Jueves 20 de Abril de 2023.
10:30 PM.
En uno de los barrios más antiguos de la ciudad, entre fachadas de concreto con sus minúsculos balcones de hierro, y pisando la calle de adoquines, un restaurante despedía a sus últimos comensales.
Cerradas las puertas, en su interior los cocineros colgaban sus uniformes de color negro... Negro, como las vigas de acero que sostenían el cielo de madera reciclada de las vías de un ferrocarril, y cada detalle de hierro pintado, contrastando contra sólidos muros de ladrillo desnudo. Estos últimos, junto a las monstruosas tolvas colgando amenazantes del techo y las cañerías de cobre expuestas, formaban parte de la estructura original; una fábrica que fue abandonada a fines de la revolución industrial y que, astutamente, un visionario quiso convertir en la pieza central de la decoración, sello distintivo de su local.
Aquel visionario que convirtió la vieja fábrica en un restaurante fue Valentino Ming, hijo menor de los dueños de I-Droid.
"Oh, bueno, hacerse de un negocio exitoso es fácil cuando sobra el dinero", solían pensar los envidiosos, muchos lanzaron el comentario en su cara con tal de bajarle el perfil. Siendo una persona sumamente hermética en cuanto a su vida personal, a quien poco y nada le importaba la opinión ajena, Valentino los dejaba llenarse la boca de ignorancia. Para él, no valía la pena aclarar que jamás recibió apoyo monetario de sus padres... ni de ningún tipo, en realidad.
No valía la pena mencionar que se negaron a pagar sus estudios de gastronomía. No valía la pena explicar cuánto tuvo que rogar por algo de libertad, para que su padres firmaran un permiso que le permitiera trabajar fuera de casa. Dolía recordar no ser una persona con los mismos derechos e independencia que los demás, mantener los altibajos de su mente en secreto y sepultados en píldoras para no avergonzar a la familia...
"Familia" que, de desafiar, lo internaría en un psiquiátrico.
Considerado un retrasado mental por su condición psiquiátrica, técnicamente una mascota por el resto de la familia, no tenía idea de robótica ni estaba entrado de cómo funcionaba la multimillonaria compañía de sus padres, tampoco se le concedió una mínima acción dentro de la misma.
No, Valentino no hablaría de él mismo ni de los años en que trabajó como camarero llevando un apellido falso en la solapa, ni siquiera con los amigos "hippies" que hizo cuando al fin consiguió ingresar a la carrera de sus sueños.
No. Él no; él siempre estaba de buen humor y sonriente para que nadie notara sus defectos. Para ver sonrisas y que nadie supiera cuánto en realidad lo afectaba.
No mencionaba que, a pesar de vivir en la mansión de sus padres, esta era su jaula y no le prestaban ni un dólar. Que puso en pie su negocio pidiendo un préstamo tras otro en el banco, los que cada fin de mes amenazaban con pisarle los talones.
Dolía recordar que la casa en la que alguna vez vivió con su esposa estaba a su nombre porque ella se la obsequió motivada por lástima, culpa, o ambas. Abrumado, no se atrevía a habitarla, arrendarla ni venderla.
No estaba en su boca admitir que desde hacía cinco años no daba más consigo mismo, que un par de meses atrás se había rendido y por ello sus padres decidieron mantenerlo encerrado y vigilado hasta que se estabilizara, y que el par de veces que se escapó sólo acrecentó la desconfianza sobre sí.
Dolía. Frustraba. Humillaba depender de sus padres para permanecer junto a su hija bajo amenaza y, siendo sincero... Todo le sería mucho más fácil de llevar si no le hubieran arrebatado al androide que lo cuidaba y contenía desde la adolescencia.

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Amygdala
Science FictionGi es un androide formateado. Su amo le ha ordenado desaparecer de su vida... Y ser feliz. Feliz; como una persona. Pero ¿Una IA puede ser genuinamente feliz? ¿Insistir en un imposible no es un camino directo a la infelicidad? «Imposible o no, ins...