42. En Familia.

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Lunes 3 de Julio.

Jacob tenía claro que nada a su alrededor era suyo y procuraba no acostumbrarse demasiado al lujo del departamento, pero era imposible no disfrutarlo.

¿Qué era eso de que el vestidor fuera una habitación entera?, con espejos y un diván, tan espaciosa que Gi, amorosamente y tomando en cuenta sus gustos, se tomó la molestia de comprarle prendas nuevas para llenar su mitad.

La ropa sucia se iba por un tubo desde las habitaciones y baños, directo al cuarto de lavado. «Cosas absurdas de millonarios», asumía el hippie, riendo cada vez que lo usaba.

No ocupaba el estudio del sobrepiso, no porque no le gustara leer... Ok, odiaba leer pero, aunque el sofá de aquel espacio daba masajes estupendos, él prefería mantenerse alejado de lo que parecía ser la millonaria colección de alguien. Ese alguien seguro era el señor Baldwin. La colección constaba de cientos de libros de... ¿Ocultismo?, Jacob sintió escalofríos al darles un vistazo, descubriendo que en su interior había documentos vitrificados para su lectura y conservación, los que parecían tener cientos de años. Tras ver su extraño idioma, simbolismo, y los dibujos salidos de una película de terror, optó por un sano «¡No me meto aquí nunca más!».

La habitación principal, donde él y su novio dormían, le parecía un alarde; incluía minibar, sitiales, chimenea y un ventanal con vista a los jardines del campus universitario. Del otro lado, tras un muro y mampara de cristal se hallaba el baño en suite, el que, «Triste vida...», lamentaba, no se atrevía a usar por respeto a Gi, quien tampoco lo usaba.

Aún siendo novios, el humano entendía que sus cuerpos no eran propiedades compartidas, y si Gi no se sentía cómodo siquiera mirando el propio, él tampoco iba a exponer el suyo desnudo con ostentación. Era un tema delicado cuya charla se estaba dilatando demasiado, Gi no quería decir nada al respecto, y a Jacob no le incomodaba respetar su privacidad ni pedía mayor intimidad.

Ambos tenían miedo de preguntar; "¿A qué se debe esta limitación impuesta por la Amygdala Artificial?".

Así que ahí estaba la bañera de hidromasaje; vacía, seca, impecable... Odiosamente a la vista desde la cama.

A las nueve de la mañana el humano daba vueltas entre las sábanas, amodorrado, luchando contra el sueño. Los esperaba un largo viaje, mas no conseguía despegar los párpados, estirándose en la deliciosa cama como una estrella de mar.

La suave música clásica proveniente de la puerta abierta le decía que Gi debía estar preparando el desayuno, «tan lindo», sonrió enamorado. «Basta, tengo que levantarme a ayudar», decidió... mas abrazó la almohada del androide, cuyo aroma lo relajaba aún más.

No se levantó.

Al rato sintió una caricia en la espalda, alguien se recostó a su lado y, tras su oreja, susurró.

Bonjour mon amour~ —la voz de Tom era inconfundible. La risilla estúpida de Gabriel, al pie de la cama, también.

—¡¿Qué?! —Jacob se sentó de golpe, botó a su amigo de la cama con un manotazo— ¡Thomas! Gabriel ¿Qué hacen aquí?

—Vamos a cuidar a los mininos en su ausencia —explicó el castaño levantándose del suelo, momento en que Puki entró ladrando a la habitación, jugando con los gatos—. Calma; daremos mejor vida a esa triste bañera —señaló con ojos brillantes— ¿Cierto, mi amor? ¡Ooh~! ¡Ya levántate!

—Oh, bueno —Jacob se levantó, dedicó a Tom la peor de sus miradas juzgonas, mas calmó sus temores al ver en los ojos de Gabriel, quien aguardaba sonriente como un soldadito con las manos en la espalda—. En ti puedo confiar, Gabriel. Controla a Tom y Puki, por favor ¡Que no rompan nada o nos faltará vida para pagar.

AmygdalaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora