16. Mi Amigo.

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—No. En absoluto —tras quemarse las neuronas en tiempo récord, Jacob sacudió la cabeza ateniéndose al posible desacuerdo de Gi. Era considerado con él, pero jamás llegaría a la hipocresía para agradar a alguien—. La frustración y la ira son emociones normales, pero disfrutar el sufrimiento ajeno es sadismo ¡psicopático! no es una forma sana de liberar la tensión. Quien lo haga necesita ayuda, una buena terapia.

—¿Incluso si es sufrimiento artificial? —Gi aún dudaba, tan temeroso como ansioso por una respuesta concreta.

—Es sufrimiento real —objetó ensimismado en su propia moral—. Si la IA percibe un estímulo, reacciona a este y resiente la sensación como indeseada; eso es sufrimiento. Que su reacción no sea igual a la de los humanos no significa que no importe, y disfrutarlo sigue siendo despreciable. Ya sea un animal, una IA o cualquier planta; merecen respeto en medida de lo que son, y su sufrimiento no debe causar disfrute.

—Oh~

Gi no lo había pensado de aquel modo. Alzó la vista radiante, sintiéndose amparado por el pensamiento del humano que no sólo desaprobaba el maltrato hacia las IA, sino que acababa de validar su sufrimiento como una sensación real.

—¿Serías amigo de un robot? —la IA se apresuró a preguntar sin notar cómo su expresión rogaba por ello.

—Si me agrada, claro que sí —y Jacob sonrió conmovido, concluyendo que Gi era amigo del Robot familiar. La inseguridad del chiquillo tomaba sentido, una amable IA debió ser el refugio perfecto en una familia hostil y disfuncional.

—¿Y de un androide?

—Con mayor razón.

Gi cerró los ojos, sintió tambalearse flojo y dócil. Pudo ser el agobiante calor, el movimiento del tren descendiendo a la estación subterránea o, más probablemente, el alivio que volcó en su ser oír esas palabras. Un anhelo desesperado era al fin saciado al hallar la certeza de que, al menos aquel muchacho, lo trataría bien sin importar si era o no humano. Que al convertirse en su amigo no lo estaba estafando ni lo consideraría una aberración.

Nuevamente quería llorar, hubiese robado un abrazo, pero la discreción y cautela regresaron a la IA antes de que cediera al fugaz impulso, sonrojando su rostro con leve vergüenza.

—Llegamos —anunció Jacob volteando hacia la puerta, bajando a Gi de su nube rosa mientras el tren se detenía—. Ven, hay que bajar.

—Pero ¿Cómo? —el pánico cubrió su semblante ante el mar de gente— No podemos...

—No te apartes, yo te guío.

Jacob ocultó una sonrisa jactanciosa al tomar su mano y arrimarlo tras de sí. Se abrió espacio entre la gente para bajar del tren sin perder a su amigo...

Con el discurso de moral que acababa de soltar se sentía un timador, disfrutando secretamente la divertida mezcla de asombro y espanto en el chiquillo que desconocía la cotidianidad del transporte público.

Una vez en el andén, libres del gentío, Gi se cubría la boca con una mano, sus ojos sonrientes. ¿Qué fue todo eso? ¿Cómo logró Jacob sacarlos de ahí sin empujar a nadie? El pelinaranja se convertía en su héroe y, seguro en su compañía, no estaba dispuesto a soltar su mano.

—OK. Guíame —Gi acató cerrando los ojos con una sonrisa plana de mejillas infladas, satisfecho por "el servicio" y sacando carcajadas a Jacob—. Te sigo.

Salir de la estación fue un poco tardado con Gi tirando de su mano y deteniéndose cada dos segundos a mirar algo, ya fueran las obras de arte expuestas en la estación, los músicos callejeros o las curiosidades en los locales comerciales. Todo era una curiosidad para la IA que, a pesar de tener información sobre ello en su sistema, no tenía recuerdos. Gracias a la compañía del humano se estaba permitiendo disfrutar cada experiencia con calma.

AmygdalaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora