29. Misión Fallida.

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Domingo 16 de Abril.

8:00 PM.

La tormenta se intensificó. Relámpagos acosaron las ventanas de la Torre 102, seguidos por los truenos que parecían buscar romper sus cristales.

El peor escenario posible para la IA se presentaba ineludible, siendo la realidad virtual una oferta estafadora y no un escape. De cerrar los ojos y dejarse llevar, la ilusión permitiría entrar los relámpagos a su refugio, haciéndolos trepar por el techo y las paredes cual raíces azul brillante hasta alcanzar a su víctima.

¿Por qué? ¿Con qué objetivo imaginaba semejante pesadilla?

El oscilante azul eléctrico que prometía retorcerlo de dolor no era invención suya, sino un monstruo pre programado en su subconsciente. Todos los androides temían a las tormentas. No tenían permitido vivir solos, dependían imperativamente de los humanos, al punto de preferir la muerte o la tortura, antes que su independencia.

Así lo decidieron sus creadores.

Culminaba un fin de semana de autodescubrimiento, de romper reglas, pesadillas borrosas y, especialmente; soledad. Culpas tras cada detalle, paranoia, voces susurrando cuánto había hecho mal y el castigo merecido.

Gi se desmoronaba. Se ahogaba, sin conseguir soltar el llanto, oculto dentro de su suéter en el sofá como si alguien lo persiguiera. No encendió la luz, no quería moverse o, sabía, la realidad virtual le mostraría las raíces azules que se metían al departamento para estremecerlo agónico.

Era su castigo. Lo merecía. Si lo recibía, quizá sería perdonado y se le permitiría servir a sus amos una vez más. Pero ¿Lo aceptarían? «Nadie quiere una IA con voluntad propia y decenas de fallas en su sistema». Lo sabía. Fue apartado por lástima, para no enviarlo a desarme, «porque los humanos no saben que la libertad que a ellos tanto les gusta, a mí me está matando».

¿Dónde estaba su amigo? A quien quiso ver como su nuevo amo, a quien se prendó con desesperación en busca de la aprobación y las sonrisas que su subconsciente necesitaba más que respirar.

«Ya va a llegar. Calma, Gi, tu amigo está por llegar... Va a sonreír como siempre. Dirá que no está enfadado. Que todo estará bien. Que no siente asco de ti... Él te dirá qué hacer, y lo harás bien», era un extraño consuelo, uno que no duró nada contra la maliciosa Amygdala apoderándose del sistema.

«Pero ¿Y si realmente hice algo malo y está enojado? Quizá creyó que yo estaba malinterpretando sus intenciones ¿Que me creo para haber hecho lo que hice? Para necesitar de él. Para pedir que regrese... No debo hostigarlo con preguntas, debo darle su espacio hasta que me requiera, sin poner mala cara ni pedir nada», era lo que su entrenamiento indicaba.

«Iluso, antes llegué a pensar que podía confesar lo que soy y Jacob seguiría siendo mi amigo. Pero no puedo. ¿Qué pasará si se entera de que un androide siente este tipo de cosas por él? ¡Peor, uno como yo! He golpeado a un humano, y ahora... Lo que pasó con Ian... Jacob sentirá miedo. Se irá. Él se irá... se irá...»

Cuando la puerta principal al fin se abrió y la luz fue encendida, Gi tembló. Su cordura se tambaleaba en un límite peligroso en el que ya ni siquiera corrían lágrimas y todo su cuerpo aguardaba en alerta. Anhelaba tanto, tanto tenerlo de regreso que no soportaría el más mínimo rechazo. Temía alzar la vista y ver un ceño fruncido, indiferencia, o que el humano se perturbara al notar cuan obsesivamente se había prendado de él.

—Gi... ¿Te dormiste? —preguntó Jacob acercándose despacio.

Gi resintió el sonido de su voz. Le causó dolor de estómago como un balazo, mas correspondió sin ignorar al humano. No fue capaz de hablar, su boca estaba trabada, sólo asomó sus ojos fuera del suéter.

AmygdalaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora