7. Secuestro de la Amígdala.

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Gi, o más bien sus entrañas, comenzaron a sospechar que su idea no fue del todo buena en cuanto bajó a la recepción del edificio, veinte minutos antes de lo acordado, y divisó a Tom acompañado de su perrito. Nada relacionado con que el animal había ensuciado el suelo y su amo estaba limpiando tranquilamente bajo la mirada de los guardias, era más bien... algún décimo sentido de la IA. Quizás paranoia o, lo más seguro, el hambre causándole dolor de estómago. Por qué no; finalmente y tras tanto dar vueltas en el departamento tratando de no entrar en pánico, no desayunó.

Tom llevaba una camiseta verde con cuello abierto de hombro a hombro, mangas cortas y recogidas, holgados pantalones color marrón y... ¿pantuflas? Era un chico raro sin lugar a dudas, nuevamente usando gafas oscuras, una pañoleta para cubrirse el mentón y ridícula gorra de pescador con ositos que dejaba escapar sus escandalosos rizos por todo el borde.

Gi no estaba ahí para juzgar el aspecto de nadie, él mismo podía llamarse una burla por no saber vestir otra cosa que suéters inmensos.

Aceptando sus propios actos y no queriendo hacer esperar al muchacho, caminó hasta él y forzó una sonrisa a modo de saludo. Tom, aún agachado recogiendo las gracias de su bebé, sonrío encajando las comisuras en sus mejillas. Su sonrisa era un rectángulo perfecto y bastante divertido, al menos el androide estaba obteniendo algo de lo que quería; la sonrisa satisfecha de un humano.

La tranquilidad duró tres segundos dentro de la IA. Tom puso su índice sobre sus labios pidiendo silencio y mirando hacia todos lados. Una vez listo, se puso de pie y se acercó para hablar en su oído.

—Vengo de incógnito, no digas mi nombre —ordenó tomando su brazo para guiarlo a él y a su perrito rumbo a los ascensores— ¿En qué piso vives?

—Ah... —asustado, Gi no sabía cómo reaccionar o si era buena idea llevar al extraño sujeto directamente a su departamento pero, para su desgracia, estaba programado para responder a todas las preguntas que los humanos se le hicieran, especialmente si su tono de voz denotaba presión como en aquel momento— décimo.

—Vale —asintió arrastrándolo consigo dentro del ascensor, acelerándose a cerrar las puertas presionando muchas veces el botón— ¡Uf! Disculpa —río al ver al chiquillo arrinconado con cara de gato asustado—, es que muchos de mis amigos viven en este edificio, y que me vean... no tengo problemas con ellos ¡Ellos tienen problemas conmigo! —se aceleró al hablar bajo la mirada atenta del androide que asentía a cada una de sus palabras— Estamos listos para ingresar a la universidad, nuestros puntajes son más que suficientes así que la mayoría ya se mudó aquí. Ya sabes; esta torre es genial, está muy cerca del campus y es muy difícil conseguir un departamento, ñ la mayoría prefiere asegurar el alquiler incluso antes de la matrícula ¡Lo habíamos conseguido! ¡Yo estaba con ellos! Hasta que dije que no vendría sin mi Puki y comenzaron los problemas.

—Oh —al fin comprendía, bajando la mirada hacia el cachorro que le olía los pies. El animal le robó una instantánea y suave sonrisa—. Puki~

—Puki es lo más lindo del mundo, y yo un padre comprometido con su crianza —alegó dramático, con la mano en el pecho—. Me pidieron que lo dejara con mis padres porque, según ellos; yo no sé hacer nada, soy sucio, desordenado, irresponsable, y mi perro no podía ser menos que lo mismo... ¡Pero cumplí dieciocho! Ahora soy un adulto responsable, te lo juro ¿Tú me crees?

—Sí —Ni qué más responder; algo le decía a Gi que los amigos de Tom llevaban la razón, pero el personaje ante él era tan carismático y convincente que con un par de caretas lo tenía de su lado.

—Agh ¡Puki!

Olisqueado el pie del androide, el perro decidió que podía marcarlo como propio. Un par de gotas de orina eran suficientes para el can, pero pésima presentación para su dueño.

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