un instante, cobijar una mínima ilusión que lo reconfortara. Endurecía a cada pequeña buena suerte, como ante la recogida momentánea de las aguas antes de un tsunami; aguardando firme el regreso de las olas a las que, suponía, estaba acostumbrado.

¿Entonces por qué dolía tanto?

¿Por qué hasta su alma tembló al oír una motocicleta acercarse a toda velocidad? Y cerró los ojos, negándose a mirar el nombre de la unidad que su computadora identificó a distancia.

Sabiendo que era inutil; lo intentó. Intentó acceder a la unidad cuyo nombre no quiso leer, hizo todo lo posible en los escasos segundos que tenía... Pero, ensimismado en su objetivo con casi nula conciencia, Gi ni siquiera volteó a ver hacia su propio vehículo estacionado a unos metros.

León bramó rabioso y abrió la puerta del auto al sentir su computadora calentarse. Al mismo tiempo, escuchó el estruendo del portón de la mansión, siendo arrancado de cuajo por las manos del androide.

—¡¡Gi~!! —gritó con todas sus fuerzas, lanzando la computadora cuan lejos pudo— ¡¡No lo hagas!! ¡¡Cumple tu maldita promesa!!

Así como la laptop, el portón también fue lanzado al suelo. El androide parecía endemoniado, volteó hacia él una fracción de segundo. Su rostro no fue diferenciable bajo la intensa luz roja de sus ojos... Y se fue, corrió al interior de la mansión ignorando a su amigo.

AmygdalaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora