28. Sincronicidad.

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Paranoia social retorcía los pensamientos de la IA, insistiendo en recordarle cada acción y palabra dicha el día anterior como un error.

Cada sonrisa y halago recibido, el empoderamiento y el feliz verde en su sistema, se presentaban como bondades no merecidas.

Azul, amarillo y naranja.

Culpa, vergüenza y cansancio predominaban tras el que debió contar como un buen día de recreación.

Definitivamente, Gi no estaba configurado para ser feliz malgastando su tiempo y, a falta de un amo que lo reprimiera, la realidad virtual no dejaba pasar el castigo.

En la soledad del departamento, miradas rojizas se clavaban en su nuca. Murmullos inentendibles lo juzgaban desde los rincones, oscurecidos por un aura negra que apestaba a muerte.

«Pero no es cierto. Nada de esto es cierto. Todo estará bien. Todo estará bien. Todo estará bien», Gi lo repitió mil veces, "todo estará bien", hasta que las alucinaciones de la realidad virtual desaparecieron regresándole la tranquilidad al departamento, su hogar, donde debía sentirse seguro.

El "maullido endemoniado" de Pastelito llevándole un calcetín como obsequio logró sacarle una sonrisa. ¿Quién diría que un gatito sería su mejor aliado para permanecer cuerdo?

Buscando forma de distraerse y permanecer en la realidad, fue a la habitación y decidió probar algo más de su guardarropa. Ya que no quería seguir pensando en el día anterior, la ropa femenina quedaba tachada a un costado.

«Entonces ¿Masculino?», tanteó.

Una camisa informal, chaqueta de cuero negro, jeans de corte recto y botas oscuras fueron su elección. Se peinó hacia atrás y, convencido, fue a la sala para ver el resultado.

No surgió en sus entrañas el mismo cosquilleo nervioso que cuando se probó el vestido. Extrañamente, aquella ropa le brindaba seguridad, nada relacionado con que las botas lo hicieran ver más alto y su paso se escuchara pesado. Era cierta indiferencia hacia el exterior, incluso por la opinión ajena.

«Jacob tenía razón, la vestimenta influye en cómo nos percibimos».

Tomaba confianza con sólo ajustar su lenguaje corporal al género representado, irguiendo el torso y enderezando los hombros al caminar con la frente en alto hacia la sala. Se paró frente al espejo esbozando una sonrisa socarrona, casi desafiante...

La que se desvaneció al paso de los segundos.

Ser un hombre se sentía excelente, pero la imagen de sí mismo como tal sacudió su memoria. Quedó en shock.

¿Quién era el sujeto en el espejo? Ese hombre de aspecto revoltoso y confiado ¿Por qué sentía la necesidad de abrazarlo? De cuidarlo de... ¿Qué?

Algo estaba mal. Algo estaba muy mal, y la angustia en sus ojos no hizo más que acrecentar el temor por lo que a esa persona, cuyo nombre no recordaba, pudiera pasarle en su ausencia.

—Mi amo —reconoció alzando una mano para tocar el espejo, deseando alcanzar a quien tanto se le parecía pero, sabía;—, no soy yo. Mi amo no soy yo ¡Tampoco Baldwin! Quién... ¿Quién era él?

«¿De quién me han alejado? ¿Qué le harán?».

Cerró los ojos en busca del nombre que fue borrado de su sistema. No había forma de hallarlo, no obstante, aquella afirmación latía con nítida en su pecho.

Su verdadero amo, para quien originalmente fue creado, era muy parecido al hombre que veía en el espejo y tenía total sentido; los genes tomados para crear los cuerpos biológicos de los androides de cuidado personal eran, justamente, los de sus amos, elección que los camufla perfectamente en las familias a su cargo.

AmygdalaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora