50. Cerrando Bocas.

87 24 16
                                    


«Se fuerte. Se firme», la IA tensaba la mandíbula, las manos sobre el mesón. Su mirada fija en el cuaderno que, aunque llevó de un lado a otro todo el semestre, no tenía nada escrito, sólo dibujitos de flores y gatitos durmiendo al pie de cada página. Verlos lo calmaba, como si pudiera sentir la brisa agitando los pétalos, y el suave ronroneo.

El estúpido que acababa de insultarlo fue sacado por la fuerza del salón. Tras él se fueron otros cuatro, quienes compartían su opinión y no estaban de acuerdo con compartir la clase con un androide.

Cerrada la puerta, Gi se sentó, al fin se sentó, con los músculos fatigados tras la reciente tensión. Una parte de él deseaba volver el tiempo atrás y haber guardado silencio. Otra ebullía de rabia, deseando salir e increpar a todos aquellos que creían tener derechos sobre él sólo por ser humanos.

La mayor parte; sólo quería ir a casa, que Jacob lo refugiara y largarse a llorar entre sus brazos. Oír que todo estaría bien. Fue fuerte, no obstante, al permanecer en su lugar, en la clase de donde nadie tenía por qué sacarlo. Se limitó a enviar un mensaje de texto a su novio, pidiendo que viniera a buscarlo al auditorio después de clase porque no se sentía bien.

Regresando su atención al frente y pasando de los murmullos, escuchó: el maestro aclaró que no sacaría a la señorita Ming. El nudo en su pecho se ablandó un poco. Evidentemente, el señor de sesenta años estaba conmocionado con lo sucedido, asentía pensativo, levemente sonriente a pesar de sus manos temblorosas y dubitativas, explicaría su postura en cuanto se apaciguaran los murmullos y regresara la calma que el auditorio universitario ameritaba.

No era la primera vez que se daba un debate ético sobre el manejo de los androides con PE, Procesador Emocional, en clase ¡Era jodidamente común! Y el maestro disfrutaba oír argumentos de todo tipo... siempre debatiendo, en torno a teorías. Algo acababa de cambiar.

—Este suceso es importante. Muy importante —habló con su voz suave y gastada. Alzó la mirada hacia Gi por un instante, prosiguió guardando cuidadosamente la CPU antes expuesta en el mesón—. Aunque quienes se retiraron digan lo contrario, yo no veo nada que debatir aquí. No, ya no. Ni opiniones diversas que considerar —declaró cerrando la caja. Tomó unos instantes, su sonrisa floja, compasiva, recorrió a los atentos estudiantes que aguardaban por su conclusión—. Jóvenes, ustedes que saben escuchar... Sepan, si es que alguno no lo sabe —aclaró riendo pues, obviamente, todo estudiante de robótica tenía claro lo que iba a decir—; los androides no son programados por humanos de forma manual como los robots ¡Son unidades cognitivas! Porque... seamos sinceros, de otro modo jamás hubiéramos podido configurar la infinidad de sus complejas respuestas —puso ahínco en sus palabras, una vez más, fascinado por el inesperado alcance de la tecnología—. Sólo les hemos dado pistas y... Enseñado. Bueno —aclaró la garganta, aquejado por haber tocado aquel punto—. Cómo hace I-Droid para instruirlos es totalmente cuestionable, y por lo que hoy acaban de escuchar: debe cambiar —impuso severo.

Tomó una nueva pausa para beber agua y sentarse en el borde del mesón, dando a los estudiantes tiempo para considerar sus palabras con claridad y calma, vitales para el entendimiento. En aquel punto, más aún con las luces violeta, azul y naranja: miedo, tristeza e incomodidad pintando el escritorio de su compañero, todo estaba claro.

Gi no era extrovertido, le costó bastante sentirse cómodo entre todos ellos, no obstante, jamás quedó duda sobre su personalidad atenta y amistosa, siempre estuvo dispuesto a aportar desde la absoluta humildad y desinterés. Poco a poco ganó confianza en sí mismo y sus compañeros, también el aprecio y estima de las mentes más limpias; aquellos que no rezongaban desde la envidia como ciertos idiotas enfermos y competitivos, tristemente abundantes, quienes no soportaban ver la perfección de sus calificaciones sin inventar basura para desacreditarlo.

AmygdalaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora