53. Somos Dos...

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31 de Diciembre de 2002.

11:00 PM.

—¿Cómo se llamaban los "nomos"? Los que estudian las estrellas como tú —preguntó León a sus ocho años, observando el cielo nocturno.

Acampaba con sus padres, junto a un lago y lejos del mundo. La perpetua oscuridad no lo asustaba aquella noche de verano, no bajo el brillo de la Vía Láctea... No; mientras los brazos de su padre lo rodearan.

—Astrónomos —el mayor rió estrechando el abrazo, ambos sentados sobre una manta.

—Cuando crezca yo también quiero ser astrónomo.

—¿No crees que hay cosas mucho más lindas e importantes aquí en la Tierra? —su madre, de pie, entregó un tazón de café a su esposo—. No quisiera que te pases la vida admirando lo inalcanzable.

Una hora más tarde, las vacaciones familiares se percibían diferentes. Tan extrañas. León no recordaba bien qué pasó, mucho menos entendió cómo o por qué la discusión entre sus padres estalló.

Se vio, de pronto, yendo a la deriva en el lago, atravesando la oscuridad a bordo de un pequeño bote. Los brazos de mamá lo refugiaban... Su padre acababa de golpearla, parecía enloquecido, pero.

«¿Por qué?», la duda insistía en su hijo.

—¡Te lo prohibo! ¡Eres una loca de mierda! —su padre, atrás en la orilla, pateando las aguas y con la potente linterna iluminando su espalda, se desgarraba la garganta gritando— ¡Regrésamelo! ¡No te atrevas o te mataré! ¡¡Te mataré~ ¿Oíste~?!!

Asustado, el niño miró a su madre. Las estrellas los iluminaban con suave azul que, insuficiente, no le permitió ver sus ojos. Ella era, de pronto, una silueta negra, incapaz de reconfortarlo.

—Tranquilo. Sé que puedes hacerlo —musitó la mujer con confianza. Vio a su esposo entrar al agua y comenzar a nadar hacia ellos—. Ten esto, no lo sueltes —sacudió el chaleco salvavidas que el niño llevaba puesto.

Abruptamente lanzó a su hijo al agua, sin importarle su grito despavorido, ni los del padre que daba todo de sí tratando de alcanzarlos.

El chaleco salvavidas al que el niño se aferró en la oscuridad, sin entender nada; no era tal. Estaba relleno de simple algodón. También, atado a una roca que pasó a su lado, tirando de él hacia el fondo.

Silencio. Frío. Muerte. Abundaban en el lecho fangoso al que fue a parar. Demasiado ingenuo, demasiado joven para luchar, para enfriar su mente y siquiera pensar.

En shock, vio monstruos oscilando en la oscuridad, tirando de su pecho y cubriendo su boca. Sin saber que se trataba del chaleco "salvavidas" que lo atrapaba.

Su consciencia cedía... Su alma; se apagaba.

—¡Respira! —creyó oír a su padre gritar.

«Papá...», tan sólo recordarlo dolía un infierno.

—¡Respira! —volvió a oírlo en su mente, su voz ahogada entre burbujas. Entonces obedeció a su encarecido ruego.

Abrió la boca. Respiró. Gritó.

Se vio luchando contra las sombras que lo retenían. Escuchó la risa del fantasma de su abuelo. El viejo Ulrich aplaudía, conforme por la ferocidad con la que su nieto se aferró a la vida.

Si estaba dentro o fuera del agua. Si la desesperante lucha era real o producto del trauma; jamás lo sabría.

«Cómo iba a saber... Cómo...», toda su vida daría vueltas en él aquel golpe. Ya adulto, entendido en el oscuro mundo ocultista del que nunca quiso ser parte, entendía que el coraje que demostró al enfrentar la muerte sólo hizo la mitad del trabajo para salvarle la vida, manteniendo su alma presente y latente.

AmygdalaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora