18. Por Curioso.

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"No", leyó Jacob en un mensaje recibido cinco minutos después del anterior, tras haber esperado pacientemente a que Gabriel le explicara su problema. Evidentemente el chiquillo acababa de borrar su extensa y desesperada explicación. Su amigo resopló hastiado.

"¿Cómo que "no"? ¿No qué?", contestó el pelinaranja en un instante. Gabriel agregó; "No pasa nada, me equivoqué de persona".

«¡Ay, Gabriel! ¿Me vas a negar el escándalo que acabas de hacer?», dudó buscando paciencia, intuyendo que Gabi prefería fingir demencia a contar... ¿Qué? ¿Cuál era su problema con Tom? no lo dejaría pasar.

"Te dije que sería Thomas Petrarch y aseguraste que no había problema, que lo conocías porque es amigo de tu hermano", replicó tratando de no tornarse a la defensiva. En aquel punto cambiar de departamento le resultaba imposible, no dejaría a Gi, «Tom es muy idiota para tratar con él».

"Olvida lo que dije. Buenas noches", escribió Gabriel.

"¡Ya dime! ¿Cuál es el problema? Busquemos una solución", Jacob insistió. "Mensaje no enviado", leyó. Gabriel acababa de bloquearlo.

—¡Pero...! —resopló con una mano en la frente ¿Qué demonios tenía Gabriel en la cabeza? ¿Creía que, lo que fuera, podía pasar inadvertido?— ¿Crees que te vas a guardar el secreto? ¡Y aún no anochece! ¡Agh!

«Indignante». Se había quedado sin chisme y, para empeorar las cosas, su tarea para la universidad seguía a medias imposibilitando ir ya mismo a exigir explicaciones al departamento de esos dos. Sólo le quedaba preguntarse ¿Qué demonios acababa de pasar?¿Qué hizo Tom? O, más bien, debía concentrarse en sus deberes.


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Veinte minutos atrás el día de Gabriel era perfecto y armonioso. El estudiante de kinesiología sobrellevaba su primera semana de estudios como todo en la vida; con una estructurada rutina y precisión de relojero. Desde el horario de sueño, los alimentos saludables a consumir, sus ejercicios diarios y, por supuesto, las horas de estudio; todo fue detalladamente planeado. A pesar de su aspecto rudo por los tatuajes, piercings, la ropa negra, su obsesión con el gimnasio y el Doom Metal tronando en sus oídos, Gabriel era un muchacho de dieciocho años reservado y tranquilo.

A las siete de la tarde regresó al departamento tras haber pasado el fin de semana en casa de sus padres. Habiendo atravesado la ciudad en bicicleta necesitaba darse un baño, preparar un batido alto en proteínas, sentarse a estudiar por una hora, después organizar sus cosas para el día siguiente, jugar videojuegos e irse a dormir. Tarareaba a gusto en el ascensor, alineando sus chacras con el universo, hasta que abrió la puerta del departamento y su cerebro fue golpeado casi tan fuertemente como su nariz... en sentido figurado, claro.

¿Qué pasó? Era lo que Jacob quería saber. Gabriel tampoco estaba seguro de cómo explicarlo más allá del aroma a caca de perro en el departamento que, para su suerte y gracias al ventanal abierto, comenzaba a desvanecerse. Al menos Tom limpió ¿El problema? El castaño que practicaba sus escenas recostado sobre la isla de la cocina ante la entrada, vestido con una sábana blanca a modo de toga romana, ramitas de laurel en el cabello y un generoso racimo de uvas en las manos.

AmygdalaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora