Jueves 13 de Abril de 2023.
2:00 PM
Jacob llevaba un mes conviviendo con un androide sin saber que lo era, observando y analizando cada detalle de su comportamiento en busca de una pista que lo encaminara al origen de su tormento, de evidencia más allá de la mera especulación.
Sus sospechas eran graves; sin pruebas no podía encarar a nadie. Que Gi no recordara nada ni a nadie sólo aumentaba la incertidumbre, «¡¿Qué demonios pasó para que perdiera la memoria?! ¡¿Y cómo es posible que nadie haga nada al respecto?!», el estudiante de psicología acumulaba angustia cada vez que su amigo sucumbía al pánico o se derrumbaba en lágrimas sin razón aparente.
Como era de esperarse, como era correcto, pidió a Gi que buscara ayuda profesional. La negativa que recibió como respuesta fue tan instantánea como chocante; el androide se horrorizó sabiendo que no tenía permiso para hacer tal cosa, asegurando... ¿Que no lo necesitaba?
A Gi le dolió entender que confiar a otro sus emociones, sin justificarlas, frustraba la intención de su amigo por ayudarle. Que al tomarlo como apoyo no estaba disolviendo su angustia, sólo la extendía hacia alguien más y, más temprano que tarde, Jacob se iba a cansar.
«Es frustrante esforzarse tratando de componer algo, una y otra vez, sin éxito. El interés se fatiga hasta desvanecerse», asumió la IA. Aunque no conseguía sentirse bien, decidió simular estarlo ante Jacob y dejar de plantearle sus dudas, o causaría un mal a su amigo. No quería perder a su amigo, que su angustia borrara la sonrisa de la que su estrecho mundo estaba dependiendo.
Aquella semana se sentía particularmente exitoso. Almorzar en el casino de la universidad, aunque fuera solo y con cara de ogro en un rincón, era un logro enorme acrecentando su confianza. Consiguió abstenerse de lanzar preguntas existenciales a Jacob, especialmente aquellas que su encuentro con el bravucón ocasionó. No robó abrazos, no pidió compañía ni se encerró en el baño por más de cuarenta minutos.
«Tampoco creo que note que estuve llorando», esbozó una sonrisa plana y desganada ante el espejo, en el baño de damas de la universidad.
A esa hora abundaban las chicas retocando su maquillaje y cabello ante el gran espejo, no debía avergonzarse por gastar espacio un minuto, aún así le retorcía el estómago cada segundo.
El corrector en barra que encontró en su armario y guardaba sagradamente en su bolsillo hacía un buen trabajo cubriendo ojeras y párpados enrojecidos, así como su bultoso labio superior. Frunció el ceño al pintarlo con el corrector, no le gustaban sus labios, le parecían demasiado vistosos para un «¡Estúpido androide que sólo quiere ser invisible!», resopló resentido. Guardaba sus cosas con prisa cuando sintió el pecho estrujar y otra lágrima asomar.
«No puede ser, ya basta, Gi», inhaló hondo, recuperando la calma, recordando un poco tarde que, como Jacob le aconsejó; debía ser amable consigo mismo y dejar de culparse por todo. «Lo siento, Gi», sonrió por la fuerza para su reflejo.
—Me gusta tu estilo —comentó una chica con ligereza y sonrisa dulce, sacando a Gi de su batalla interna—. Tus labios son divinos, si te gusta lo sencillo podrías probar un brillo suave.
La joven de cabello oscuro y flequillo no medía más de un metro con 55, dejando al "bajito Gi" por lo alto. El androide se paralizó, la sonrisa ante él no escondía nada, fue un amable y casual comentario... El que le revolvió la cabeza agotando la poca energía que le quedaba, abstrayendo sus pensamientos de camino a casa.
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Amygdala
Science FictionGi es un androide formateado. Su amo le ha ordenado desaparecer de su vida... Y ser feliz. Feliz; como una persona. Pero ¿Una IA puede ser genuinamente feliz? ¿Insistir en un imposible no es un camino directo a la infelicidad? «Imposible o no, ins...